Javier Peñalosa Castro
Finalmente el día elegido por el “sumo sacerdote”—el 27 de noviembre—, se consumó el destape de José Antonio Meade, a quien, mientras por una parte se empeñan en presentar como no priista, en los hechos ha demostrado ser el más priista, pues se ha prestado a ser arropado con las expresiones más decadentes de la llamada liturgia priista, incluidas las manifestaciones de los tradicionales tres sectores del PRI, que se han convertido en punto menos que una entelequia que justifica la supervivencia de ese aherrojado —aunque funcional para sus fines aviesos— aparato de imposición de la voluntad caciquil de unos cuantos.
Luego de que Meade presentara su renuncia en un acto por demás teatral, y de que Enrique Peña Nieto se la aceptara y le deseara suerte en sus nuevos proyectos, Meade se trasladó a su oficina de secretario de Hacienda, en el propio Palacio Nacional, y ahí expresó su voluntad de buscar la nominación como candidato presidencial por el PRI, en lo que representó, en la forma, el primer autodestape de un candidato priista.
Luego siguió la visita a la CTM, donde fue arropado por el decadente Carlos Aceves del Olmo, quien a pesar de ser bastante más joven que sus antecesores, es a tal grado gris y anodino que hace extrañar —por exagerado que parezca— a Fidel Velázquez y a la propia Güera Rodríguez Alkaine. Como parte del ritual, Meade se puso la corbata roja y escuchó los vítores, matracass y aplausos de los desencantados sindicalistas que le expresaron su apoyo incondicional (tal vez haya influido en ellos el hecho de saber que Meade es uno de los principales ejecutores de los recortes en el gasto social, el fin de las pensiones y el mantenimiento, contra viento y marea, de un salario mínimo que podría mover a risa si no fuera porque resulta una verdadera tragedia, pues a pesar de que Peña Nieto diga que el aumento de ocho pesos “no es un ajuste menor”, los poco menos de 90 pesos diarios que se pagan aún a cientos de miles de trabajadores en el país no alcanzan para cubrir los gastos que supone una vida digna de una familia, ni aun de una sola persona.
En su gira triunfal como precandidato externo del PRI a la Presidencia, Meade visitó a los dirigentes de los sectores campesino (CNC) y popular (CNOP), aún más anquilosados y débiles la otrora poderosa central obrera, al resto de las “fuerzas vivas” y a los principales dirigentes estatales del tricolor. Todos, como obrando en apego a un guion acartonado, les expresaron su respaldo para el registro como candidato y su compromiso de votar por el en 2018.
Hasta ahí, todo el panorama pinta para desenmascarar el pretendido apartidismo de Meade. A su decisión de cohabitar con los dinosaurios priistas y aun de pedir a los que lo hagan suyo. A estas imágenes, tan atractivas para una buena campaña negra… o para una campaña a secas, hay que añadir datos y cifras que retratan la actuación de Meade a lo largo de los últimos dos sexenios, su lealtad a toda prueba a panistas, priistas y mandamases de organismos financieros internacionales y su participación (por acción o por omisión) en tramas como la Estafa Maestra, el pago a contratistas los “consentidos” de este sexenio (como Higa y OHL, entre otros) y el suministro de recursos para el escandaloso gasto en publicidad gubernamental que ha rebasado cualquier límite imaginable.
Cuando la “institucionalidad” llega a tal grado, más bien raya en el servilismo, y quien la practica demuestra que es capaz de prescindir de la decencia y de los escrúpulos cuando considera que vale la pena hacerlo.
Con todas estas armas a la vista, llama la atención que López Obrador insista en el camino fácil —y evidentemente fallido— de adjetivar a su adversario , y si bien el señoritingo es menos irreverente que aquel “cállate chachalaca”, dirigido con mucho tino, pero con muy mal cálculo político, a Vicente Fox, quien ha resultado tanto o más priista que Meade (apoyó a Peña Nieto hace seis años y actualmente es uno de los principales matraqueros “externos” de Meade).
Por supuesto, el epíteto de chachalaca le va muy bien al inefable ranchero de las botas, igual que el de señoritingo le viene como anillo al dedo a Meade; sin embargo, está siendo interpretado por sus enemigos como una nueva falta de respeto e, incluso en el caso de Meade, como una expresión de resentimiento, a través de la cual el tabasqueño censura al “no priista” por ser de una clase social “superior” a la suya.
Todo es muy discutible. Sin embargo, se sabe que, en política, percepción es realidad, por lo que las críticas dirigidas a Meade deben centrarse en problemas como los descritos, o el turbio financiamiento a Josefina Vázquez Mota, otorgado por el entonces secretario de Relaciones Exteriores a la panista para la supuesta atención de grupos de migrantes mexicanos en Estados Unidos, y cuyo destino no ha sido suficiente ni convincentemente aclarado.
En suma, haciendo un parangón con el box, lo peor que le puede pasar a un aspirante al título es que le quiten puntos por golpes prohibidos, que lo afectan más a él que a su adversario.