Carlos Ferreyra
En las tediosas horas de soledad me brincan a la mente las ideas más extrañas, por ejemplo cuando vi a mi primer muerto matado.
De los muertos moridos según expresión de la abuela paterna, desde muy pequeño recuerdo una caja en la sala o en el patio de la casa , rodeada por sillas donde se ubicaban los dolientes que mientras permanecían en el velorio sostenían un constante bisbiseo de las jaculatorias y rezos propios para los difuntos.
No había más remedio porque en Michoacán todavía no había casas de pompas fúnebres, los velorios eran en cualquier lugar, en la casa del fallecido duraban toda la noche y en la mañana salían en caravana hacia el panteón civil donde ya estaba preparada la fosa.
Ni era novedad ni nos causaba la menor impresión a los pequeños de la familia. Otra cosa eran los muertos matados, tres de ellos hermanos de mi madre, bajados por una gavilla del tren que venía del Ario y fusilados allí mismo. Nunca se les mencionó ni para bien ni para mal aunque llevó el nombre de uno de ellos.
Tampoco se hablaba del hermano mayor de mi padre Francisco, aplastado por una carga de ferrocarril y sin que el abuelo permitiera comprobar su deceso y proceder a su inhumación.
Era habitual que a la voz de alerta chiquillos de 6 años hasta la preadolescente saliéramos corriendo a la plazuela de la soterraña, unos 100 metros hasta la plazuela de Zorrillo donde pleitos se dirimían entre borrachos con enormes cuchillos y machetes.
Se protegían con grueso chaquetón de lana o el acostumbrado sarape donde tiraban mandobles y cíngarazos, pero aparentemente sin propósitos reales de matarse.
Nuestro vecino, don Salvador, un hombre de conocida actividad como escolta personal de viejos políticos tuvo a bien descerrajarle una carga de escopeta al pobre infeliz que se había metido a nuestra casa y pretendía brincar a la del vecino. Del impacto el joven voló 15 m hasta el patio donde en los corredores tenía mi madre colgados sus pájaros cantores, y allí quedó tendido de espaldas mirando al cielo.
Mi hermano Alfonso y yo salimos de nuestra recámara ya con el muertito en el patio y nos le quedamos viendo fijamente, un rostro desmedrado, flacucho, de un joven apenas adolescente, los ojos muy abiertos sin expresar temor o sorpresa simplemente miraban.
Entró a la casa don Salvador nos tomó de la cabeza a mi hermano y a mí, nos revolvió el pelo y nos dijo: “…No le miren la cara la muertito, güeritos, porque es persona, vean el cultivo. Algún día ustedes tendrán alguno en su cuenta. Sigan mi consejo…”.
Mi padre se limitó con una mirada a nuestro cuarto, no tenía que decir nada, dimos la vuelta y nos fuimos a acostar uno frente al otro, sentados en la misma cama, mirándonos los rostros y sin saber qué decir. No estoy seguro si estábamos asustados, asombrados o simplemente sorprendidos.
Entendí, pasado el tiempo, que la muerte era fiel compañera de quienes habitábamos este mundo y comprendí, en mi fuero interno que no era algo en qué pensar o temerle.
Me imagino que ahora 80 años después doy por supuesto que pronto daré fin a mi ciclo de vida.
No me alarma, no deseo la muerte pero tampoco la rechazo, me parece que fui, en muchas formas, un hombre de fortuna con los mejores padres posibles, una juventud divertida y como adulto totalmente realizado en lo profesional, en lo humano.
Encuentro cierto consuelo ante la perspectiva de pronto reunirme con Male, mi Malenita, que en unos días cumplirá un año de fallecida dejándome en el peor de los desamparos y con una soledad interior que no encuentro cómo satisfacer.
Muchos episodios me llevaron a presenciar decenas, sino es centenas de personas de todas edades y todas condiciones sociales avecindadas por una grupera imbécil en centro América, por golpes de estado en Sudamérica y por la consabida represión del criminal Gustavo Díaz Ordaz en los acontecimientos del 68.
No dejo de tener presentes a quienes, rebeldes, ofrendaron su existencia en la búsqueda de justicia e igualdad.
Pero esos son múltiples recuerdos que no caben en este comentario.
Expreso públicamente mi esperanza de alcanzar a Male, mi Malenita, y estar con ella hasta el fin de los tiempos.