Luis Farías Mackey
15 x 21
No faltó quien reclamara mis comentarios ayer sobre Porfirio Muñoz Ledo. ¡Bendita la pluralidad y el disenso!
Quitémosles nombre a las tres figuras recuperadas ayer de “Así hablaba Zaratustra”; que el objetivo no era liarse en denuestos o ponderaciones sobre nadie, sino destacar nuestra orfandad política.
Caminamos al abismo del 2024 >, esperanzados en que los partidos dejen de ser y de hacer lo único que han sido y saben hacer desde siempre.
Pero son las crisis globales de las democracias, sistemas de partidos y personajes políticos, las que nos tienen al descampado.
No culpó a nuestros partidos y sus esfuerzos por poder meter al menos las manos en las próximas elecciones presidenciales, pero es su perspectiva la que los condena.
Están encajonados en un rincón desde el que sólo pueden ver el mismo ángulo de la realidad que observan desde siempre y que les priva observar la mayor parte de la realidad cambiante de México y el mundo de hoy.
Su pequeño nicho vive, además, eternamente sitiado desde dentro y desde fuera. En un caso por las luchas internas de poder entre los mismos y, en otro, por las externas de los ajenos.
Acostumbrados a ello, su lenguaje también es rehén de sus horizontes: a los de casa les repiten las mismas historias y arengas; a los diversos los ataques y críticas de siempre.
Viven en y de espejismos dentro de sus sarcófagos y en putrefacción.
Y, nuevamente, no faltará quien critique la dureza de mis expresiones, pero —como Nietzsche— creo que en esta emergencia sólo nos queda la filosofía del martillo. Sólo destruyendo se puede construir. Hay que romper el bloque de mármol partidario para que de su interior surja la nueva escultura de la organización política.
Llevamos décadas tratando de sostener contra viento y marea un sistema de partidos y una democracia espectáculo que dejaron de ser funcionales hace mucho.
Si funcionaran, no tendríamos en perspectiva un 24 bajo “el México de un solo hombre”. Ni andarían los partidos buscando bajo las piedras personeros y publicistas para enfrentar algo que no se resuelve con individuos providenciales ni escándalos mediáticos temerarios.
Tenemos que cambiar perspectiva y valores. Poner de cabeza la ecuación. Desaprender todo lo aprendido. Adentrarnos sin temor al ocaso en busca de la luz. Abismarnos a las alturas.
Quien vaya al 24 con una campaña tradicional, embelesado por las cifras de seguidores en las redes, o engañado por lémures partidistas no ha aprendido nada en los últimos 30 años.
Aceptémoslo, los partidos en México están más extraviados y confundidos que el ciudadano de a pie. No están para guiar, están para transportar —como animales de carga o ‘taxis’ (Beltrones dixit)— un nuevo Proyecto de Nación.
La orfandad política es reciproca, nosotros estamos huérfanos de las correas de transmisión (ekklesía, asamblea ciudadana) que debieran ser los partidos, y ellos, de la ciudadanía que es su origen.
Ante el nihilismo (la nada) de la 4T, ante la destrucción de todo por la destrucción misma, de cara al rencor y al resentimiento hecho institución y gobierno; no requerimos los partidos de siempre, sino un nuevo pacto político nacional. Ahora sí que una Nueva República.
Luego vendrá el instrumento.
Lo dijo Reyes Heroles el viejo en un ya lejano 1975: primero el programa y luego el hombre. Actualicémoslo: primero el proyecto de Nación, luego el vehículo y finalmente el hombre. Donde vehículo y hombre siguen proyecto, no lo imponen.
No estamos, pues, para buscar un candidato ideal. Estamos en la disyuntiva de defender Nación o verla sometida a un proyecto personal y sin rumbo. La única forma de defenderla es otorgándole —de nueva cuenta— norte, destino y voluntad.
Hoy caminamos hacia la nada, las tinieblas pueblan el horizonte. O nos encerramos en el viejo corral de los partidos o corremos a las praderas, bosques y selvas en busca de nosotros mismos hechos Nación.
El reto es seguir a los profetas y sacerdotes partidistas de siempre, cada vez más vetustos o cada vez más incapaces, o cada vez más vergonzosos; o hacernos cargo de destino, timón y velas, que al viento no podemos controlarlo, pero sí aprovecharlo.
A la deriva o con puerto de destino.
PS.- Saludos al buen Porfirio.
@LUISFARIASM