Documental Político
Emilio Trinidad
No había visto a un funcionario del nivel de Ricardo Monreal Ávila que sirviera tanto al presidente de la República y a su partido, y que fuera ignorado, rechazado y minimizado, de la forma en que lo ha hecho Andrés Manuel López Obrador.
La conducta del Ejecutivo federal frente a tan hábil y destacado senador zacatecano, que le ha dado no sólo muestras de lealtad sino de efectividad en su desempeño, ha sido no sólo grosera sino engreída y muy lejana a la conducta que presume tener de humanista, humilde y de hombre que profesa el agradecimiento.
Como si la lealtad no se nutriera de reciprocidad, López Obrador sólo espera de sus colaboradores y hasta de los representantes populares en la Cámara de Diputados y el Senado emanados de Morena, que lo complazcan, se arrodillen, le aplaudan, le hagan caravana, se humillen si es necesario para él, con tal de no contradecir o chocar con sus ocurrencias, arranques y desaciertos.
Orillado, empujado a la puerta de salida, tratado con desdén, el ex gobernador de Zacatecas ha aguantado todo tipo de metralla y mensajes claros de que no es considerado sucesor y por lo tanto, no debiera inscribirse en ese amañado y tramposo supuesto proceso de selección de candidato, en el que el único que decidirá quién abanderará sus causas es el propio presidente, que es dueño de Morena y de la simulada decisión.
Ricardo Monreal sabe que México se tiene que reconciliar y convoca todos los días a la mesura, a la reflexión, al entendimiento, a la valoración de opiniones distintas, a la apertura a diferentes corrientes ideológicas, a la suma de voluntades para caminar por un mismo rumbo, entendiendo que no se gobierna solo y se requiere de consensos para avanzar.
López Obrador decía que “había que serenar a México”, pero sus mensajes son de odio, de provocación, de descalificación, de rompimiento con quienes no comulgan con él y si es así, se convierten en enemigos, porque se está a favor o en contra de la Cuarta Transformación. Solo así.
El presidente quiere seguidores ciegos, mudos, sin iniciativa ni programa propio; que lo vean como el gran hombre que quisiera ser, sólo amado y venerado.
A Ricardo Monreal lo impulsan con desdén a la salida. Creen que su presencia estorba. Nada de lo hecho por él es agradecido, al contrario, consideran que debe agachar la cabeza, aplaudir y guardar silencio, por ello lo quisieron doblar encarcelando sin prueba alguna a su brazo derecho en el Senado, José Manuel del Río Virgen, quien purgó más de seis meses de encierro en el penal de Pacho Viejo, por la estupidez de un gobernador como Cuitlahuac García, de Veracruz, que se sintió dueño de la verdad que distorsionó con absoluta vileza.
Lástima que el presidente diga que ese ignorante funcionario es el mejor gobernador que se haya tenido en la tierra de don Adolfo Ruiz Cortines, y le dé crédito como un hombre limpio y de buen corazón que no se prestaría a una persecución política.
López Obrador debería considerar esa actitud y conducta para con un hombre que le ha servido sin titubeos ni dilación. Monreal Ávila ha caminado con él desde hace más de 25 años. Han estado juntos en las duras y las maduras. Se conocen al derecho y al revés. Monreal no debe irse porque es un político con madurez, experiencia y talento que debe ser aprovechado no expulsado.
Lamentablemente todo parece indicar que sus días dentro del partido guinda están contados. La oposición, que hoy no tiene un perfil de peso para competir en el 24, debería valorar la posibilidad de hacer a Ricardo Monreal Ávila el candidato que hoy requieren para participar con posibilidades reales de ganar, porque no hay alguien que despierte simpatías y llame a la reflexión, como lo ha venido haciendo el senador que siempre ha nadado contracorriente y ha triunfado.
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