Pongamos las cartas sobre la mesa. En pleno 2024, el mundo está avanzando a toda velocidad hacia la tecnología, y ¿qué pasa en nuestro bello y lento México? Seguimos con un sistema educativo que más bien parece sacado del siglo pasado. Mientras en otros países los estudiantes están aprendiendo a usar inteligencia artificial y robótica desde la primaria, aquí seguimos discutiendo si metemos tablets a las clases. ¿Quién tiene la culpa? El monopolio del Estado.
Sí, lo digo sin miedo a equivocarme: el control absoluto del Estado sobre la educación nos está metiendo en un hoyo. Es un sistema obsoleto, ineficiente y que responde más a los intereses políticos que a lo que los estudiantes realmente necesitan. Y mientras eso siga así, olvídense de ver a México como un país de innovación. Ya es hora de que se hable en serio de privatizar el sistema educativo.
¿A quién le beneficia este sistema? A los burócratas y a los sindicatos, no a los estudiantes. ¿De qué nos sirve tener a la Secretaría de Educación Pública, con un aparato educativo enorme, si lo único que hace es producir jóvenes que no están listos para competir en la economía digital? La educación se ha convertido en un campo de batalla político donde las reformas son lentas y los cambios se hacen por decreto, no porque haya un interés real en mejorar.
Si un alumno quiere estudiar algo avanzado, como programación o robótica, tiene que esperar hasta la universidad (si es que llega). Para entonces, en países como Estonia o Corea del Sur, los niños ya están desarrollando sus propios proyectos tecnológicos. Nos estamos quedando atrás, y lo peor de todo es que parece que a nadie le importa, es más, nuestros políticos ni enterados están.
Todos hemos escuchado historias de niños con un talento e inteligencia sobresalientes que, por falta de recursos, están atrapados en un sistema educativo mediocre que no les permite desarrollar su verdadero potencial. Estos jóvenes podrían ser los próximos científicos o emprendedores que México necesita, pero no tienen la oportunidad de crecer ni de ofrecer su sabiduría al mundo.
Si algo he aprendido como empresario es que la competencia lo es todo. En el sector privado, las empresas compiten por ofrecer el mejor producto, el mejor servicio, la mejor tecnología. ¿Por qué no aplicar este mismo principio en la educación? Si privatizamos el sistema educativo, las escuelas competirían por ofrecer la mejor formación tecnológica, por atraer a los mejores maestros, por preparar a los jóvenes para los retos reales del mundo. No habría excusas. O te adaptas o desapareces. Así de simple.
Y no, privatizar no significa que solo los ricos tendrán acceso a buena educación. Eso es un mito que nos venden para seguir sosteniendo este elefante blanco. Lo que significa es abrir el campo para que haya variedad de opciones educativas. ¿Escuelas especializadas en tecnología avanzada? Sí. ¿Modelos educativos adaptados a las demandas del mercado laboral? También. La libertad de elección es clave, y la competencia asegura que haya calidad.
El mundo no está esperando. En países más avanzados, los estudiantes ya están usando inteligencia artificial para aprender matemáticas, o realidad virtual para estudiar historia. En México, seguimos anclados en métodos arcaicos porque el sistema no tiene incentivos para cambiar. No nos engañemos: el futuro está en la tecnología, y necesitamos un sistema educativo que esté a la altura. ¿Qué tan difícil es entender que si no usamos la tecnología en la educación, no vamos a formar innovadores?
Ya hemos visto ejemplos de cómo la tecnología transforma la educación. Finlandia, con su sistema educativo descentralizado, es un ejemplo claro de cómo la innovación surge cuando le das libertad a las instituciones. Aquí, con un sistema tan centralizado y rígido, cualquier cambio real parece imposible.
Ahora, me van a decir que la privatización va a generar más desigualdad. Falso. Lo que genera desigualdad es un sistema que no le da a las nuevas generaciones las herramientas para competir en un mundo globalizado. La privatización acompañada de tecnología asequible es el camino para democratizar el acceso a una educación de calidad. Piensa en los cursos en línea, las plataformas de enseñanza digital, las academias tecnológicas que surgen todos los días. Todo eso es parte de un ecosistema que no depende del Estado para avanzar.
Si privatizamos la educación, podríamos ver un auge de estos modelos tecnológicos accesibles para todos. Se podrían aplicar modelos como los vouchers educativos, que son una especie de subsidio directo a las familias, permitiéndoles elegir la escuela que mejor se adapte a las necesidades de sus hijos. Estos vouchers garantizarían que las personas sin recursos puedan acceder a la misma calidad educativa que aquellos con mayor poder adquisitivo, porque el Estado proporcionaría los fondos directamente a los padres, en lugar de controlar la oferta educativa. Este modelo ya se utiliza en países como Suecia, Chile y algunos estados de Estados Unidos, donde ha permitido que las familias de bajos recursos puedan acceder a escuelas privadas de alta calidad. Así, no se trata de dejar a los más vulnerables sin educación, sino de darles las herramientas para que puedan elegir lo mejor para sus hijos. La competencia genera calidad, y la calidad genera mejores oportunidades para todos.
Ya basta de justificar lo injustificable. El monopolio del Estado en la educación no nos ha traído ni calidad ni innovación. Es hora de romper ese monopolio y dejar que el mercado haga lo suyo. Solo así lograremos preparar a nuestros jóvenes para un futuro lleno de oportunidades tecnológicas. Privatizar la educación no es un capricho, es una necesidad. Porque si seguimos con este sistema obsoleto, México seguirá condenado a ser un país de segunda en términos de innovación.
La pregunta no es si debemos privatizar el sistema educativo. La pregunta es: ¿por qué seguimos esperando?