Héctor Calderón Hallal
Gira el mundo sobre su propio eje una y otra vez e, inexorablemente, el tiempo que es el más eficaz de los mentores, se empeña en demostrarnos a los mexicanos el tamaño de nuestra confusión y de la sentencia ejecutoria que nos trae ese gran error, adjuntada al reverso.
Ese cheque sin fondos que se nos expidió el mismo 1 de julio del 2018 por la noche, lo hemos tratado de cobrar ya en la ventanilla del banco del populismo y la sorpresa que nos hemos llevado no ha sido leve: a las sucursales del banco ese no se permite el acceso a nadie que no sea un damnificado endémico y clientelar de la economía estatal o del atraso socio-cultural de este país, condición esta última también ya institucionalizada.
Aquel cheque que hasta hoy sabemos, ni tiene fondos ni se podrá cobrar por ningún mexicano ‘aspiracionista’ que no forme parte de la llamada ‘extrema pobreza’, nos fue dado a los mexicanos que votamos por la nueva opción que representó el ahora presidente López Obrador, como garantía de un gobierno sensato, sensible, racional, serio, incluyente, que nos llevaría de inmediato a “una civilización donde el lenguaje del perdón y del amor, sustituirían al del clasismo, el racismo, el robo, la traición y la mentira” (AMLO dixit), en que habríamos vivido desde la época en que fuimos colonia del reino europeo.
Nos equivocamos, indefectiblemente… otra vez.
Este es un gobierno que al igual que los gobiernos pasados, del PRI y del PAN, prefirió convertir su administración en fábricas perpetuas -y a gran escala- de pobres y oprimidos, antes que volverse impulsora de un país con una clase media vigorosa, mayoritaria, que paulatinamente le sustraiga pobres al sector correspondiente y los torne ‘clasemedieros’ con capacidad de compra, de consumo, que puedan acceder gradualmente a los beneficios de la educación, la salud, la cultura, le seguridad social y, desde luego, a la tan ansiada permeabilidad o el ascenso social.
Así es como se concibe un estado de progreso y de justicia: con una clase media mayoritaria, abundante, dominante, como sucede en las principales economías del mundo… lo demás es romanticismo jurídico y utopía.
Según AMLO, ya en un plan de reivindicación de sus exabrupto mañanero cuando estuvo descalificando a lo largo de la semana comprendida del 21 al 25 de junio pasados, asumiendo una postura de magnánimo y todopoderoso, dijo que él pretende “crear una nueva clase media mexicana, que no sea ambiciosa, ni discriminativa, ni racista, ni clasista”.
Desafortunadamente la configuración socioeconómica de una nación no se consigue por decreto de la noche a la mañana o en una sola generación de individuos.
Mucho menos, dispersando dinero proveniente del erario público a los pobres. La bolsa pública tiene fondo y se debe tener claro que no hay dinero que sea de ningún gobierno, propiamente… porque ningún gobierno o burocracia produce riqueza.
Los individuos , los ciudadanos de una nación, convertidos en contribuyentes para su hacienda pública, son quienes crean la “riqueza” del fisco o el tesoro de una nación.
El gobierno maneja dinero de los ciudadanos. No se puede entonces hacer ricos a los pobres, dispersándoles recursos que se tienen que restituir, pues fueron confiados al estado para el desahogo de pendientes de naturaleza social o general de la población.
Para dispersar riqueza entre los pobres, el gobierno tiene que crearla primero… y eso sólo se da con la creación de nuevos empleos, con generación de condiciones propicias para que suba el salario y no exista el riesgo inflacionario, ni la carestía, etcétera.
Tampoco una nueva clase social (media en este caso, como la añora el presidente) se crea con buenas intenciones constitucionales, como las contenidas en la parte dogmática de nuestra Constitución Política, que es un auténtico catálogo de buenas intenciones.
¿De qué sirve tener por ejemplo, una Constitución que se ostente como garante de los derechos humanos de sus habitantes, si en la realidad el sistema económico no los puede garantizar?
¿Cómo tiene un ciudadano mexicano garantizado su derecho a la vivienda, si el valor de su trabajo está por los suelos, según lo refleja su percepción salarial?… ¿O su derecho a la salud, en cuyos agonizantes programas e instituciones gubernamentales, el prerrequisito dominante es la formalidad?
Y no hablemos de la calidad y pertinencia en estos días de esos servicios.
O… ¿Cómo hace válidos un gobernado los preceptos constitucionales de derechos humanos (de primera generación) como el derecho a ser juzgado por tribunal competente… o a que el estado le brinde la seguridad pública mínima?
Por favor; estos derechos son los que menos garantiza este Gobierno Federal. Ni la seguridad pública ni el acceso a la justicia competente y expedita.
Ni esos derechos humanos, que son prerrogativas o atributos inherentes a la persona humana sin importar condición alguna, puede el Gobierno de México actual garantizar.
Es un gobierno ineficiente e irresponsable… de ocurrencias, para decirlo más acertadamente.
Con un presidente al frente que no tiene claro siquiera el concepto de pueblo ni de clases medias.
Este presidente no tiene guion alguno, ni plan estructurado. Así como va llevando –lírica o espontáneamente- la conferencia mañanera a diario, así despacha absolutamente todos los temas de la agenda nacional y eso… aunque suene divertido –o disruptivo- para decirlo en el tan socorrido lenguaje de los ‘nuevos científicos y teóricos sociales’ sin método ni reglas, no es nada bueno en un hombre de estado… hay que decirlo a la gente; hay que hacerlo ver.
Las grandes acciones del hombre, de hoy y de la antigüedad, se han hecho con base a disciplina y orden; con método, con protocolos, con seriedad.
Pero volviendo al tema de la falta de orden mental, de protocolos y de seriedad del presidente López Obrador, así es como AMLO fue midiendo –de forma empírica- la efervescencia o el desinterés popular en aquel memorable –por absurdo- tema de la rifa del avión presidencial y que, conforme fue viendo la desilusión y el nulo interés de la población mexicana, así le fue ‘bajando al volumen’ de la difusión del asunto hasta diluirse por completo.
Y también –por ejemplo-, así fue sintiendo la amenaza de recibir una andanada de vídeos y evidencias comprometedoras de corrupción de sus allegados de la 4 T, provenientes de sus enemigos de la mafia del poder, que fue ‘bajándole de volumen y de testosterona’ al tema de Emilio Lozoya Austin que, dicho sea de paso, pudo haber sido el gran golpe a la corrupción en su sexenio y hasta hoy, todo pinta para ser el gran ‘fiasco’ . Al parecer ni siquiera pretenden continuar la investigación.
Es hasta hoy, el acto más vergonzoso de toda la administración lopezobradorista.
Pero el tema que más ha evidenciado su ausencia de planificación en cada acto de gobierno, lo es sin duda el rubro de la Guardia Nacional.
Con este cuerpo especializado no han sabido francamente qué hacer desde el principio.
Se ‘embarcaron’ o los embarcó en él Alfonso Durazo.
Mientras al inicio de su sexenio y antes, incluso, prometió la creación de un cuerpo de seguridad “de carácter civil”, poniendo énfasis en este atributo pero sobre todo, “no autoritario”, haciendo alusión casi siempre que el cuerpo que le antecedió en sus funciones de seguridad pública, la Policía Federal fue un “soberano fracaso” según López Obrador, porque incurrió en corruptelas y “estuvo al servicio de la mafias del poder y sus métodos para someter siempre al pueblo y no a las minorías”, hoy nos damos cuenta, a casi tres años de que aquel discurso prejuicioso e insistente, no fue más que un embuste más del ahora Jefe del Ejecutivo y su equipo de colaboradores.
Hoy, la llamada Guardia Nacional, aún con cien mil elementos, no sólo no resuelve el problema de la inseguridad y se ha reducido en los últimos días, a labores básicamente asistenciales para con la población civil, en el Plan de Vacunación y algunos otros programas de tipo social del presidente y su administración… y ya va de vuelta, a estar bajo el control de la Secretaría de la defensa Nacional (Sedena). Donde siempre debió estar, como siempre lo sostuvimos en este y otros espacios de expresión pública.
Ni fue la solución mágica al problema de la inseguridad, ni insistir en su integración para justificar la liquidación de la Policía Federal, que tenía relativo avance en la conformación de todo un Sistema de Desarrollo Policial, para beneficio de los policías y sus familias, fue un verdadero acto de indolencia y de ignorancia en el tema. Por prejuicio y por algo ya muy común en este gobierno de la 4 T y de López Obrador: por revanchismo, por resentimiento.
“Es que yo no soy así; no soy hombre de venganzas;…. Nosotros no somos así; eso ya calienta;…eso ya se acabó .. ya, por arte de magia, pañuelito blanco de por medio; … eso ya se acabó”; son tan solo algunas de las frases hechas tan socorridas –y tan incumplidas- por el Primer Magistrado de la Nación.
Frases que no tienen ningún grado de elaboración por lo demás. Que son dichas por el presidente en un tono “modosito”, histriónicamente, aparentando entre ingenuidad, humildad e inocencia…. La verdad es que sí ha resultado un gobierno que sólo piensa en cómo hacer daño a sus oponentes políticos. O como defenderse de ellos –según él- porque en todos los oficios tiene enemigos de la ‘mafia del poder’ infiltrados para dañarlo… como en el sector de la prensa, por ejemplo.
Sostiene un pleito a muerte con los que cree que en el pasado le cerraron el paso; un coraje que no lo deja vivir, ni disfrutar su Presidencia. Ni concentrarse en tener un buen desempeño en su función.
Está mal asesorado el Presidente, por gente que lo incita a la revancha, a despedazar todo lo que se haya construido en el pasado, aunque no todo esté mal hecho. AMLO es la personificación de la revancha, de la vendetta política. Y en esa actitud comete un gran error.
Él debió capitalizar toda la esperanza que al pueblo mexicano le inspiró. Como buen cristiano que se dice ser, debió se un factor de unidad, de hermandad entre todos los mexicanos, sin distingos de creencia ideológica o de filiación partidista.
Él debió ser el gran catalizador de la cohesión nacional. Cautivando y llevando beneficios a todos las minorías sin excepción. Hasta hoy, ha sido un gobierno no incluyente. Una gran decepción.
Menos mal que ya sólo le restan poco más de 3 años al sexenio. Siempre será preferible un sexenio vacío, a todo un siglo perdido.
A los mexicanos sólo nos queda capitalizar un tiempo que resulta propicio para el cambio de paradigmas en el plano individual y hasta nuclear familiar.
El sacrificio al que nos obligó la pandemia y su confinamiento, más el terror sembrado por las mafias en las calles, por la ausencia de alguna autoridad que garantice paz social y ante una economía que solo nos permite sobrevivir, lo debemos aprovechar.
Un auténtico cambio en las mentalidades. Ahí es donde empiezan los grandes cambios en el mundo. Vienen desde el interior de la sociedad, de las masas… nunca jamás dictados desde el poder o por la gracia de un gobernante que se sienta ‘iluminado’ por la gracia divina.
Porque la mediocridad, la mezquindad y la ambición de poder desmedidos, no sólo saben esconderse detrás del lujo aristocrático o de la ambición ‘clasemediera’… también pueden incubarse tras la precariedad de la pobreza.
Solo basta analizar las conductas de los también ‘aspiracionistas’ narcotraficantes, muy escrupulosamente cuidados por el presidente López Obrador y su gobierno, una vez que súbitamente ascienden en la ‘escala social’ gracias al poder de las armas o el dinero mal habido. Es más peligroso un ‘nuevo rico’ y más si es ignorante y resentido, que no conozca la ruta del esfuerzo legalmente establecido para llegar a esos niveles socioeconómicos… que un ‘clasemediero’ venido a más.
Hoy más que nunca nos conviene como sociedad, buscar cada uno en lo personal y en lo familiar o grupal, constituirnos en los héroes anónimos que ocupa la sociedad mexicana, para salir más pronto de este período de oscuridad que promete en convertirse en una especie de tiranía, muy pronto.
En todos y cada uno de los oficios y profesiones, hay actos propicios para el heroísmo.
El Maestro de Primaria o Secundaria que sacrifica horas de su legítimo descanso, para asesorar a aquel alumno que va rezagado y que necesita una explicación de la clase.
El vendedor que tiene que caminar otro kilómetro más para dar servicio de garantía del producto que vendió solo por el hecho de servir a cabalidad.
La enfermera que tiene que sobreponerse al cansancio en su guardia, para escuchar inmutable los reniegos de aquel anciano paciente que demanda atención focalizada o personalizada.
El buen policía que tiene que soportar impávido la ofensa inmerecida del civil o el escupitajo del delincuente detenido, a diario y sin mediar justificación de peso, sólo por hacer su trabajo.
Y un caso que en lo particular me parece sublime: Recientemente un Juez en materia familiar en nuestro país, tuvo la gentileza e mediante un escrito aparte, con un lenguaje claro, asequible a una niña de 9 años, sin términos tecnojurídicos ni fundamentos legales, explicarle el sentido de su resolución, alusiva a la custodia paterna y a las formalidades de como se desarrollaría esta en función de los tiempos de su papá y su mamá. Un gesto de excelencia de este impartidor de justicia que, como vemos, no todos los servidores públicos son apáticos o ineficientes.
Sólo así podremos incluso, construir una oposición vigorosa y de cara al futuro.
Sólo así podremos albergar la esperanza de ser el gran país sobresaliente en el concierto de las naciones.
Construyamos con pequeños actos de heroísmo cotidiano, anónimo, en cada uno de nuestros actos, la ruta hacia la reivindicación de nuestro país. Somos la sociedad, el cúmulo de minorías, los que sacaremos adelante al país en 2024. Ya falta poco. Trabajemos para el cambio.
Porque más vale un sexenio vacío, a un siglo perdido.
Autor: Héctor Calderón Hallal
@pequenialdo