Claudia Rodríguez
Cuando el candidato José Antonio Meade de la coalición “Todos por México” y su equipo de campaña –que por lo ventilado hace unos meses, es todo un ejército de gestores–, habrán caído en la cuenta de que ni el primer debate presidencial lo ayudó a colocarse en un sitio viable que respondiera a las aspiraciones priistas y de los acompañantes de otros partidos políticos en esta contienda de candidatos a la Presidencia de México; es indiscutible que se plantearon nuevas formas de trabajo, al grado que el mismo Meade señaló que piensa en un cambio de estrategia y hasta de elementos de su equipo.
Para algunos mexicanos que vemos el desempeño de Meade como candidato del presidente en turno, y ante factores como el tiempo que se agota hacia el primero de julio y su ubicación en un tercer lugar muy lejano del primero en las preferencias electorales; creemos que no debe pensar en cambios, sino que debió haberlos hecho mucho tiempo antes y por lo tanto ya ¡urgen!
Lo que se puede plantear al candidato priista disfrazado de ciudadano, es que la campaña del peligro-miedo y del odio, ya no está funcionando más que para quienes tienen la orden de ejecutarla y esparcirla.
La razón es que entre tanta violencia corporal e incluso al grado de cobrar vidas de manera más que escalofriante y dolorosa, los mexicanos nos rehusamos a seguir en esa escalada de terror y propagación de ideas con tintes de fanatismo.
Meade que horas después del primer debate presidencial tuvo que dejar de decir que fue el ganador, ha repetido entonces hasta el cansancio en todos los escenarios que se presenta, que López Obrador le tiene que entregar tres departamentos que están a su nombre, pese a que la prensa nacional y hasta el diario estadounidense The Wall Street Journal, han dejado claro, más allá de lo dicho por el mismo Andrés Manuel, que esos inmuebles, y sólo dos, están en litigio sucesorio.
No sé usted amable lector, pero no he escuchado una propuesta estructurada de ninguno de los candidatos presidenciales, con todo y las ansias de Margarita Zavala y Jaime Rodríguez “El Bronco” que con trampas, se colaron a la boleta electoral.
Quizá cuente el que al momento de explicar una estrategia, el adversario interrumpa, descalifique, se mofe, insulte y parezca que a poco estén para soltar un golpe en las llamadas mesas de discusión en Radio, Televisión e Internet, de los representantes de los candidatos a portar legalmente la banda presidencial, e incluso de los que aspiran a distintas gubernaturas en disputa.
Meade, quien cree tiene aún oportunidad en la contienda, no puede seguir haciendo lo mismo porque le dará iguales o peores resultados. Al candidato del presidente Enrique Peña Nieto y a los otros ubicados en la contienda que igual tienen el aval y empuje del mandatario federal, les rogaría que por bien de la sociedad, cambien su estrategia en positivo.
Sí. Queremos conocer el “remedio y el trapito” para cada uno de los flagelos nacionales. Hasta ahora, no hay claridad de los planes de gobierno, quizá un tanto por la réplica de irrupción burlona de los adversarios a Andrés Manuel. Empero, a todos los mexicanos nos queda claro el Plan de Amnistía del puntero en la elección presidencial, incluso porque sus adversarios lo llaman a locura, como si no se tomara en cuenta que ya en siete ocasiones, presidentes de nuestra propia República Mexicana, la pusieron en práctica para beneficio de algunos inculpados, no precisamente todos responsables del delito que se les imputaba.
Qué tal para refrescar la memoria: la amnistía a quienes se levantaron en armas del muy conocido a nivel internacional Movimiento Zapatista de Regeneración Nacional, en contra del Gobierno priista de Carlos Salinas de Gortari.
Acta Divina… José Antonio Meade, candidato a la Presidencia de la coalición “Todos por México” le insiste al también aspirante presidencial Andrés Manuel López Obrador de la coalición “Juntos haremos historia”; que está listo para recibir los departamentos que posee como patrimonio –según sus datos–, el segundo..
Para advertir… Permea en negativo del nivel democrático de un país; la violencia verbal, visual y de mentiras en las campañas.
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