La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Si alguien les explicara que El Principito lo escribió un adulto
La decisión de disminuir la edad para ser diputado (ahora se podrá desde los 18 años), así como también, para ejercer como titular de una secretaría de Estado (se redujo a 25 primaveras), es como muchas de las iniciativas aprobadas en San Lázaro, un despropósito.
Es claro, que la inteligencia no tiene edad, se puede ser una niña, un adolescente, una mujer madura o un anciano inteligentes, sin embargo, el conocimiento para dirigir un país debe ir aderezado con un ingrediente ineludible: experiencia.
En todas las culturas ancestrales, la edad avanzada era un requisito para alcanzar puestos de dirección, un ejemplo de ello es el sanedrín judío (del cual derivó el Senado), la sabiduría era indispensable para ingresar y la misma, se adquiere a lo largo de la vida.
En instituciones sólidas, como las Fuerzas Armadas o la Iglesia, nadie es general o cardenal (por norma), a los 25 años, mucho menos a los 18, se requiere una buena hoja de servicios.
¿Qué papel puede desempeñar un preparatoriano como diputado?, claro está que la edad tampoco garantiza eficacia, por lo tanto, lo importante es impulsar la formación académica y práctica (servicio profesional), para tener servidores públicos eficientes y probos.
Para rematar, una ilustrativa anécdota: en el período de Luis Echeverría, surgió el INFONAVIT, todo iba bien, pero las cosas se atoraron en la cuota que debían aportar los obreros. En la reunión definitoria, un imberbe tecnócrata propuso que fueran 20 pesos, bajo el argumento de: ¿qué son 20 pesos? ¡todos lo pueden pagar!
Uno de los líderes obreros presente, pidió un receso e hizo un encargo a un asistente, el tiempo pasó y cuando finalmente retornó, venía cargando una caja de huevos, ante una señal la vació sobre la mesa y se desparramaron varios kilos de tortillas, sorprendidos, todos se miraron, hasta que el líder acotó: mire muchachito pendejo, esto son 20 pesos.