Una mañana fría en París de 1931, en una de las bancas de Notre Dame, encontraron el cuerpo sin vida de la escritora y mecenas mexicana de artista e intelectuales, Antonieta Rivas Mercado, precursora del movimiento feminista impulsora y patrocinadora de la cultura.
Mujer cuya historia injustamente ha vivido bajo la sombra de sus amores y protegidos, cuando en realidad superó por mucho sus alcances.
Se había dado un tiro la mujer que había apoyado en la campaña presidencial, con gran parte de su fortuna y no menos de su pasión, del profesor universitario, creador del lema de la UNAM (por mi raza hablará el espíritu), fundador de la Secretaría de Educación Pública y que apostaba, entre otras cosas, a mejorar el alcance de la educación y dar el voto a la mujer, José Vasconcelos; el disparo se lo dio con la pistola de este, quien se negó a recibir el arma, cuando en la policía francesa quisieron devolvérsela. Vivieron un amor de película, el final no podía dejar de serlo.
Mucho se ha escrito de la trágica historia de Antonieta Rivas Mercado, de hecho hay una película México-hispano-francesa, “Antonieta”, basada en la novela de Andrés Henestrosa, película cuya filmación, como botón de la vida política mexicana, no estuvo exenta de polémica, se dice que la directora de RTC, hermana de López Portillo, entonces presidente de México, en su afán de darle más altura, quitó el papel protagónico a Diana Bracho, quien en ese entonces declaró tener mucho conocimiento del personaje de Rivas Mercado, pues su padre fue amigo personal de Antonieta, y había vivido muy de cerca el círculo en el que esta se desenvolvía, para dárselo a la actriz francesa Isabelle Adjani, que no tenía ni idea de a quien estaba representando, además que el director, español, tampoco ayudó mucho, pues de la novela de Andrés Henestrosa poco quedó.
En materia política, Vasconcelos pierde la campaña presidencial, víctima de un megafraude orquestado por Plutarco Elías Calles, creador del PRI, postulándose ganador Pascual Ortiz Rubio, estando a cargo un breve tiempo, pues renuncia a la presidencia, harto del control que ejercía Plutarco Elías Calles tras bambalinas; si, si usted cree que Salinas es nuestra primer y original mente malévola favorita se equivoca, hasta en eso fallan de originales, lo supera Plutarco, primer gran poder transexenal que vivió el México moderno, herencia política que ha sobrevivido hasta nuestros días, cuyo control solo se detuvo con Lázaro Cárdenas, quien estando ya en el poder, no permitió ser un títere más de Plutarco Elías calles, precisamente una noche de abril, la mandaron a don Pluti una guardia de soldados, para que educadamente lo invitaran a que se fuera a vacacionar muy “a la veracruzana”, a donde le diera su “rechingada gana”.
Y es que, si bien para los que apenas comienzan a abrir los ojos a la vida política de México, las cosas parecen bastante complicadas, los que tienen años en el oficio parece se están desquiciando; motivados unos por la esperanza de cambio que ofrece la 4T, otros por la fobia o la incredulidad hacia el proyecto de nación, lo cierto es que México vive otra oportunidad de despertar para nuestro adormilado país. En la campaña de Vasconcelos, guardada distancia por la diferencia que generan los actuales medios de comunicación, México vivió un despertar similar al actual, incluso Vasconcelos intentó volver a hacer campaña después del fraude, pero sin las “benditas redes sociales”, y con medios controlados, su intentó no pasó a más.
De manera que, en nuestro México tan cíclico, el que haya llegado a la presidencia alguien que fue víctima de fraudes electorales y que viva en estos momentos el golpeteo de poderes para quienes es incómodo, parece que va siendo hora de aplicar la misma invitación a nuestros modernos Plutarcos, aunque por la modernidad en la que vivimos, en la que desde Shanghái pareces estar en México, a la vuelta de la colonia donde naciste, el exilio o destierro parecen no ser suficientes.
Una vez más y ahorita que los tiempos son tiernos, no hay que olvidar lo que les hicieron a Lula y Cristina, si los perdonas esperando que cambien, después vendrán por ti, ni Lula ni Cristina tuvieron el apoyo popular como con el que se cuenta ahora para poder dar un manotazo y un giro radical a nuestra historia mexicana, tan dada a idas y vueltas del destino, a exilios y retornos, a héroes que fueron villanos y a villanos que escribieron la historia.
Que la tragedia de este año en Notre Dame, sea la liberación de un ciclo, catalizado por la tragedia que sufrieron el candidato y la mujer cuyo rostro, se dice, quedó plasmado en nuestro Ángel de la Independencia (su padre Antonio Rivas Mercado fue el arquitecto encargado de la obra y se dice que pidió al escultor usara el rostro de su hija como modelo de “la Victoria Alada”). Casualidad o destino, el salón de la Tesorería del Palacio Nacional, donde da sus conferencias matutinas el presidente de la República, también fue diseño de Rivas Mercado. Para alguien que quiere trascender en la historia, es tiempo de cambiarla.
Y a los extraterrestres, primero investiguen, después opinan.
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Si llegaste hasta aquí, y quieres 2 minutos más de dramático romance, los últimos escritos de Antonieta están llenos de drama, motivados por una confusa pasión. Precisamente por esa pasión, es víctima, creo, de una mala interpretación de la respuesta a su pregunta, eterno dilema entre lo que dice uno y entiende el otro, pues, me parece, Vasconcelos responde de una manera más retórica, acaso filosófica como era su costumbre:
No me necesita, él mismo lo dijo cuando hablamos largo la noche de nuestro reencuentro aquí
en esta misma habitación.
En lo más animado del diálogo, pregunté: “Dime si de verdad, de verdad,
tienes necesidad de mí.” No sé si presintiendo mi desesperación o por exceso de sinceridad,
reflexionó y repuso: “Ninguna alma necesita de otra, nadie, ni hombre ni mujer, necesita más que
de Dios. Cada uno tiene su destino ligado sólo con el creador” (Rivas Mercado 1987: 435).
Tomada la fatal decisión, aquí las últimas palabras en su diario:
Terminaré mirando a Jesús; frente a su imagen, Crucificado… Ya tengo apartado el sitio, en una banca que mira al altar del crucificado, en Notre Dame. Me sentaré para tener la fuerza para disparar. Pero antes será preciso que disimule. Voy a bañarme porque ya empieza a clarear. Después del desayuno, iremos todos a la fotografía para recoger los retratos del pasaporte. Luego, con el pretexto de irme al Consulado, que él no visita, lo dejaré esperándome en un café de la Avenida. Se quedará Deambrosis acompañándolo. No quiero que esté solo cuando le llegue la noticia (Rivas Mercado 1987: 436).