RELATO
Otra vez me he enamorado… de un señor. Jamás lo imaginé o lo pensé si quiera. Cuando me invitó a venir a visitarlo a su casa, en Texas; la primera vez, yo me negué. Porque entonces hacía mucho tiempo que había DEJADO DE CREER en cualquier tipo de relación. Y, si yo ya no creía en esa patraña que todo el mundo llama “Amistad”, pues no veía ahora un por qué para empacar algunas ropas, subirme a un avión y…
Yo, que toda una vida me había odiado por todo lo que me había tocado “padecer”; sentí que no sería capaz de hacer aquel viaje, por si acaso terminaba aceptando su invitación: “Vente a mi casa. ¡Aquí podrás escribir…!”
Todo ese tiempo, en el que él y yo habíamos chateado por el WhatsApp, me había mantenido al margen en todos los aspectos. Cada vez que él me mandaba un “Hola. Buenos días”, yo, solamente no le daba ningún tipo de importancia.
Porque ahora me importaba un bledo si Jesucristo o su papi Dios hacían lo mismo: escribirme un saludo por aquel camino virtual. “Hola. Buenos días…” “Solamente es un saludo”, me dije, cada vez que abría el WhatsApp. “Un puto saludo que de significado nada tiene”.
Así lo hice y así lo sentí con cada uno de sus mensajes, donde a veces también me preguntaba “¿Cómo estás?” ¿Qué iba yo a responderle, si nunca lo había conocido en persona? Además, hacía ya mucho tiempo que me había hecho la promesa de nunca, pero nunca jamás volvería a “ilusionarme con nadie”.
Porque había aprendido que TODOS ESTAMOS SOLOS, pero que mi situación era un millón de veces más peor y solitario. “Las personas se casan, pero no porque estén realmente enamoradas, sino porque el matrimonio, muchas de las veces, es mucho más mejor que estar completamente solo. Completamente solo: así como yo siempre lo había estado toda mi vida.
Ahora, yo no hacía más que sentirme asqueado de aquel anhelo que durante toda una vida llena de dolor y vacío perseguí como un maldito loco. Ese estúpido deseo, que en mi secretismo interior, no podía dejar de sentir y de tratar de hacerlo ¿realidad?
¡A la mierda con toda esta puta realidad!, que a mi tanto miedo, terror y desesperación me causaba. Caminar por entre la gente, sabiéndome siempre completamente solo. Y, cuando por alguna u otra razón me tocaba entrar en algún café; apenas y me sentaba, enseguida comenzaba a sentir pánico y unas ganas terribles de huir.
Porque mirar a todas esas personas sentadas, se me hacía la escena más falsa y ficticia de toda la realidad tangible que mi mente nunca podía terminar de aceptar como tal. “¿Realmente es cierto todo lo que estoy viendo, o solamente es una horrible imaginación mía?”
Hombres y mujeres hablando entre sí, como si de verdad se conociesen todos sus interiores. Para mí, todo aquello no dejaba de parecerme la cosa más horrenda y vil; una especie de fachada, una escena de personas usando mascaras sobre sus rostros, para así no dejar ver a su yo verdadero, ¡a ese rostro suyo verdadero!
Supongo que yo era el único que no habría podido hacer aquello: fingir que de verdad la otra persona sentada frente a mí me importaba de verdad. Esa cosa en sí, siempre me resultó imposible de soportar. Y entonces hacía lo inevitable: hablar, hablar y hablar; puras estupideces, cosas triviales de cualquier tema o asunto de la vida o el mundo.
“Hola. Buenos días. ¿Cómo estás…?” ¡¿Qué chingados era LA AMISTAD?! Y qué eran… ¿las relaciones humanas? ¡A la mierda con las relaciones humanas!
Y ahora aquí estaba yo, ¡en Texas!; en la casa de esa persona a la que jamás le di ninguna importancia; ni a sus mensajes ni a sus saludos, que yo desde un principio decidí ya no creer como algo genuino.
Porque entonces me había hecho la promesa de jamás nunca volver a caer en lo mismo: llegar a creer y sentir que alguien podía “convertirse en mi amigo”. El solo hecho de pensar en una mentira como esta, me hacía sentir unas ganas intensas de vomitar.
Pero él no dejó de escribirme, de mandarme mensajes… Juro que yo solamente lo sentía como un ser ya muerto, que -como los otros miles de millones que habitan en esta tierra- viven su día a día como si de verdad estuviesen vivas.
Yo, solamente lo percibía como ya he dicho: como alguien “muerto”, pero que, irónicamente, siempre había estado más viva que yo. Con su vida hecha, con sus logros alcanzados y sus problemas y frustraciones a cuestas, pero más viva que yo, al fin y al cabo.
¡Eso sí que me dolía! ¡Y jamás nunca dejaría de hacerlo: dolerme hasta lo más profundo de mi ser! Cada vez que yo volviese a mirarlo, sabría que, no importase qué hiciese o no, jamás podría “LLEGAR HASTA ÉL”.
Porque ahora sabía que, lo que toda una vida busqué, jamás existió en este mundo, y que tampoco jamás existiría. Por lo tanto, lo único que ahora podía decir o pensar era que… “Otra vez me había enamorado… de un señor”, de un hombre con el cual jamás podría escapar de mi dolor y de mi pasado. Para qué entonces…
¿Amarlo? ¡¿Y qué carajos era AMAR?! ¿Acaso era todo eso que todos esos estúpidos libros de filosofía y novelas de amor decían que era? ¡Amar! ¡Menuda patraña!
Y aquí estaba yo, ¡en Poteet, Texas!, en la casa de este hombre al que yo jamás nunca llegaría a conocer de verdad, y él tampoco a mí. Porque si hay algo que yo ya sabía era que alguien que nunca nació, jamás podría llegar a ser conocido por absolutamente NADIE.
Y entonces yo era ese alguien: LA PERSONA QUE JAMÁS NACIÓ. Una alma muerta que, sin pensarlo ni imaginarlo ni siquiera… otra vez se había enamorado “paternalmente” de un señor.
Anthony Smart
Noviembre/05/2022