La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Para muchos políticos, la justa medianía es un propósito de Año Nuevo
El ex presidente, Enrique Peña Nieto, encabezó el sexenio con mayor corrupción de la historia reciente, por lo tanto, aunque alegue que todo su patrimonio es legal, el veredicto social señala que sus bienes son mal habidos.
Es muy probable, que nunca haya una investigación oficial seria, para determinar que ilícitos cometió y cuáles son leyenda urbana, así pues, el mexiquense tendrá que aguantar vara por todos los señalamientos que se le hagan, le conviene verse en los zapatos de Carlos Salinas.
Pero volviendo al tema de las sospechas, uno de los elementos por el que los mandamases son remitidos al tribunal popular, es por sus casas. Trátese de un alcalde, de un diputado, un jefe de la policía o, en este caso, del ex presidente, las y los señores siempre habitan moradas que superan, con creces, sus ingresos salariales.
El ciudadano de a pie, que sufre para pagar la renta o que entra en insolvencia cuando adquiere un crédito hipotecario para comprar una vivienda de interés social, tiene claro que los palacetes (por lo general de mal gusto), de los integrantes de la clase gobernante, no se pueden adquirir en pagos chiquitos, a partir de ello, la suposición hace el resto.
La descomposición de la clase política mexicana es tal, que el cinismo se convirtió en su valor ético primordial, la crítica les vale madre (Alito dixit), la ley es una pieza de museo y el erario público, la gallina de los huevos de oro.
Entrar a la administración pública, se convirtió en sinónimo de enriquecimiento ilícito, no de vocación de servicio, eso es lo que permea en nuestros días por más que se diga lo contrario, los ejemplos son contundentes…y sobran.
Se requieren más que buenas intenciones para combatir este flagelo: madrazos, no balazos.