Casi 100 obras y los ensayos de Edward J. Sullivan, Renata Blaisten, Antonio Espinoza, Emmanuel Espín y Blanca González reúne el catálogo de Rodrigo Pimentel (1945-2022). Trasmutaciones, exposición que actualmente se exhibe en el Museo Nacional de Arte (Munal) del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), instancia de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México.
Pero más que la presentación de un nuevo título, la ocasión reunió, en el Auditorio Adolfo Best Maugard, a colegas y amigos del artista, quienes pusieron en relevancia el pincel de Rodrigo Pimentel, un artista con una prolífica obra que todavía falta por conocerse, pues “fue muy discreto con su labor artística”.
En la conversación —donde participaron Renata Blainsten, curadora de la exposición; los críticos de arte Blanca González y Antonio Espinoza, así como el artista y alumno del pintor, Emmanuel Espín— Andrés Blainsten, coleccionista y promotor, explicó que Rodrigo Pimentel es difícil de situar y definir, pues fue un artista autónomo que construyó su estética a través de una cultura visual muy nutrida.
Recordó que su interés en la cultura nació a través de las revistas que su padre adquiría sobre la Unión Soviética, donde se escribía sobre eventos de arte, danza y música: “Desde temprana edad se interesó por el mundo del arte y llegó a la Ciudad de México con la idea de ser bailarín o pintor. Él llegó a los 20 años, muy tarde para dedicarse al ballet, por ello ingresa a la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos, primero como oyente y luego como alumno regular.
“Fue uno de los alumnos más destacados de nuestra generación, el único que se tituló y que desde un principio empezó a exponer. Era un artista con una gran disciplina, todos los días, desde la mañana hasta la noche, pintaba. Gracias a eso tuvo una enorme producción”.
Dijo que su presencia en el extranjero es más sólida, con piezas, principalmente, en Estados Unidos y Alemania, porque reconocen su maestría en el manejo del color, la abstracción y la composición, y agregó que en la exposición se exhibe parte del legado que dejó tras su fallecimiento: “Son obras con una gran fuerza e intensidad expresiva, lo cual fue opuesto a su carácter, porque él tenía un ‘don de gente’, tenía una personalidad amable y graciosa, muy distinto a su obra”.
Durante su intervención, Renata Blainsten resaltó que la obra de Pimental tiene una gran fuerza visual y consideró que la exposición, la cual reúne cerca de 100 piezas, entre óleos, gauches y dibujos, tuvo la intención de ofrecer un panorama general de los principales temas que desarrolló el artista en sus últimas cuatro décadas de trabajo: la máscara, el carnaval, los paisajes, los bestiarios, las alegorías, pero resaltó que falta una revisión de su etapa abstracta.
Por su parte, Emmanuel Espín, quien rememoró los momentos con su maestro, detalló que el artista se definía como un chamán purépecha: “Él decía: los purépechas tienen una elegancia en sus manifestaciones, tanto del cuerpo, del habla y el trato con las personas. Todo esto lo vertió en su pintura y, lejos de encasillarse, hacía su obra universal. Su obra es mística y toma una esencia de los antiguos tlacuilos”.
Blanca González, amiga del artista e historiadora del arte, refirió que Pimentel mantenía tan discreta su labor artística que ella la descubrió solo tras la muerte del pintor: “Me impresionó muchísimo el ver esta vibración óptica de su pintura. Hay dos líneas para entender su obra: la emoción y la vibración.
“Cuando lo estudié, descubrí que su época abstracta es genial”, y agregó que no solo su composición, sino los títulos de sus obras son sugerentes: “¿Cómo puede un pintor generar el discurso de una Interrupción o un Impacto (dos de sus obras)? Él nos muestra que la pintura sí puede hacerlo, utilizando el recurso de la metáfora. A partir de recursos pictóricos da la idea de una interrupción y de un impacto, pero también ofrece ideas del cielo de México. Este es uno de los grandes misterios de la pintura: hacer tangible lo intangible. Lo que nos da es una evocación y no una representación”.
Sobre las obras que se exhiben, explicó que en ellas encuentra esos vocabularios abstractos, los cuales fue haciendo más texturales y generando una vibración óptica: “Propongo que su obra es la unidad de la diversidad. Si uno ve cualquier obra de la exposición, está hecha a partir de diferentes perspectivas de vocabularios abstractos: la línea, la geometría, el color, propone muchos gestos pictóricos.
Mencionó que otro de sus temas fundamentales fueron las máscaras, como en las obras Casta purépecha (1993) o Avalancha (2008): “El enmascara la figura a partir de estos vocabularios abstractos que indiscutiblemente lo caracterizan y que fueron haciéndose más expresionistas, con un trabajo de luz y oscuridad, lo cual es una de sus aportaciones más importantes”.
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