Hablar de desarrollo sustentable en una ciudad como la Ciudad de México es pensar en el futuro que queremos construir: uno en el que el crecimiento urbano vaya de la mano con la calidad de vida, la integración comunitaria y el respeto por el entorno.
Más allá de criterios ecológicos o de eficiencia energética, la sustentabilidad urbana es una práctica concreta que permite mejorar la ciudad desde el espacio que habitamos: generando comunidad, conectando mejor nuestros barrios, y sumando servicios, movilidad y espacios públicos que respondan a las verdaderas necesidades de quienes viven, caminan y disfrutan la ciudad todos los días.
Uno de los principios más valiosos para lograrlo es la creación de espacios públicos dentro de proyectos privados, una práctica que se ha convertido en una forma de devolver valor social al entorno inmediato. Incorporar áreas verdes, corredores peatonales o plazas abiertas que se integran al tejido urbano es una forma de construir ciudad más allá de los límites de la propiedad.
Uno de los ejemplos más representativos de cómo un proyecto en terreno privado puede transformar positivamente la vida urbana es el caso del Parque La Mexicana, en Santa Fe. Lo que antes era un tiradero de cascajo y una zona prácticamente deshabitada, con alta percepción de inseguridad y sin vida barrial, se convirtió —gracias a una visión de colaboración entre vecinos, autoridades y sector privado— en un parque público de 30 hectáreas que hoy es referente de integración, recreación y convivencia para toda la ciudad.
La Mexicana no solo elevó la calidad de vida de quienes habitan la zona, sino que atrajo visitantes de toda la ciudad, reactivó el comercio local, fomentó la movilidad peatonal y ciclista, y demostró que los espacios públicos bien diseñados y gestionados desde un modelo mixto pueden tener un impacto social duradero. Este tipo de experiencias abren la conversación sobre cómo, en distintas colonias, se pueden imaginar soluciones similares que beneficien a todos: residentes, visitantes y al entorno mismo.
Otro componente clave de un desarrollo responsable es escuchar lo que hace falta en cada zona. En algunos lugares será un área cultural o un espacio que diversifique la oferta comercial; en otros, una intervención que facilite la movilidad peatonal o ciclista. El desarrollo se convierte así en una oportunidad para mejorar, no para sobrecargar.
Además, una ciudad más habitable también es una ciudad más segura. Cuando los entornos están bien diseñados, con buena iluminación, presencia de vida comunitaria, flujos peatonales y comercio curado, se fortalece el sentido de pertenencia y el uso positivo del espacio.
Por eso, el reto no es frenar el crecimiento urbano, sino encauzarlo con visión y corresponsabilidad. Un desarrollo bien planeado es aquel que respeta el espíritu del lugar, se integra de forma armónica, y aporta al entorno más de lo que toma. Es una construcción colectiva entre vecinos, autoridades y desarrolladores, pensada para sumar a lo que ya existe y enriquecerlo.
En una ciudad tan viva y cambiante como la nuestra, hablar de desarrollo sustentable es hablar de futuro compartido. Y construirlo empieza con una pregunta:
¿Cómo imaginamos el desarrollo que sí queremos ver?