Luis Farías Mackey
El hombre no es solamente finito, es esencialmente precario. En palabras de Uranga: “un deseo de completar su ser insuficiente”.
De allí, sigue hablando Uranga, que tengamos que “explicar la manera cómo se elige la plenitud de ser que falta a un hombre determinado”, a esto llama “proyecto fundamental”.
Como toda finitud, sólo se tiene un ser concluido cuando muere. Es entonces cuando podemos conocerlo en su totalidad, antes de ello es un hacerse permanente. A veces en construcción, a veces en desplome, otras en negación, las más de las veces en simple apariencia o en imitación que parte de negarse a sí mismo. Porque el proyecto fundamental, la definición y determinación de la plenitud buscada implica, primero, hacerse cargo de nuestras insuficiencias; segundo, idear, crear en nuestro pensamiento esa realidad propia de la que carecemos y ni siquiera se conoce, y; tercero, “convertir a las ideas en retazos del mundo, objetivarlas”.
Hoy me quiere referir a la primera acción, que ni siquiera se toma como tal: el pensar.
En un mundo de datos e información vertiginosa —ver “La caverna digital. Muerte del pensamiento”. Luis Farías Mackey. Amazon.com—, en la “Barbarie de los datos”, como le llama Adorno, todo se nos da dado, es decir, empaquetado, cerrado, listo para consumir; inexpugnable, incontrovertible. ¿Para qué pensar, entonces? Además, dicen, ya tenemos la “Inteligencia Artificial”, el nuevo vellocino de oro de los ilusos.
Pero, a diferencia de lo que se cree, el pensamiento no es algo ajeno al mundo, no brota espontáneamente ni en el mundo de las ideas de Platón. El pensamiento es producto de nuestra más cercana realidad, emana de lo que la vida nos pone enfrente como cuestionamiento. Otra cosa es que no queramos ver y menos cuestionarnos. No hay pensamiento que no nazca de una herida, de un desgarre, de una negación: “Con el saber de un no saber comienza el saber esencial del pensamiento” (Heidegger).
Por supuesto, la mayor de las veces el hombre reacciona maquinal y condicionadamente; los experimentos de Skinner lo muestran de forma científica, como bien me lo ha explicado mi querido José Newman. Pero, aún así, siempre cabe una posibilidad de libertad, de locura, de impredecibilidad; algo verdaderamente humano. Un accidente, diría Uranga, esa insuficiencia y precariedad que expresando nuestra falta de ser abre la fisura que nos conecta con lo infinito, lo desconocido, lo imposible, lo improbable: con lo no “dado” porque aún no es sabido, porque aún no es dato.
La precariedad del ser humano, ya lo hemos dicho, nos sitúa entre el ser completo y la nada. Esa zozobra entre el ser y la nada, ese existencialismo, es la llave para lo inesperado, para lo verdaderamente humano, para lo genial, para el acontecimiento: lo inesperado para Kant, lo “absolutamente repentino y contrariador” para Nietzsche; la “impredecibilidad humana”, para Arendt; el nuevo comienzo de San Agustín.
El pensamiento tampoco es, como muchos creen, infértil. El pensamiento busca solucionar la realidad en la realidad misma: transformarla. Nuevamente Uranga: “No hay intención que no preanuncie una realización o una acción, y en el caso del filósofo, eminentemente, las soluciones corren parejas con la modificación del mundo. No están por un lado las ‘especulaciones’ del filósofo, y por otro las cosas, sino que, en un inextricable abrazo, las cosas hacen a la ‘especulación’ y la ‘especulación’ a las cosas”. El pensamiento crea algo nuevo, que aún no existe, un ideal que ilumina el deseo de consumar nuestra incompletitud.
Por eso los clásicos hablan de discurso y acción; donde el pensamiento irriga a ambas: el discurso es la verbalización del pensamiento y ambos el sentido de la acción. La facticidad, el mundo de los hechos, viene en dos presentaciones: el mundo del ser, como la gravedad, los temblores, los huracanes, que responden a las leyes de la naturaleza; y el mundo del deber ser, que responde a un sentido, a un propósito, a un valor, a una voluntad: al pensamiento; a la libertad.
El hombre es un ser precario, pero pensante. Si fuésemos ya algo terminado y completo, para qué entonces el pensamiento.
Por igual: ¿Para qué el pensamiento sin proyecto fundamental, sin hambre y sed de completitud, sin sentido en la acción, sin más razón de ser que ser como sé es y no como un deseo irrefrenable de ser más, de ser mejor, de ser distinto?
Por eso urge recuperar a la política de la nada para el pensamiento… antes que ya ni éste tengamos.