Luis Farías Mackey
Mucho de bien ha dejado el remedo de democracia participativa envuelto en el engendro de revocación de mandato: nunca como hoy el mexicano ha cuestionado y valorado su derecho al voto. Jamás nos habíamos planteado en lo individual y colectivo la pertinencia y trascendencia de nuestro sufragio y responsabilidad ciudadana. Nunca pensó López Obrador que su charada derivaría en una reflexión política ciudadana a profundidad sobre el poder de las urnas. Ha logrado, precisamente, lo contrario a lo que busca: él pretende hacer befa y escarnio del voto ciudadano, y lo único que ha logrado es apreciarlo.
Morena aspiraba a mostrarse como la democracia envuelta en huevo y sólo acreditó su talante soez, soberbio, sometido, mediocre y falsario. Su victimización ha caído por abajo del ridículo y su farsa no engaña ni a sus clientelarmente sojuzgados.
Dicho lo anterior, paso a la discusión del momento: votar o no votar en la revocación.
Votar es una decisión soberana. Si se opta por votar o no votar será determinación de cada quien y —espero— que, a diferencia de otras veces, no sean las tripas las que manden, sino el cálculo y la razón.
Yo ya me he decidido por el no y no fue un trance fácil. Mi convicción democrática y formalismo jurídico me inclinaban a cumplir con mi obligación constitucional por sobre mi derecho y a no desperdiciar y menos aún abdicar de mi calidad ciudadana.
En ese tenor, el razonamiento del consejero Murayama no es menor: “En una elección no hay ningún porcentaje asignado para que sea vinculante, siempre es vinculante. En la consulta de revocación de mandato, cuando la Constitución dice que para que sea vinculante se necesita que el 40% del padrón electoral participe, la ley está infiriendo que aquella parte de la población que decide no votar, también está influyendo en la decisión. La Constitución le da peso, tanto a quien participe, como al que no; a diferencia de una elección”.
Ciro le llama Abstención Activa y tiene un punto fino que no es posible obviar: cuando el constituyente permanente fija un umbral de participación, otorga un carácter vinculante al peso electoral de quienes, en su caso, impidiesen con su ausencia en las urnas alcanzar el 40% obligatorio.
Pero mi resolución, sin embargo, es más pedestre y menos elucubrada. No falto a mi obligación política ciudadana de votar, ni reniego de la democracia si no voy a votar este próximo 10 de abril por una sencilla razón: porque ni esto es democracia, ni el voto reúne sus características sublimes de la soberanía inmanente, ni puede desprenderse valor alguno de una farsa.
Me hago cargo y resalto que basta y sobra decir “Por el NO” para que se entienda que es por el no votar, no por el que no se vaya, o no se quede, o los galimatías varios en que ha querido confundirnos; porque la discusión hoy en México no es la revocación sino qué hacer con nuestro voto. López Obrador a impuesto a tal grado su demencia en la política nacional, hasta el grado de ser la disyuntiva verdaderamente ciudadana no obsequiarle, ni siquiera, nuestra presencia en las urnas.
Estamos ante el mayor fraude ciudadano que jamás se haya intentado en la historia universal; burlar democracia con la democracia, a la ciudadanía y al voto con una puesta en escena narcisista, delirante, absurda e impotente.
López Obrador muestra en todo su esplendor el nulo aprecio que le guarda a los ciudadanos y a la democracia, utilizándolos de trapeador de su egocentrismo.
¡Jamás la democracia había caído tan bajo!
¡Jamás fue tan traicionada en su nombre y dignidad!
Todo lo que ahora vemos: albazos legislativos inconstitucionales, el gobierno tirado de cabeza en una pantomima de auto-destituirse, violación flagrante de hasta la misma ley de la gravedad y absurdos delirantes y contorciones propias de actos circenses sin red de contención, es porque López y sus huestes recuerdan que han perdido más elecciones de las que han ganado. De hecho, las del 21, si no fuera por el narco, la violencia y los programas del bienestar convertidos en todo lo que criticó durante 18 años, no hubieran ganado nada.
Bueno, hasta el circo romano de juicio político contra Lorenzo Córdova y Ciro Murayama en una puesta en escena que ni Cómodo ni Calígula se hubiesen atrevido.
Lo que tú decidas será lo correcto. Si quieres votar en su contra, es tu derecho y nadie te lo puede prohibir. Si decides no hacerlo, es tu derecho ciudadano. Si, finalmente quieres ir a votar, como dice la propaganda prohibida para #Quesiga, adelante, espero lo hagas convencido y sabedor de que te están viendo la cara y que luego asumas las consecuencia de tu decisión.
Me quedo con la que me dijo Woldenberg en entrevista: “La política tiene que hacer sentido”.
¿Le hayas sentido a la revocación de mandato? Con base en tu respuesta decide.