MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Cuando en el proceso electoral del domingo 12 de febrero de 1995 se alzó con el triunfo en las urnas el panista Alberto Cárdenas Jiménez, el Partido Acción Nacional registraba los de Baja California con Ernesto Ruffo y Héctor Terán, el de Francisco Barrio Terrazas en Chihuahua y los Carlos Medina Plascencia en calidad de interino y el de Vicente Fox, en Guanajuato.
En esos tiempos, las alianzas partidistas comenzaban a perfilarse como un frente opositor al Partido Revolucionario Institucional que se desperezaba de lo que consideró perenne permanencia en el poder, aunque en 1988 el desprendimiento de importantes cuadros como Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Ifigenia Martínez, Rodolfo González Guevara y Porfirio Muñoz Ledo buscaron hacerse del poder público del país fuera de su alma mater.
El PRI, empero, se confío en su histórica preeminencia partidista, pese a la sacudida que le aplicó el Frente Democrático Nacional y que evidenció la maniobra oficial para operar en contra de Cuauhtémoc Cárdenas, con el operador que siempre ha negado lo evidente, el hoy senador y apoyador de Andrés Manuel López Obrador, el entonces poderoso secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz.
Las plazas llenas, desbordadas que lograban lo mismo Cuauhtémoc como candidato presidencial de una izquierda mezclada con el priismo que había abandonado su militancia, que Manuel de Jesús Clouthier del Rincón, evidenciaban el creciente descontento contra el Partido Revolucionario Institucional que, gobernante y constructor de instituciones, operaba con métodos del porfirismo que presumía paz y orden, en un país donde no se movía ni una hoja sin la instrucción presidencial.
Pero, de pronto esa plazas llenas y, paulatinamente, las encuestas dejaron de ser garantía de triunfo de quien las lograba y encabezaba.
Por ejemplo, en el cierre de campaña en Guadalajara, en febrero de 1995, de los dos principales candidatos fue un falso indicativo. En esos días, pese a que las encuestas instalaban a Alberto Cárdenas Jiménez arriba en la preferencia del voto, se consideró que con un mitin espectacular, Eugenio Ruiz Orozco había mostrado músculo y que su triunfo era un hecho.
Pero, Alberto Cárdenas Jiménez, candidato del PAN, ganó la elección con un millón 113 mil 562 sufragios, es decir, 52.74 por ciento de la votación que fue de dos millones 111 mil 414. Eugenio Ruiz Orozco, candidato del PRI, obtuvo 783 mil 601 votos, que implicó 37.11 por ciento de la votación.
En tercer sitio, Mario Saucedo Pérez, abanderado del naciente Partido de la Revolución Democrática, obtuvo 84 mil 162 votos, es decir, 3.99 por ciento.
Fueron esos tiempos en los que las plazas llenas comenzaron a dejar de ser garantía de triunfo y en la mayoría de las campañas se optó por lugares cerrados, aunque el llenar el Zócalo de la Ciudad de México, se ha mantenido como una muestra de arrastre, suma de simpatías. Pero no garantía de triunfo comicial.
De ello supo Francisco Labastida Ochoa, a quien sus operadores de campaña festejaban cualquier frase y presumían que iba adelante en los momios, que las plazas estaban llenas de simpatizantes, cuando el acarreo es la praxis del negocio electoral, millonario negocio que ha enriquecido e incrementado riquezas de los responsables de la eufemísticamente llamada logística.
Y qué de las encuestas. Mire usted, Jesús Alberto Aguilar Padilla, fue gobernador de Sinaloa del 1 de enero de 2005 al 31 de diciembre de 2010, pero estuvo a un tris de no serlo, porque sus operadores le hicieron creer que iba arriba en la preferencia del voto de los ciudadanos sinaloenses.
Era, algo así como más de 30 puntos, muy parecido a lo que ocurre con Andrés Manuel López Obrador en este momento y que, incluso aquellos que lo criticaban –en pasado reciente—lo dan como el virtual triunfador de la jornada electoral del domingo 1 de julio.
Pero, bueno la tarde-noche del domingo 14 de noviembre de 2004, cuando habían cerrado las casillas y comenzó a gotear la información de los sufragios emitidos, se evidenció el cuño de las encuestas que daban por adelantado que Aguilar Padilla ganaría con más de 30 puntos.
De ese techo se fue reduciendo el margen, hasta quedar oficialmente con una votación de 427 mil 585 sufragios, el 46.86 por ciento de la votación total que fue de 912 mil 569, contra 416 mil 205 votos, 45.61 por ciento, del panista Heriberto Félix Guerra. El margen fue de 1.25 puntos porcentuales con el que ganó el priista. ¿Le creemos a las encuestas?
Además, las plazas llenas con candidatos besando niños y abrazando ancianas, disfrazados de lugareños con atuendos que no les quedan y mensajes sin sustento, no son garantía de triunfo. Y el debate puso en su sitio a los aspirantes a la Presidencia de la República. Conste.
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