Por Aurelio Contreras Moreno
El culebrón del oportunismo político en tiempos de desgracia presentó su nuevo capítulo, con el Partido Revolucionario Institucional como el protagonista de esta tragicomedia.
Para no quedarse atrás en la feria de simulaciones de la corrección política post-sísmica, el dirigente nacional del PRI, Enrique Ochoa Reza, se sumó a la peregrina propuesta de desaparecer el financiamiento público a los partidos políticos –el planteamiento de moda que arranca el aplauso fácil del “respetable”-, y como en el caso de todos los demás líderes políticos, le puso de su cosecha e incrementó la oferta de la subasta.
El priista planteó que además de anular las prerrogativas para los partidos políticos, se desaparezca también la figura de los legisladores federales y locales por el principio de representación proporcional, también conocidos como plurinominales.
Igual de populista que las demás propuestas que en cascada se han presentado a raíz de los enormes daños causados por los sismos del 7 y 19 de septiembre pasados, la eventual medida –para la cual también es necesario que exista de por medio una reforma constitucional- ha recibido variadas muestras de aprobación popular, con todo y que si un partido está severamente desprestigiado en nuestro país, ése es el PRI.
Pero resulta que esta pretensión lleva una jiribilla bastante perversa, cuyo objetivo es, como es prácticamente el de todas las proposiciones que han hecho los partidos en la última semana, mantener sus privilegios mientras se simula que se renuncia a los mismos.
La figura de la representación proporcional surgió de una reforma legal todavía más antigua que la que dio lugar a nuestro actual sistema político-electoral: la de 1977, al inicio del sexenio de José López Portillo, quien hizo campaña por la Presidencia de la República sin rival de partido alguno enfrente, lo cual obligó al régimen a buscar que al menos el Congreso de la Unión se abriese a la pluralidad política.
Fue de esta manera como la izquierda y otras expresiones políticas emergentes han logrado desde entonces espacios en el Poder Legislativo en México. Sin los diputados y senadores plurinominales, probablemente las cámaras nunca hubieran dejado de estar bajo el dominio absoluto del PRI.
Y tal parece que los priistas del siglo XXI se acaban de enterar de ese detalle y buscan regresar 40 años atrás en la historia de nuestro país. Porque el principal beneficiado de que desaparecieran los plurinominales sería, invariablemente, el PRI. A nivel federal y local.
Baste con observar la actual composición de las cámaras de diputados y senadores. La mayoría de los legisladores que arribaron al Congreso de la Unión por la vía de la mayoría relativa son los priistas, que gracias a las redes tejidas durante los pasados 80 años mantienen una fuerte hegemonía distrital en todo el país.
La jugada es tan inteligente como perversa. Si se desaparecen los plurinominales, los partidos que perderán más posiciones en el Congreso de la Unión serán todos los demás, y no el PRI. Incluso, sería el fin de los partidos chicos y emergentes, cuya oportunidad de obtener representación legislativa sería prácticamente nula. Aunque en algunos casos, quizás no fuera tan mala idea.
Y aun cuando el Revolucionario Institucional perdiera la Presidencia de la México -como indican en este momento todas las tendencias que podría ocurrir-, si mantiene la mayoría en las cámaras, quien llegase a Los Pinos en su lugar estaría sometido y maniatado por el PRI desde el Congreso de la Unión.
En conclusión, en estos días de emergencia y desastre los partidos políticos nos han demostrado en toda su magnitud lo populistas, oportunistas y tramposos que son. Pero eso sí, nada pendejos.
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