Javier Peñalosa Castro
Como suele ocurrir en las precampañas electorales por la Presidencia desde 2000, han comenzado su labor de zapa los corifeos de los más poderosos partidos políticos y de la cauda de rémoras que los siguen, empeñados todos en colgar el sambenito de populista a Andrés Manuel López Obrador, a quien, muerto Hugo Chávez, comparan hoy con su sucesor como presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, como epítome del populismo, y se les llena la boca al pronunciar esta palabra, a la que atribuyen una enorme carga negativa, y con la que lo etiquetan sin más pruebas que la reiteración goebbeliana de esta ocurrencia para intentar minar su posición de fortaleza a través de la descalificación.
El PRI y sus adláteres, así como ese muégano infame formado por PAN, PRD y MC, están actualmente enfrascados en la disputa por la nominación presidencial. En el caso del tricolor, aparentemente existe resignación entre los suspirantes para acatar los designios del dedo del gran elector, como ocurre desde la prehistoria dinosáurica de ese instituto político, aunque también es previsible que alguno de los que se han quedado en el camino ejerza su “derecho de pataleo” y que quienes hayan llegado a la “liguilla” por el título de candidato lleven a cabo algún tipo de forcejeo en aras de obtener algún hueso o canonjías para sí o para familiares y socios.
Simultáneamente, el PRI ha enfocado sus baterías hacia el llamado Frente Ciudadano PAN-PRD-MC a fin de desplazar a este infame mazacote del segundo lugar en las preferencias electorales, lo cual ha sido facilitado con movidas como la renuncia de Margarita Zavala al PAN, la campaña de denuncias —atizada desde el gobierno— contra la riqueza inexplicable acumulada por Ricky Ricón Anaya y el acomodo de Ernesto Cordero como líder del Senado, promovida por el finísimo golfista Emilio Gamboa Patrón, a quien se sumaron algunos otros calderonistas de hueso colorado, dispuestos a brindar su apoyo en algunas batallas legislativas de naturaleza bajuna que habrá de protagonizar el PRI y algunas otras lindezas que seguramente estamos por ver. Todo a cambio de una rebanada de poder que les permita minar a la actual dirigencia del PAN.
Ciertos de quién es el adversario a vencer en los comicios de 2018, estos grupos de priistas, panistas y ahora perredistas que hacen causa común con la derecha, satanizan a AMLO por su presunta inclinación hacia el populismo (cualquier cosa que eso signifique para ellos), aparentemente sin recordar el buen gobierno que encabezó el tabasqueño durante los seis años que estuvo como jefe de gobierno del otrora Distrito Federal, con todas las complejidades y particularidades que ello implica.
Los programas que entonces fueron criticados por populistas —la pensión universal para los adultos mayores, los apoyos y becas para estudiantes de escasos recursos, madres solteras y otros grupos sociales vulnerables y un larguísimo etcétera— fueron retomados primero por el dueto Fox-Calderón y después por Peña Nieto. Todos ellos, en un afán auténticamente populista, han incorporado estos programas como mecanismos de control del voto, lo cual quedó evidenciado en los recientes comicios que tuvieron lugar en el Estado de México y Coahuila, donde el PRI recurrió a toda suerte de artimañas para imponer a sus candidatos.
Para ellos es populismo entregar mínimos subsidios a los ancianos si lo hace otro, pero no si el programa es del gobierno en turno (del PRI o del PAN, que son lo mismo); pensar en la autosuficiencia alimentaria, como se plantea el dirigente de Morena, es populista, pero no lo son programas asistencialistas como Oportunidades y Procampo, impulsados por el prianismo. Proponer que el petróleo mexicano se refine aquí para abaratar el costo de las gasolinas es populista, aunque todas las grandes petroleras privadas del mundo tengan en esta actividad una de sus principales fuentes de ingresos; subsidiar a pequeños empresarios y productores, como ocurre en todos los países capitalistas —incluido Estados Unidos, por supuesto— es populismo cuando lo propone otro, pero no cuando se trata de captar el “voto verde”.
Según quienes detentan el poder político a la par que el económico, aumentar el presupuesto destinado a la educación y el desarrollo científico y tecnológico es populista; mejorar el sistema de salud para que llegue a las comunidades más marginadas también es populista. Seguramente ello obedece a que en estas propuestas no hay suficiente margen para las concesiones, el otorgamiento de contratos leoninos y el saqueo descarado de las arcas, como ha ocurrido, de manera cada vez más escandalosa con los llamados gobiernos neoliberales, que hacen palidecer a sus antecesores más emblemáticos dentro de la cleptocracia.
Pese a toda esta argumentación repetida hasta la náusea, y a que, en su momento se dejarán sentir las campañas negras auspiciadas por las televisoras, los textoservidores enquistados en la mayoría de los medios y la intervención de las redes sociales, es tal el descontento que existe hacia el sistema de gobierno que, por primera vez, se vislumbra la posibilidad de impulsar un cambio de rumbo en beneficio de la mayoría de la población, de fijar límites racionales a la concentración de la riqueza y aprovechar el patrimonio de los mexicanos como palanca de un verdadero desarrollo, basado en la educación, el desarrollo científico y el fomento de las actividades económicas que llevan a cabo decenas de miles de pequeños y medianos empresarios a lo largo de todo el País.
La lucha definitivamente será sorda, como lo evidencia el cese del titular de la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Electorales (Fepade), Santiago Nieto Castillo, tras haber revelado que fue presionado por el exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, para que se retirara la investigación como presunto receptor de sobornos por parte de la brasileña Odebrecht y su eventual desvío para financiar la campaña presidencial de Peña Nieto en 2012. Sin embargo, el hartazgo está llegando a su límite, y con ello se ve al alcance de la mano la posibilidad de un verdadero cambio de rumbo en 2018.