Joel Hernández Santiago
Por supuesto que causa emoción ver a tantos muchachos juntos. Jóvenes estudiantes de bachillerato y superior; verlos acudir puntuales desde sus recintos, desde sus Escuelas, sus Facultades, sus Colegios, sus Institutos y desde sus aulas sacrosantas para llegar hasta la estructura de nuestra Alma Mater y exigir que pare ya la violencia en contra de ellos, que paren ya las agresiones porque los estudiantes, que son estudiantes, quieren llevar la fiesta en paz…
De tal forma, la gran manifestación pacífica del 5 de septiembre es una muestra de indignación, al mismo tiempo que de unidad. Indignación porque ha pasado mucho tiempo de su tolerancia, en el que han sido sometidos a los agravios de grupos denominados “Porros” a los que todo este tiempo la autoridad universitaria tolera, permite y hace la vista gorda frente a las quejas de los muchachos que quieren aprender y maestros que quieren enseñar.
Pero tuvo que ocurrir la agresión brutal de estos Porros a un grupo de estudiantes del Colegio de Ciencias y Humanidades de Azcapotzalco que llevaban a cabo una asamblea pacífica el jueves 3 de septiembre en la explanada de la Ciudad Universitaria, frente a la torre de Rectoría, precisamente, para que se encendieran las luces de alerta. En esta Asamblea, los muchachos tenían la intención de entregar un pliego petitorio a la autoridad, con exigencias propias de su experiencia en comunidad.
Pero de pronto llegaron los famosos “Porros” con palos, piedras, bombas molotov y armas punzo cortantes. Inmediato se lanzaron en contra de los estudiantes con la intención clara de obstruir la Asamblea, llamar la atención hacia su fuerza violenta y porque precisamente uno de los puntos del pliego petitorio era –y es—el de la seguridad de la comunidad estudiantil en Azcapotzalco.
Ese jueves, a las tres de la tarde, hubo gritos, golpes, carreras, persecuciones y heridos, dos de ellos, estudiantes, de gravedad.
Pero esto que ya tiene hartos a los estudiantes llevó a una rapidísima organización de estudiantes de diferentes instituciones universitarias, incluidos el Politécnico Nacional, Vocacionales, de El Colegio de México y de otros estados: todos juntos al unísono para gritar un “¡Ya basta!” a la pasividad de la autoridad universitaria, a la pasividad de la vigilancia, a la pasividad de quienes son responsables de salvaguardar a los jóvenes no sólo en los recintos universitarios, sino afuera de ellos, que es en donde les esperan sus agresores.
Así que de forma insospechada, el miércoles 5 de septiembre desde temprana hora se fueron sumando en multitud los jóvenes que acudirían juntos a expresar su solidaridad y el rechazo a esta forma de ultraje no sólo de los famosos “Porros” si no de quienes los mandan y quienes les pagan para hacerlo.
En todo caso lo que se vio el 5 de septiembre fue a una comunidad indignada, pero unida; una comunidad de estudiantes sí: rezongones; si contestones; si gritones y sí resplandeciendo de su juventud, de su turno de fortaleza en la vida del país, sí dispuestos a mirar de frente a quienes les ofenden; si entregados a su presente para el futuro…
Ahí estaban en multitud -¿cuántos? ¿Cientos? ¿Miles? Si: pero todos ellos eran uno sólo el miércoles 5 de septiembre desembocando, como ríos, a la casa universitaria, que es su casa, su espacio vital y en donde su autoridad predomina por encima de menesteres ajenos al estudio, la enseñanza, la investigación, la creación y el sueño de un mundo mejor para todos ellos.
Muchos nos veíamos ahí, entre ellos, junto a ellos, recordando los tiempos en los que éramos esa misma fuerza, esa misma indignación por razones otras ¿o las mismas? ahí nos veíamos en su ropa informal, en su caminar holgado, en su gritar apenas cambiada la voz, en su camaradería y en sus ganas de mostrar que todos y uno son lo que diría Guillén: “mucho más que dos”.
Estamos a unos días de que se cumplan 50 años de la tragedia de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968. Quizá a eso se deba la provocación de los golpeadores. Quizá porque quieren revivir aquella tragedia en otros rostros, en otros cuerpos, en otros momentos y aspiraciones…
Sin embargo no será. No esta vez. No ocurrirá como entonces cuando aquellos soñadores de un México mejor fueron masacrados por agentes del mal. El gobierno de Díaz Ordaz asumió la responsabilidad, pero no fue suficiente para devolver la vida a los muchachos aquellos que yacían en pasillos de lugares lúgubres: no lo merecían: para ellos nuestro recuerdo más respetuoso y cariñoso.
Ya no se repetirá aquella historia de horror. Pero sí se repetirá una y mil veces que los estudiantes, nuestros estudiantes, salgan a la calle, exijan, griten, reclamen, rezonguen y pongan a disposición de su propia vida su inteligencia y fortaleza múltiple e individual. Siempre con la razón en la mano.
Siempre de forma arrebatada pero pacífica. Es por ellos, por su futuro. Y es por nosotros, por lo que dejamos de hacer: ahora ellos tienen la palabra.
jhsantiago@prodigy.net.mx