Levantada antes de los llamados desastres naturales, una encuesta que ahora reposa en los escritorios de los principales funcionarios de la Administración peñanietista muestra al jefe de todos ellos reprobado en términos de popularidad. Un escenario que quizá nunca imaginó el consentido de las cámaras y espectacular vida de telenovela: 4.8 por ciento de encuestados lo aplauden. El resto le lanza trompetillas.
Hay razones de sobra para imaginar que ese desplome en la popularidad del titular del Ejecutivo, tras las muy evidentes omisiones previo, durante y después de las lluvias lo dejan a él y a su gestión todavía peor parado.
Para empezar, que el nuevo arribo del PRI a Los Pinos –visto por algunos como esperanzador— ha resultado hasta ahora un fiasco. La economía se desplomó, crecieron y agravaron los problemas sociales, la violencia de los cárteles de la droga se exacerbó y, por si fuera poco, cayeron sobre el territorio nacional dos ciclones que lavaron el oropel de los discursos y desnudaron a la enorme corrupción y a la ineficiencia gubernamental, aún para resolver el conflicto que le plantean los maestros disidentes.
Como nunca, el país está para llorar.
Y presidencialista el sistema, al fin y al cabo, todos voltean hacia Los Pinos buscando una explicación, una excusa cuando menos.
¿Qué pasa con el Presidente? ¿Por qué lo reprueba la mayoría de la sociedad?
¿Por qué si –como rezan sus spots propagandísticos– Peña Nieto se mueve, o como decimos, siempre se le ve movido? ¿Por qué? Quizá porque nadie sabe a dónde va. O porque ese activismo del presidente, quien en vez de leer, conversar, dudar o meditar, simplemente se mueve, lo hace parecer más preocupado por satisfacer a un amo imaginario (el pueblo, los otros, las audiencias de la TV…) que de estar a la altura de las expectativas que conlleva el cargo que desempeña.
Otra razón puede ser el cobro de la factura a la soberbia con la cual se presentaron él y su equipo aún desde antes de la campaña presidencial. Una promesa reiterada de una gestión de excelencia, que no necesitaba de nadie y que ella sola –Pacto por México escenográfico de por medio—podía cambiar al país y resolver todititiitos sus problemas. Y como hasta ahora no lo ha logrado, sino más bien todo lo contrario, la sociedad le pasa la cuenta.
¡BENDITO DESASTRE!
Alguna vez, en una mesa con periodistas, preguntamos a Vicente Fox –quien recién había sacado de Los Pinos al PRI y “a patadas–, ¿qué le gustaba más de su nuevo empleo? Sin dudarlo un instante respondió: “¡la gira!”
Populachero, que no popular, Fox sabía como pocos que su ineficiencia como gobernante bien podía ser encubierta, disfrazada, con los ¡vivas-vivas!, las porras y la escenografía para las imágenes donde apareciera rodeado por el pueblo. Lo que quizá desconocía es que eran “acarreados” por su Estado Mayor Presidencial, que los identificaba y checaba para que ninguno se atreviera a salirse del guión.
La gira. La campaña permanente, pues. Y esa es la oportunidad que ahora mismo se le presenta al inquilino de Los Pinos para intentar, como lo hiciera en su momento el ahora neo-cacique de San Cristóbal, recuperar popularidad, disfrazar los problemas que enfrenta su gestión. ¡Vivas-vivas! de los desamparados, de los desplazados, de aquellos que como siempre nada tienen y, de seguro, nunca nada tendrán.
Oportunidad, otra vez, para apelar a las tácticas modernas de la política, basadas más en la imagen, aprovechando las facilidades que ofrece el control del electorado por parte de los medios de comunicación en la sociedad mediática que padecemos.
Oportunidad para que no se sepa si está gobernando o haciendo campaña.
Oportunidad para remontar, pese a las críticas de prácticamente todos los sectores que ven en las-reformas-que-el-país-necesita una amenaza a los intereses nacionales, a los de los grupos de presión, y aún a los bolsillos de la mayoría de los mexicanos.
Oportunidad para distraer.
De ahí, pues, el “peregrinaje” –para empezar– por las vastas regiones dañadas por la suma de corrupción, más ineficiencia, más cambio climático.
Ya sabemos que sigue, entonces, después del diluvio. ¿O no?
Índice Flamígero: En la encuesta que le refiero, también fueron “medidos” los secretarios del despacho presidencial y los gobernadores. De entre todos ellos, el mejor evaluado –por arriba de los 6 puntos– es el chihuahuense César Duarte. Quizá en su entidad no sepan que es pupilo o carga-maletas de Emilio Gamboa, ¿o sí saben y aún así?