Por David Martín del Campo
La película es tremenda… el ministro, que ha sido mencionado como posible sucesor del Presidente, renuncia a su cargo e inicia una campaña electoral a destiempo. Luego, como se le van cerrando las vías, se alza en armas y la asonada prende por medio país. El régimen es intolerante con los designios del supremo y la nación arde en llamas. Es el año de 2024… ¡perdón!, el año de 1924 y la asonada encabezada contra el régimen por Adolfo de la Huerta concluirá, en todo caso, con el aniquilamiento del gobierno de Yucatán, encabezado por Felipe Carrillo Puerto, quien será llevado al paredón junto a tres de sus hermanos.
La película de Andrezj Wajda (1970), “Paisaje después de la batalla”, relata la liberación de un campo de prisioneros al concluir la Segunda Guerra. Un poco así nos encontramos ahora, contemplando el panorama después de la contienda por Toluca emprendida por el estado mayor de la profesora Delfina. El enemigo en retirada, los campos arrasados, las trompetas anunciando la cimentación del nuevo régimen.
Decíamos anteriormente “que nadie se llame a engaño”. Pues sí: la evolución de la cosa pública es innegable, y ya puede irse descontando a ganadores y vencidos en la contienda por venir. El régimen de Porfirio Díaz duró sus buenos 30 años, y el régimen iniciado por el dúo de Elías Calles y Obregón se prolongó por 70 hasta concluir con el siglo pasado. ¿Ahora? Ahora estamos en el preludio de un nuevo orden que cada cual llama a su manera.
Lo imperante será un discurso renovado que apabulle a los usos del pasado (está más que visto) pues las promesas de hoy refulgen sobre la leña del árbol caído. Luis Echeverría gobernó acometiendo contra “los emisarios del pasado”, y José López Portillo contra “los saqueadores del país”. Así cada cual… los errores son de anteayer, la ilusión de pasado mañana. O después.
Lo que estamos presenciando tiene nombre: se le llama debacle. Las tropas napoleónicas arrastrándose después de Waterloo reconociendo que no sólo se había perdido una gran batalla, sino la guerra misma contra la Coalición Europea. Así hoy, por los campos de sangre y fango, van arrastrándose las tropas de Alito y Marko, mientras el duque de Wellington celebra triunfante y avasalla por completo al enemigo.
Los historiadores son implacables. Aseguran que nada en los anales es producto del azar. La huella humana está siempre ahí, sus temores, su hambre, sus sueños de grandeza y venganza, sus errores, su fascinación, su justo anhelo por lograr (en lo personal, en lo social) una vida mejor y “la búsqueda de su felicidad”, como advierte el artículo décimo de la Constitución de los Estados Unidos.
Lo que vendrá, luego de la encuesta del partido Morena en septiembre próximo, será la disolución de algunos de los partidos que hoy lanzan señales desesperadas como náufragos a la espera de su redención. ¿Qué fue de aquellos partidos de entonces, el PARM, el PPS, el PDM (sinarquista), el PSD, incluso el PMT y el PCM? Algunos se fueron al caño de la historia, otros se “fusionaron” en lo que hoy es el partido Morena. Y ya. Partidos los habrá por siempre; denuestos, también. El hambre de poder es lícita (vean a los leones del Discovery Channel), así que la condición humana acompañará a estos institutos bañándose en pureza y filantropía.
Que nadie se llame a engaño… así ha sido siempre; atrás, y atrás de detrás asoma enseguida la ambición por el dinero, y las estafas maestras, y el director de Pemex (Díaz Serrano) en la cárcel, los millones desaparecidos en la ex Consupo y las bolsitas cuajadas con dólares. Eso denlo por hecho… el problema es que no te sorprendan. Y si te sorprenden, pon cara de “yo no sé, fue mi administrador… ya había dejado yo el cargo”. Aquí, en España y en Japón.
El paisaje, entonces, no es nada alagüeño. Lo propuso Wajda en su película, cuando los sobrevivientes del campo de exterminio asoman a la libertad para descubrir que del totalitarismo nazi han pasado a un totalitarismo de signo contrario. El fragor de los cañones no puede durar por siempre, afortunadamente.