Luis Farías Mackey
La política es hoy tantas cosas que prácticamente no es nada. Se le toma como ocupación, negocio, espectáculo, escenario, patente de corso, propiedad, encargo, competencia, espejo y hasta manicomio.
Por eso hay que insistir nuevamente que la política no es una labor, como atender la cocina o la limpieza de una casa, tareas que nunca acaban y cuyos frutos se consumen tan pronto se producen. Tampoco es un trabajo que genere productos de uso continuo y ganancias. La política es discurso y acción. Pero, ¿en qué se traducen discurso y acción?
Por Polis entendemos un lugar y un grupo humano organizado y normado sobre él. En todo caso la política siempre tiene un ahí y un quien, y éste último siempre es plural. Por tanto, discurso y acción siempre implican la presencia de lo múltiple. Lo político siempre es entre hombres. El hombre solo no tendría ninguna razón de discursar ni de actuar, le bastaría con su laborar y trabajo para vivir.
Por su parte el discurso no es el simple parloteo que llena hoy nuestros días; es pensamiento hecho palabras y razonamientos. Así, cuando decimos discurso estamos implicando un pensar verbalizado. Pero, ¿qué tipo de pensar? Los griegos separaban la vida privada de la pública, hoy esa frontera se ha difuminado, aún así, el pensamiento político se refiere a los problemas y circunstancias que afecta la vida en común de un grupo humano. Los problemas comunes a todos, no los particularismos de cada quien, por más importantes que puedan ser.
El discurso discurre y hace público el pensamiento, y permite su deliberación pública y la construcción de acuerdos que hacen, no sólo posible la acción, sino que le dotan de sentido y objetivo.
Vayamos ahora a la acción. ¿Qué debemos entender por acción? Actuar, en su acepción más generalizada significa tomar la iniciativa, comenzar: poner algo en movimiento. La acción política es siempre el comienzo de algo nuevo y diferente, expresión de libertad y pluralidad.
Dice Arendt que lo nuevo “aparece siempre en forma de milagro”. Por tanto, comenzar implica lo inesperado, lo imprevisible: la libertad. Pero también el acontecimiento y la aparición del sujeto. Nuevamente Arendt: “Acción y discurso están tan estrechamente relacionados debido a que el acto primordial y específicamente humano debe contener al mismo tiempo la respuesta a la pregunta planteada a todo recién llegado: ‘¿Quién eres tú?’ Este descubrimiento de quien es alguien está implícito tanto en sus palabras como en sus actos (…) sin el acompañamiento del discurso, la acción no sólo perdería su carácter revelador, sino también su sujeto (…) Mediante la acción y el discurso, los hombres muestran quiénes son, revelan activamente su única y personal identidad y hacen su aparición”.
Pero no olvidemos que la acción sólo es posible en la Polis, entre otros; así el actor es al mismo tiempo agente y paciente en una relación múltiple. Quien actúa no queda exento de sus consecuencias, pero quien padece el actuar de aquél tampoco pierde su propia capacidad de acción: “puesto que la acción actúa sobre seres que son capaces de sus propias acciones, la reacción, aparte de ser una respuesta, siempre es una nueva acción que toma su propia resolución y afecta a los demás” (Arendt), de allí que nadie pueda predecir la suerte de la acción original y ésta sólo se revele plenamente al narrador una vez que ha concluido. Por eso es el historiador de la acción quien la conoce mejor que todos sus participantes. De allí que en política lo que cuenta sean siempre los resultados.
Esto me lleva a dos conclusiones sobre un mismo tema, pero sobre circunstancias diferentes. Poco importa lo que se diga en las mañaneras y si se siguen o no. Al final serán los resultados de la acción política los que prevalecerán. De allí que más que centrarnos en discutir qué es lo que dice y cómo lo dice el presidente en sus cada vez más lamentables mañaneras, lo importante es lo que hace, las más de las veces sin decirlo o, peor aún, desdibujando u ocultándolo. Con López no hay que estar a lo que dice, sino a lo que no dice o vela. “Por sus actos los conoceréis”.
Y por el lado de las oposiciones, sociedad civil y ciudadanía, mientras no haya pensamiento político, discurso y deliberación pública verdaderos y de fondo, y, de allí, nuevos comienzos de algo y acción concertada con sentido y responsabilidad, seguiremos cavando nuestra tumba. Extraviados en una política que no lo es.
Pero no confundamos el pensar con rumiar saberes, comodidades, obviedades ni anecdotarios en el ensimismamiento del nosotros mismos, como suelen ser las mesas de análisis de nuestra limitada intelectualidad. Pensar tampoco es la hechura de lemas publicitarios, ni montar escenarios y representaciones. Pensar es siempre una herida hija de lo distinto y del asombro, es, diría Goethe, un estremecimiento desde la profundidad de la inmensidad. El pensar nos sintoniza con los horrores del abismo, dice Heidegger, algo que “nos acaece, nos alcanza; que se apodera de nosotros, que nos tumba y nos transforma”; el “pensar auténtico da saltos pues no conoce los puentes ni las barandillas ni las escaleras de las explicaciones, que solo deducen siempre entre lo ente de lo ente, porque se quedan en el suelo de los hechos (…) Pero el ser no es ningún suelo, sino lo que no tiene fondo”, enseñó Parménides.
El pensar y lo político están obligados a transitar por los caminos no allanados de la diferencia y lo exterior, de lo otro. Dice Hegel que “lo positivo que reposa en sí mismo y que se desprende de todo lo negativo y de todo lo distinto se empobrece convirtiéndose en un ‘ser muerto’. La vitalidad del espíritu es mantenida por aquel arte del ‘alma dialéctica’ de ‘conservarse en medio de la contradicción, y por consiguiente en medio del dolor’”. De igual manera, así como al pensar el yo se tiene que abrir a lo otro, la pluralidad se abre a la tensión que permite que los diferentes no se disgreguen, que en su seno se enmarquen, integren y reúnan en la unidad de lo múltiple, en “un movimiento que reúne, un arrastrar que, al juntar los diferencia, los refiere a lo uno y los educa para lo uno, una tendencia pedagógica que no se puede reprimir de la formación del espíritu para la totalidad” (Byung-Chul Han), entendiendo por totalidad lo público, la unidad en lo múltiple y diverso.
Pensar y política comparten el dolor de la diferencia y la herida de lo otro. Pero a lo político hoy en México le sobra de todo y de todos, empezando por comodidad y ensimismamiento, pero le falta pensar y la humildad que le precede; diría Heidegger que le sobra la “vanidad del entendimiento, que se recrea en la inercia de su falta de pensamiento”.
Roger Bartra habla de una “putrefacción política”, de una “descomposición sin precedentes”. No le falta razón, pero creo que en México la verdadera política dejo de ser hace mucho y que lo que tenemos es una putrefacción generalizada, punto.