Rúbrica
Por Aurelio Contreras Moreno
Mientras las “corcholatas” del régimen se dan vuelo celebrando actos anticipados de campaña por todo el país, desviando cínicamente recursos públicos para promoverse, la oposición luce sin rumbo, sin brújula, sin discurso y, por si fuera poco, exhibida en su ausencia de compromiso real con las causas ciudadanas.
La intentona de las semanas anteriores para debilitar al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), quitándole atribuciones para proteger los intereses de las cúpulas partidistas, desnudó la farsa de las dirigencias de los partidos que dicen encabezar a la oposición y defender a las instituciones, pero que a la hora de ver en riesgo sus canonjías y privilegios, no dudan en caminar de reversa sobre sus propios pasos.
Si la infame iniciativa para desdentar al Tribunal Electoral no avanzó –por ahora- en el Congreso no fue gracias a que los partidos hayan “entrado en razón”, pues tal cosa no ocurrió. Se debió a la presión ciudadana, que le dejó en claro a esas dirigencias convenencieras y doble cara que de continuar con su pretensión, se quedarían en el puro membrete.
Solo que la confianza es un valor muy difícil de construir, pero muy fácil de derrumbar. Y vista la conducta traicionera de los partidos de la alianza Va por México (Movimiento Ciudadano juega su propio juego, aunque hay que reconocer que nunca apoyó el bodrio ideado por Morena y el PRI y apoyado por PAN, PRD y los satélites del régimen), que estaban dispuestos a traicionar la moratoria constitucional que ellos mismos propusieron y a la que se comprometieron, ¿cómo creerles algo, cualquier cosa, que digan u ofrezcan?
Dirán algunos que una cosa son las actuales dirigencias partidistas (de las peores que se tenga memoria en los últimos 25 años) y otra los y las aspirantes a la candidatura presidencial. Y aunque eso pudiera ser cierto en teoría, tampoco es que haya demasiado de donde escoger.
Este lunes, el colectivo Unid@s convocó a un foro que en realidad fue una pasarela de aspirantes a la candidatura presidencial de la coalición opositora. Y el resultado fue revelador y demoledor.
Más allá de la mayor o menor claridad, visión, factibilidad y realismo de lo que cada aspirante planteó, lo que quedó al final fue un tufo a viejo, una desesperante ausencia de emoción y credibilidad hacia personajes que o ya tuvieron una oportunidad de marcar una diferencia y prefirieron seguir las reglas del sistema, o que tienen muy buenos perfiles administrativos pero no ganarían una elección ni de jefe de manzana, sin dejar de hacer notar a los notoriamente impresentables, representantes de eso mismo contra lo que una mayoría votó en 2018 y que no han acabado de entender.
En la pasarela opositora hubo apenas tres mujeres y ni un joven. El mensaje que se está dando a los dos sectores que en su conjunto integran a la mayoría de la población y del padrón electoral es, por decirlo suavemente, pésimo. Y así es como se sigue estructurando un discurso público que no permea, que no llama a la acción más que cuando surge desde la ciudadanía para defender las instituciones que se construyeron en las últimas décadas más allá y, en la mayoría de las ocasiones, a pesar de quién estuviera en el poder.
El tiempo se le acaba a la oposición, que sigue sin entender que basar su estrategia de posicionamiento exclusivamente en la diatriba contra López Obrador solo lo fortalece, porque es experto en victimizarse, mientras que deja de lado hablarle a la sociedad de aquello que le interesa y realmente necesita. Tomarla en cuenta y hacérselo sentir.
Pero está perdida en pasarelas, frivolidades y cuchilladas por la espalda.
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