Luis Farías Mackey
Hablamos ayer del precariato, un estado compartido de inestabilidad e incertidumbre, pero también de insuficiencia de medios y recursos. México, bajo tal concepto, se hace precario, de precari, es decir, de ruego y suplica, de igual raíz que plegaria: implora por su desastrada situación.
El obradorato, nadie lo puede negar, no fue ya la esperanza de México, ha sido su perdición. La realidad y el tiempo han empezado a pasarnos las facturas de sus desmesuras: indigencia de medicinas, colapso de los sistemas de salud y educación, derrumbe de la economía, la infraestructura y la instituciones que sobreviven; caos alimentario y campesino, violencia desmandada, extravío diplomático, Estado fallido. El resto lo engordan desastres naturales entre sequías e inundaciones, aderezadas con desastres gubernamentales, aún más nocivos. Al menos la madre Tierra nos ha dispensado de un terremoto.
Pero la precariación no sólo es rogativa, es también descomposición, y así como se ha estropeado la infraestructura carretera, aeroportuaria, de servicios públicos, de seguridad, hospitalaria y educativa, más un largo etcétera, se precarizan nuestras vidas, nuestras relaciones, nuestras conversaciones, nuestro entendimiento, la vida toda.
Las otrora instituciones insignias son hoy ruinas sobre aguas anegadas, nuestra cultura se ha cubierto de hollín, ignorancia y chicharronería; la ignominia y la zafiedad hacen hoy ostentación, nuestra conversación se ha banalizado y polarizado, no se comunica, se afrenta; la verdad es un valor extraviado, la libertad es sediciosa y enemiga de la transformación hecha mortaja. La vida misma ha perdido toda valía.
Nuestro entorno mismo se ensombrece, se puebla de incertidumbres, se vuelve tórrido, hostil, mugriento, vulgar, triste, lastimoso.
México hiede, quizás sea porque muere. Vivirlo no entusiasma, el futuro aterra, el pasado no alcanza para apaciguar nuestro pasmo y saturación.
Pasear por el centro de la Ciudad de México es casi un viaje al averno; su suciedad, pestilencia, abandono, miseria y horror lo dicen todo.
Grupos de crimen organizado controlan los pozos de agua y el negocio de pipas de la misma sin que el gobierno pueda con ellos, como con el huachicol, La Barredora, un pinche senador viajero frecuente, Culiacán, los extorsionadores de todo tipo y nivel fe negocio, las batisenadoras deschongándose, su partido mismo.
Por sus los conoceréis y no, no hay obradorato, hay precarización y gandayez.




