Por Aurelio Contreras Moreno
En su edición del mes de octubre, la revista Nexos publica un sobrecogedor reportaje titulado “Las desaparecidas de Veracruz”, de la autoría del periodista e investigador Falko Ernst (http://www.nexos.com.mx/?p=33903).
En la pieza, se describe un episodio escalofriante, sucedido en los inicios del sexenio de Javier Duarte de Ochoa, el 28 de noviembre de 2011: la desaparición de un grupo de mujeres, jóvenes y hermosas, a manos de la delincuencia organizada, y cuya característica era que dispensaban servicios de “damas de compañía” para la clase política veracruzana y para los jefes criminales asentados en la entidad, con quienes “convivían” en las mismas reuniones.
Escribe Falko Ernst: “servían de adornos para los amos de Veracruz y para las lujosas fiestas en las afueras de Jalapa (sic), en las que se autocelebraban y donde forjaron pactos y negocios. Este poder que parecía intocable las proveía de la ilusión de ascenso social y de protección. Resultó efímero y fatal. No vieron que para una clase política-criminal construida sobre la destrucción deliberada de la vida humana, siempre iba a prevalecer la lógica innegociable de la autoprotección. En cuanto sus narrativas de lo que -y a quiénes- habían visto empezaron a reemerger en la vox populi, su degradación a portadoras desechables de información comprometedora fue automática. Las ocho desparecidas del 28 de noviembre fueron contratadas para una fiesta que nunca iba a tener lugar. Las demás se desvanecieron bajo circunstancias similares”.
Entre octubre de 2011 y febrero de 2012, refiere el reportaje, desaparecieron en Xalapa 50 mujeres con las características mencionadas, en lo que el periodista califica como una “campaña de limpieza”.
Los habitantes de Xalapa lo recordamos bien. Decenas de carteles fueron colocados en esos años en las calles de la ciudad buscando jóvenes desaparecidas en la región, de las cuales nunca ha vuelto a saberse nada. Iniciaba uno de los periodos más funestos, violentos y mortíferos de la historia de Veracruz.
El gusto de la clase política veracruzana por rodearse de bellas jovencitas para satisfacer sus irrefrenables impulsos –y en muchos casos, traumas- sexuales fue siempre un secreto a voces desde el sexenio de Fidel Herrera Beltrán, un consumado depredador que convirtió el palacio de gobierno, la Casa Veracruz y hasta los vehículos oficiales en casas de citas, en las que él y sus cercanos daban rienda suelta a una de sus concepciones sobre lo que implicaba estar “en la plenitud del pinche poder”: saciarse con el mayor número de mujeres posible, siempre jóvenes y exuberantes, a las cuales se les daban encargos secretariales inútiles y hasta sin sentido con tal de tenerlas cerca para cuando al “señor” se le ofreciera una “audiencia”. Y ni siquiera se molestaban en disimularlo.
Aunque en mucho menor medida, durante el sexenio de Javier Duarte continuaron esas prácticas de comercio sexual para el solaz de los políticos en horas de oficina, que ahora les encargaban a las “damas” manejar redes sociales para tenerlas ocupadas en lo que llegaba la hora de que las llamaran a la oficina del “señor”. O bien, para llevarlas a fiestas donde algún encumbrado político se aparecía enfundado en una indumentaria de “sheik” árabe y disfrutaba de la fantasía de tener un harén. Al fin y al cabo, para eso tenían “todo el pinche poder en la mano”.
Ahora nos enteramos que además de explotarlas sexualmente, también las mataron.
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