Luis Farías Mackey
El sábado hablamos del parasitismo del obradorato y mi querido Pepe Newman me observó que centre mi análisis sólo en el papel del parásito, sin ahondar en el del organismo anfitrión: “El parásito es un organismo vivo y sano cuyo comportamiento es conocido: buscar las condiciones q le permitan sobrevivir, multiplicarse y preservarse como especie. El resto de los organismos, potencialmente invadibles por los primeros, son y están en iguales situación de buscar y propiciar las condiciones que les permitan sobrevivir y multiplicarse para perseverar como especie. ¿Entonces?”
En el fondo estamos en una lucha de fuerzas que Nietzsche reconocía como la vida misma, donde cada fuerza pretende hacer más de sí en permanente lucha con otras que, sin embargo, necesita para lograrlo. La ciencia le llama simbiosis: “asociación de individuos animales o vegetales de diferentes especies, sobre todo si los simbiontes sacan provecho de la vida en común”.
Pepe me hace ver que las simbiosis pueden ser benéficas, neutrales o perjudiciales, según los organismos y interdependencias involucradas. Por ejemplo, en el intestino humano habitan bacterias que ayudan al organismo a digerir alimentos que aquél por sí mismo no puede, de suerte que en lugar de atacarlas las abraza, proporciona un ambiente estable y nutrientes para su subsistencia. A esta simbiosis se le califica de mutualista por ser mutuamente benéfica.
Existen bacterias en nuestra piel superficial que se alimentan de nuestras células muertas sin afectar al organismo, a esta simbiosis se le llama comensal, las bacterias comen nuestros desechos y nos limpian sin dañarnos.
Finalmente viene la simbiosis parasitaria, donde el hospedado vive a expensas del huésped que se ve perjudicado.
Toda simbiosis, pues, implica una relación compleja y variada, la mayoría son benéficas o inofensivas en una interdependencia de sobrevivencia, otras son patógenas.
Ahora bien, hay organismos débiles que pueden ser invadidos por agentes patógenos, como el de un catarro o una neumonía, o bien una pandemia ante la cual ningún organismo cuenta aún con las defensas requeridas por su novedad o mutación. Pero también encontramos organismos sanos e inmunes, en condiciones plena de sobrevivencia a toda invasión patológica; por igual, en el supuesto de una pandemia, que logran los cuidados necesarios para no sufrirla o bien sufrirla con riesgos atemperados.
Luego entonces, si se me permite la metáfora, nuestra metástasis obradoriana tiene su correlato en un organismo social debilitado, inerme, omiso, comodino, apático y en gran parte miedoso. También en lo que he venido repitiendo como tesis central, la falta de una verdadera ciudadanía capaz de detectar charlatanerías y vellocinos de oro, aunque ya sabemos que somos seres que preferimos creer la fabulación más absurda que aceptar la realidad más contundente. Finalmente, la depreciación de la política como un sistema de vida colectiva y solidaria fue el primero invadido por el elemento patógeno del individualismo y el mercado, sin darse cuenta que sin los lazos comunitarios los hombres no sólo quedaban inermes ante el Estado y el mercado, sino, también, de cara a todos los poderes facticos y hoy globales que se han venido apoderando de los Estados y del mercado mismos, de las finanzas, de las comunicaciones, de la violencia y finalmente de la humanidad.
El hecho, y agradezco a Pepe, es que si hay obradorato es porque nuestro organismo social no tuvo la consistencia, la fortaleza ni la voluntad para serle inmune, ni para combatirlo ni para expulsarlo, ni, como hasta hoy, sanarse.
La pregunta es: ¿podremos?




