Luis Alberto García / Moscú
*Joao Havelange no distinguió entre buenos, malos y feos.
*Bajo presión militar, los incas fueron eliminados en 1978.
*Ese marcador era necesario para alcanzar la final contra Holanda.
*John Ludden y Santiago Roncagliolo, entre los críticos que lo denunciaron.
* “Teníamos que hacer cuatro goles, y acabamos haciendo seis”: César Menotti.
“Mientras el velo de la noche se cerraba sobre el cielo oscuro de Rosario, y una media luna hacía su primera aparición de la velada, 38 mil argentinos rezaban pidiendo un milagro, y el país entero contenía el aliento ese 21 de junio de 1978 en el interior de estadio Cadviolo –el `gigante de Arroyito´-, porque los anfitriones debían marcar cuatro goles para alcanzar la final de su Mundial”.
Así recuerda el escritor británico John Ludden el juego Argentina vs. Perú –en el capítulo titulado “Por un puñado de dólares” de su libro “Los partidos del siglo”- en el cual narra que la situación se debía a la victoria decisiva que había logrado Brasil al vencer (3-1) a Polonia esa misma tarde.
En otras palabras, los once hombres de César Luis Menotti elegidos para vestir la camiseta celeste y blanco no podían permitirse caer derrotados ante tan apasionado respaldo, con un resultado final que obligó a decir al director técnico que “se cuestionó el resultado porque estábamos obligados a ganar por cuatro goles y acabamos haciendo seis”.
Ludden tomó el nombre para titular así la décima segunda parte de sus textos de una película de Sergio Leone -interpretada por Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee van Cleef entre 1964 y 1966-, integrante de una célebre trilogía de “western spaghettis” que completaban “El bueno, el malo y el feo” y “Cuélguenlos más alto”.
Tuvo que pasar casi medio siglo de historia mundialista para que el torneo más importante de mundo llegara a una nación en donde el futbol –como ocurre exactamente igual que en Brasil- el futbol es más que una pasión, una manera de ver y vivir la vida en espera del domingo para asistir a los estadios.
La X Copa del Mundo en Argentina, se daba en un contexto en el cual la dictadura de Jorge Rafael Videla generó preocupación por un violento autoritarismo –entre desaparecidos, torturados y muertos- que poco importó a la Federación Internacional de Futbol (FIFA) y a su recién estrenado presidente, Joao Havelange, quien no distinguió -como en la película de Leone-, lo bueno, lo malo y lo feo de ese evento ni de otros.
El clima era tenso, aunque finalmente el gran escándalo no tuvo nada que ver con la situación política ni con el pronunciamiento del Movimiento Peronista Montonero (MPM) que denunciaba esas atrocidades en “Este partido lo gana el pueblo”, un documento que, con argumentos irrebatibles, denunciaba el terror de Estado impuesto desde el 24 de marzo de 1976.
Ocurrió que, sin duda, lo sucedido en la segunda ronda entre Perú y Argentina fue la nota y lo que dejó su huella en el certamen llevado a cabo por quinta vez en un país latinoamericano, después de Uruguay, Brasil, Chile y México.
La competencia se dividió en cuatro grupos, cada uno con igual número de equipos, sin semifinalistas, y únicamente aquellos que obtuvieran el primer sitio de su sector ganarían el derecho de disputar la final del 25 de junio en el estadio monumental del River Plate, en el barrio de Núñez, a poca distancia de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), principal centro de detención y tortura del régimen militar.
Los anfitriones –Fillol, Holguín, Galván, Passarella, Tarantini, Larrosa, Gallego, Kempes, Bertoni, Luque y Ortiz- quedaron ubicados en el subgrupo B, acompañados por Polonia, Brasil y Perú, que, dirigido por Marcos Calderón, alineó a Quiroga, Duarte, Manzo, Chumpitaz, Rojas, Quesada, Cueto, Velázquez, Cubillas, Muñante y Oblitas.
Argentina había vencido (2-0) a Polonia y empatado (0-0) con Brasil, manteniéndose invicta, aunque con diferencia de dos goles a favor y con un choque por disputarse, lo cual significaba que debían vencer a los peruanos en su último duelo de esa fase por diferencia de cuatro tantos, tarea que tenía matices de hazaña.
Fanaticada rosarina apoyó a morir a la selección, conocedora de la complicadísima situación que debían sortear para llegar a la última decisión que sería contra Holanda, en busca de una gloria necesaria para un pueblo sometido por la bota de los militares, y éstos requeridos de triunfos que sirviesen como parte de un circo distractor ante sus crímenes sin nombre.
Los incas superaron con relativa facilidad la primera fase y no eran rivales a modo, al contar con figuras de la calidad de Teófilo Cubillas y Juan José Muñante, en tanto los pamperos salieron con todo para lograr algo casi inalcanzable, sin que Menotti guardase nada, con Luque, Bertoni, Ortíz y Kempes como delanteros titulares.
Apuntalados por Fillol en el arco, Galván y Pasarella en la defensa, los celestes buscaron descuadrar a sus visitantes desde los primeros minutos del juego: Kempes a los 21 y Tarantini a los 43 de la primera mitad anotaron por los argentinos, y7 a partir de éste la lluvia de goles llegó.
Una vez más Kempes –al ´46-, Luque en dos ocasiones –al ´50 y ´72-, y Houseman rubricando al ´67, pusieron las cifras definitivas al marcador: Argentina lo había logrado; pero la sospecha de que algo estaba arreglado radicaba en que Ramón Quiroga, arquero de Perú, era argentino de nacimiento, y poco antes se había naturalizado peruano.
La duda consistía en si Quiroga no había reunido un mínimo de ética deportiva; si Perú se había dejado ganar por miles de dólares o si su representativo había entregado el juego a petición del gobierno del general Francisco Morales Bermúdez, amenazado por Videla con asesinar a ciudadanos peruanos secuestrados, de no dejarse ganar por esa media docena de goles.
Así lo denunció Santiago Roncagliolo en su “non-fiction novel” -quien uso el sugestivo nombre de “La pena máxima” (Editorial Algaguara, México, 2014)- al sumarse a las críticas de parte de la prensa internacional, que reaccionó con extrema dureza, al asegurar que los militares influyeron de otras formas que favorecieran a la selección argentina.
Para la mayoría de los aficionados y el gobierno de Videla, el triunfo fue más que legal, y después Argentina derrotara a la llamada Naranja Mecánica holandesa para, por fin, ser campeones mundiales, aunque, sin duda, ese titulo ha sido cuestionado por lo sucedido ante Perú que, nunca de los nuncas, ha podido quedar libre de sospecha.
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