Magno Garcimarrero
Bailar, es una forma de rezar. Cuando llegaron al Anáhuac los primeros españoles, se encontraron con que, lo que para ellos eran las oraciones devotas, para los naturales del nuevo mundo era la danza.
No es por eso ridículo ni irreverente comparar un fervoroso “padrenuestro” con un buen jarabe tapatío.
Ir a bailar a Chalma, es todavía en nuestros días una forma de rogar por que los santos o los dioses sean propicios a nuestras aspiraciones.
Siempre hay lugar para milagros.
La ciencia de la antropología, se encarga de hacernos saber que, a través de los tiempos y las culturas, se ha danzado para que llueva, para que el cielo nos done el fuego, para que las cosechas sean abundantes.
No nos es ajena la danza del fuego, los cantos invocatorios de la lluvia, los cantos y danzas previos a la vendimia, así que ¿por qué habría de parecernos extraño bailar por una ilusión, o bailar por conseguir un cargo político?
Es cierto que en las primeras manifestaciones del baile, se involucraba a toda la tribu, era una forma democrática de rogar, pero también se sabe muy bien que, en donde el líder tenía voto de calidad, cuando se paraba a bailar los demás se sentaban hasta que escogía pareja o parejo, porque en muchas culturas, la danza estaba vedada al sexo femenino, así que eran sólo hombres los que desarrollaban la danza ceremonial; recuérdese que hasta los albores del tango, que siempre nos ha parecido tan erótico, tan de regodeo sexual, en su primera época la bailaban hombres con hombres.
Quienes piensan que nuestra civilización ha llegado a un grado superior, estarán dándose cuenta ahora que no hemos avanzado tan lejos, que seguimos bailando por una ilusión al más puro estilo mágico prehistórico, tanto para conjurar las tempestades, como por el hueso que creemos más carnoso de la política nacional, así también en el asunto político pudieran descubrirse ciertas implicaciones de naturaleza carnavalesca y caníbal.
Veamos: los partidarios que se coaligan para contender, dan la impresión de estar bailando lambada, se acercan, se meten la rodilla entre las piernas, se dan sus arrimones, a veces se abrazan de la cintura para arriba, y se aprietan lo de abajo, los que compiten por su cuenta, parece que están bailando una danza apache a la francesa, se jalan de los pelos, se arrastran el uno al otro por el fango que han batido, se azotan, se muerden y sonríen.
Alguno se va bailando solo porque su pudibundez le impide encontrar pareja; tal vez está pensando que más vale bailar solo que mal acompañado, además de atenerse a su infundado e inflamado complejo de superioridad.