Joel Hernández Santiago
En general los periodistas están metidos en la talacha cotidiana y en el vértigo de los hechos. Esto hace que con toda frecuencia se olviden de sí mismos y hasta del tiempo que dedican a esta tarea. El tiempo que es su materia prima y su aliado pero también el famoso látigo con el que se flagelan a la manera de Truman Capote en “Música para camaleones”…
Y en esas andanzas de arriba-abajo y metidos en muchos ambientes y pocos empleos, les queda poco tiempo para reflexionar sobre sus quehaceres y la razón de su entrega a veces brutal a un oficio del que, se dice, es el mejor del mundo porque les otorga muchas satisfacciones, como podría ser la de estar en el lugar de los hechos, estar con quien opera la vida de otros, o la vida de otros que es del dominio público porque trabaja con recursos públicos. Así que lo mismo andan en algodones como corriendo en comal caliente. Y como si nada. Es cosa de todos los días.
Y quienes se dedican a este oficio que atrapa vidas incautas son, al mismo tiempo, queridos por muchos, pero también –y ahora con mucha más frecuencia- muy vilipendiados: o se es un “periodista corrupto” o se es “un periodista honorable”… depende de quién sea el personaje y también de quién se lo diga… “Fifí”; “Conservador”; “Neo-liberal”; “Mentiroso”… y tanto más.
En todo caso es fácil calificar una tarea que se desconoce. Al final el gobierno –los gobiernos- son los enemigos públicos del periodista, antes y ahora, porque éste, cuando es el de la verdad, tiene que dar a conocer los errores del quehacer político y de la función pública…
… Un poco a la manera de réferi de fut bol, los periodistas tienen que silbar cuando se comete una jugada y no se la pasan aplaudiendo una buena jugada: se sabe que quien lo hizo bien fue porque precisamente por eso está ahí y cumple con su responsabilidad de hacer bien las cosas. “Ah: ustedes no aplauden ¿verdad?” dijo Enrique Peña Nieto a la fuente de la Presidencia alguna vez.
El periodista es mal visto por el hombre público; ya gobierno o ya parte de la delincuencia y del crimen (a veces son lo mismo). Esto que ocurre en todo el mundo, se acentúa en México, en donde ser periodista –parafraseando a Ambrose Bierce-, en muchos casos es cometer eutanasia.
Mucho se puede decir del periodismo. Tantas historias, leyendas, anécdotas, vidas de héroes como de villanos (como se percibe a la lectura del libro de Enrique Serna, “El vendedor de silencios”).
Pero sobre todo no hay que olvidar que el periodismo mexicano está poblado de gente con una gran vocación, con una gran entrega, de tiempo completo, dispuestos a dar la batalla por su información, por su nota, por su crónica, reportaje o análisis y dispuestos a sentarse, ya noche, a tomar una taza de café mientras se hace el recuento del día que nunca es igual al día anterior.
Pues eso. El periodista en México, sobre todo aquellos que cubren asuntos del tipo político y social, y más en particular quien informa sobre criminalidad, crimen organizado, violencia, delincuencia y mucho más en ese territorio minado; como también aquellos que tocan las fibras del quehacer político y la función pública…: ese periodista corre peligro.
Y no es agradable decirlo, pero ocurre cada vez que se asoma la maldad para intentar aniquilar a la libertad de expresión que es, ni más ni menos, que la base de todas las libertades.
Todo esto viene al caso porque apenas el miércoles 30 de octubre el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) informó que “México es el país con más asesinatos de periodistas este año a nivel global, por ejercer su profesión y el séptimo con más impunidad en este tipo de crímenes”.
Esto es, que el CPJ dice en su Índice Global de la Impunidad (un registro que calcula el número de asesinatos no resueltos de periodistas como un porcentaje en relación con la población de cada país) dice que México es uno de los ‘peores países para ejercer el periodismo’. Dice que “México es un país con una problemática endémica y crisis de ataques y crímenes contra la prensa y la libertad de expresión. Y que esta situación ha empeorado prácticamente cada año desde 2008”.
Y agrega el mismo Informe: “En los últimos 10 años sólo un asesinato de periodistas por su labor ha conseguido una resolución judicial total, con sus autores condenados”. Sólo uno; y que gran parte de esta peligrosidad en México está en la “campaña de terror contra los medios”.
Las cifras de periodistas muertos en México son aterradoras. Tan sólo en lo que va de este gobierno, de diciembre de 2018 a la fecha, han muerto once periodistas, muchos han sido amenazados y muchos desplazados. Este es el panorama mexicano.
Sin ser la razón definitivo, a esto contribuye el mensaje adverso a los medios de comunicación en México durante este mismo periodo. La descalificación del trabajo periodístico crítico y la apología del periodismo “que está con nosotros” dice el gobierno de la 4T, hacen que el panorama se oscurezca aún más.
Y sin embargo el periodismo habrá de sobrevivir. Aunque urge, también, que se aplaque ese lenguaje de polarización en el que se sumerge al todo periodístico en México, sin considerar que muchas veces –como ya se ha dicho aquí mismo- la crítica corresponde a un ímpetu constructor…
…Ese ímpetu que lleva a mostrar errores y aportar ideas como una contribución para hacer mejor las cosas, para tener a un mejor país y con un gobierno que, en efecto, transforme para el bien de todos los mexicanos y no sólo para los que votaron en mayoría por el actual gobierno.
La libertad de expresión es fundamental en todo país democrático. Y si esta libertad es para todos, lo es aún más para los medios de comunicación y sus periodistas que habrán de ejercerla con responsabilidad, verdad y pluralidad. Es alimento para el bien de la Nación, para todo el país y para todo el Estado.
Toca al gobierno ser ese protector de este bien indispensable y no factor de insidia o de confrontación.