Joel Hernández Santiago
El 15 de octubre de hace 40 años, que es hoy mismo y que fue en 1978, ocurrió un hecho fenomenal; un hecho insólito; uno que separó los mares y produjo estruendos en las montañas del sur y luces de colores a distancia infinita; un día en el que México dejó de ser un sueño querido y pasaría a ser el ‘alfa’ en la vida de un ser humano.
[Una regla no escriturada en periodismo es que uno no debe hablar de sí mismo, a menos que ‘sí mismo’ tenga razones particulares para hacerlo, como es que se acumule la nostalgia-la morriña-la saudade-la añoranza. Es el caso de ‘mí mismo’… Y tengo argumentos qué ofrecer]
Nací en Oaxaca hace ¿cuántos años? ¿Me acuerdo? ¿No me acuerdo? Fue un año en el que no pasó nada de relumbrón; no hubo ni ocurrió una batalla gloriosa; ni se descubrió el hielo, aunque dicen que el sonido de la radio traía los éxitos de entonces en el mundo: se estrenaba “Hotel de los corazones rotos” con Elvis Presley; “I’ve got you under my skin” cantaba ese año Frank Sinatra y Doris Day se preguntaba: “Qué será, será, whatever will be, will be…”
… Y que en México se escuchaba: “Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo” y mi preferida de siempre: “Quizás-quizás-quizás”… Pues ese año nací en mi tierra oaxaqueña de silencio y chirimía, también.
Mis primeros años ocurrieron acá mismo, entre aromas de nísperos, toronjas, aguacates, limones, tortillas blandas y tlayudas recién hechecitas en el fogón de leña y cuyo aroma y sabores me han acompañado a lo largo de la vida: en la felicidad y en los quebrantos.
Así que por mis venas corre mole negro, téjate, horchata con tuna y nuez, y la sangre indígena de mis padres y mis abuelos y mis ancestros, que es sangre zapoteca.
Y desde que me mandaron al DF he andado en muchos ambientes y pocos empleos. Esto lo da el periodismo. Uno toca mundos y formas de vida distintos; conoce a mucha gente y pregunta y pregunta: porque la base de nuestro trabajo son dos palabras sencillas como intensas y responsables: ¿Por qué?… las mismas que anulan toda arrogancia y soberbia.
Lo que hacemos los periodistas es muy serio. Se trata de ser rigurosos y estrictos con lo que vemos-oímos-palpamos-preguntamos-vivimos, pero sobre todo estrictos con nosotros si queremos ser vistos con seriedad por quienes nos leen-ven y escuchan; y por quienes nos observan con lupa y nos diseccionan desde la distancia del poder.
Luego, tenemos que estar seguros de lo que vamos a informar o analizar; siempre investigar y checar nuestra información. Esto que parece sencillo es el vía crucis de nuestra profesión, a riesgo que de no hacerlo caigamos en el adjetivo y en el desahogo personal. Al final del día, ya en el silencio con nosotros mismos, deberá quedar la satisfacción de haber dicho la verdad y nada que no se pudiera probar…
Después de muchos andares por tierras cercanas o lejanas, uno quiere regresar para encontrar el ombligo enterrado por nuestra madre, de forma amorosa, en el patio de la casa natal. De esto ya hemos platicado aquí. En todo caso hay que regresar luego de todo, para buscar sombra y cobijo.
Cada vez vengo más a Oaxaca porque acá me siento muy a gusto, entre mi gente y mis paisanos; siento como que recupero la ruta; me emociono infinito e imagino que nunca salí de aquí porque aquí sigue mi infancia corriendo, jugando, gritando y calladito en oración, siempre en mi infancia que todavía es y que regresa a San Sebastián Tutla, porque ahí está mi sangre.
Y esta es la simple y sencilla razón:
Este 15 de octubre de 2018 se cumplen cuarenta años de que este periodista-editor-pata de perro, supo que los sueños son realidad.
Ese día, azorado y nervioso, pisé por primera vez la redacción de un medio de comunicación. Fue en Radio Educación, en el DF, y llegué de la mano de un maestro que lo fue siempre, como son los maestros que de verdad lo son, aunque ya no estén: Miguel Ángel Granados Chapa.
Nos conocimos en la Universidad, él como mi maestro de “Régimen de los medios de comunicación en México” y yo como aquellos ‘Muchachos locos del 78 aquel’, su alumno que quería saberlo todo, aprenderlo todo y llegar a cambiar el mundo con mi sola presencia periodística. Esto último no se ha cumplido, ¡Chin!
Él me tuvo confianza suficiente para dar los primeros pasos ahí. Fue difícil, pero aprendí lo que es este mundo del periodismo, sus responsabilidades, sus quehaceres y sus jornadas interminables. Luego él mismo me condujo a la Revista Razones y también a UnomásUno: todo al mismo tiempo.
De ahí en adelante lo que tenía que ser era ser fiel a la vocación, lejano ya del escepticismo de Gregorio Marañón con aquello del ‘espejismo de las vocaciones’. Y, lo dicho, he andado en muchos ambientes y pocos empleos y he sido muy feliz haciendo lo que más me gusta en la vida y porque, además, no sabría hacer otra cosa… O si: ‘Un oaxaqueño que fruta vendía’.
Ya hace cuarenta años de esto que les relato en un piñón. Ya hace 40 años de aquel 15 de octubre de 1978. El maestro Granados Chapa ya no está, pero guía mis manos cuando escribo lo que pergeño. Y sí está mi gran maestro Carlos Ferreyra Carrasco, y muchos más, queridos. Espero no ser la vergüenza de sus enseñanzas.
Quise compartir esta gota de sudor con ustedes en un acto de desvergüenza y contrición. Gracias por permitirme celebrar con ustedes aquí, con una copita de mezcal, esta fecha para mí tan llena de nostalgia y de alegría.
El abuelo estaría muy contento, seguro que sí, aunque me diría lo de siempre: “¡Ya sabes, derechito ¿eh?!” … “Por alto esté el cielo en el mundo. Por hondo que sea el mar profundo…”.
jhsantiago@prodigy.net.mx