Recuerda el escritor Vicente Leñero a José Agustín a quien conoció cuando era reportero de la revista Claudia.
“Desde los borradores iniciales me entusiasmó De perfil. No se lo dije abiertamente a su autor, para no envanecerlo, pero me sentía privilegiado por estar descubriendo a un muchacho que desde su condición de mu chacho narraba testimonialmente su mundo inmediato con ardides de gran escritor.
Esa era la gran verdad porque no sólo los personajes de José Agustín eran desmadrosos; él mismo vivía el desmadre para escándalo de sus jefes en la vida cotidiana de la revista.
Un día se le ocurrió poner cojines sueltapedos en las sillas de todo mundo.
Otro, llenó de sal las azucareras para el café. Y en una ocasión se introdujo en el despacho del gerente Sodupe —un hombre solemne como el que más— y con una navajita, por el reverso de los botones del saco negro colgado en el perchero, cortó uno a uno, finalmente, los hilitos que lo sujetaban. Cuando el señor Sodupe llegó y se puso el saco para salir a una reunión importante, los botones desenhebrados cayeron al suelo como canicas.
Desde nuestro escondite miramos divertidos la travesura. José Agustín reía y reía dando brinquitos.
Más risa, más brinquitos. Apenas concluyó José Agustín la versión definitiva de De perfil y la llevó a la editorial Joaquín Mortiz, Gustavo Sainz y yo fuimos con Díez-Canedo para recomendársela con entusiasmo.
Él nos pidió que aguardáramos a que la leyera, como lo hacía en ocasiones, sin recurrir a informantes. No tardó mucho, una o dos semanas.
—¿Le gustó, don Joaquín? Adivinábamos que sí, pero se hizo el remolón. Era una novela larga para la serie El Volador sólo destinada a libros breves, pero muy prematura, dijo, para Novelistas Contemporáneos. No tenía otras colecciones donde podría caber la novela de un chaman desconocido.
—Pero sí le gustó, don Joaquín.
—Déjenme pensarlo.
José Agustín comía ansias:
—Si él no me la pública, se la voy a dar a Giménez Siles para Empresas Editoriales.
—Espérate, nada mejor que Joaquín Mortiz.
Por fin lo mandó llamar Díez-Canedo. Yo lo acompañé.
—En Novelistas Contemporáneos definitivamente no. La vamos a sacar en El Volador aunque sea en un tipo diez en once.
—¿De veras? —pregunto José Agustín emocionado. Giró para mirarme, feliz, y se puso a dar de brinquitos en la oficina de la editorial.
Semanas después fui a comer al Bellinghausen con Joaquín Díez-Canedo. A pesar del ruido le tenía fidelidad al restorán.
Me preguntó:
—Oiga, ¿por qué brinca José Agustín?
—Así es él cuando se pone muy contento con algo, le da por brincotear de puro gusto.
—Está muy loco ese muchachito, ¿no?
Tenía razón Díez-Canedo. José Agustín estaba y ha estado siempre muy loquito. Es, para mí, un loco genial.
(Guillermo Correa)