Relatos dominicales
Miguel Valera
“Unos puercoespines —escribió el filósofo alemán Arthur Schopenhauer allá por 1850— se juntaban mucho en una fría noche de invierno para evitar congelarse con el calor mutuo. Pero pronto sintieron las púas, lo que volvió a distanciarlos. Cuando la necesidad de calor los volvió a aproximar, se volvió a repetir el mismo problema, de tal manera que oscilaron entre los dos males hasta que encontraron la distancia adecuada entre ellos en la que mejor podían resistirlo”.
“Así empuja la necesidad de compañía, surgida del vacío y de la monotonía del propio interior, a que se junten los hombres, pero sus muchos atributos repugnantes y errores insoportables vuelven a separarlos. La distancia media que al final encuentran, y en la que pueden durar un estar en compañía, es la cortesía y las buenas costumbres”.
“A aquel que no se atiene a esa distancia se le grita en Inglaterra: ‘Keep your distance!’. Así sólo se satisfará de manera imperfecta la necesidad de calor, pero a cambio no se notarán los pinchazos de las púas. No obstante, quien tenga un calor interior propio prefiere mantenerse alejado de la sociedad para no dar lugar a quejas ni recibirlas”.
La reflexión, publicada en el libro Parerga y Paralipómena, me vino a la memoria en un encuentro reciente con colegas de la Asociación de Periodistas del Estado de Veracruz (ACOVER) que preside el buen amigo Melitón Morales Domínguez. Todos los seres humanos, como le escuché por primera vez, allá por 1988 al padre Zeferino Páramo Magaña, somos únicos e irrepetibles. En la diversidad, decía el clérigo que recién había llegado de estudiar en Roma y Alemania, está la grandeza del ser humano.
Creo que en efecto la riqueza de las personas estriba en que somos diversos, en que cada uno representa un microcosmos, una historia, una forma de ver el mundo, de ser y de actuar. A pesar de las imposiciones familiares, culturales y sociales, cada ser humano se forma de una manera particular y en eso, insisto, estriba el valor de la diversidad.
En estos días de calidez humana, somos en efecto, como los puercoespines, nos acercamos entre nosotros a pesar de que las púas de nuestra diversidad nos tocan, nos afecta, nos genera escozor. Con todo, nos sabemos iguales, semejantes, compañeros de la historia y ahí estamos, juntos, caminando, a pesar de las púas de nuestra diversidad.
Por ello, en esta realidad de luces y sombras, de diversidad humana, pienso —como lo ha escrito el maestro José María Guelbenzu, “que la ficción es superior a la realidad, pero no creo que sea más poderosa que ella. Si hay una fuerza vital en este mundo, ésa es la vida. La realidad es algo así como la constatación de la vida. La ficción es un producto vicario de la realidad: se limita a observarla y formular variantes que, de un modo u otro, imitan a la vida. En todo caso, queda claro que la ficción sin la realidad no es nada”.
Gracias por su mirada en estos relatos dominicales de ficción y realidad. Feliz año nuevo.