Jorge Miguel Ramírez Pérez
Llegó el día que hay que intentar explicar la verdadera ideología de Obrador: el tercermundismo, el fatalismo de soñar despierto y no hacer nada para despertar.
Hay que empezar a decir que el realismo político no ayuda mucho a los soñadores de una política idealizada. El problema es que los que ven la política de carne y hueso son al principio mucho menos, de los que quisieran se construyera el cielo en la tierra: que todos se transformen como yo quiero, menos yo.
No es algo nuevo, es una tradición aún anterior a La República de Platón y a la Utopía de Tomás Moro, que se enfoca en rechazar este mundo, calificarlo de injusto y en vez de intentar mejorarlo paulatinamente con las herramientas de las ideas y sobre todo de los principios morales; les resulta más fácil inventar un mundo a su leal saber y entender, con los argumentos y modelos de la propia visión de la justicia, del poder y de lo que se imaginan son los beneficios materiales. Para eso hay desaparecer lo que hay.
Los que así desean “que alguien haga algo” se desesperan con los que les dijeron otros también, que harían algo y resultaron inconstante porque prometieron lo imposible, y mejor se beneficiaron materialmente.
Y entonces surgen los locos, los que prometen lo imposible descaradamente, decía Ernesto Guevara el asesino argentino al servicio de los Castro en la Habana: “Exijamos lo imposible” o sea, dejemos de razonar… No le fue bien. Fue abatido en Bolivia; y Cuba se salvó de tener todavía una economía peor, que cuando era ministro de esa materia que desconocía.
El mundo en la segunda mitad del siglo XX, estaba dividido para efectos del factor militar que sigue, fue y seguirá siendo el determinante real de las alianzas: en la OTAN, organismo que todavía existe con los países europeos occidentales y Estados Unidos; y el Pacto de Varsovia, auspiciado por Rusia en su carácter de potencia, entonces como Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, la temible URSS; el pacto integraba también Europa Oriental o del Este.
En medio estaban muchos países: China, la India, Yugoslavia, Irlanda, Finlandia, Austria, los países latinoamericanos y los descolonizados sobre todo de África. Unos eran capitalistas pero estaban cerca de la “Cortina de Hierro” como les llamó Churchill, otros eran comunistas, pero no recibían de los rusos algo más que órdenes. Necesitaban alimento y armamento que no llegaba. Rusia no les invertía sino en grilla.
En 1967 hicieron las reuniones tricontinentales de países que llamaron no alineados. En una de esas reuniones la de Latinoamérica: la OLAS, que soñaba con desplazar a la OEA y que promovía las guerrillas, estuvo hasta el general Cárdenas, que ya chocheaba.
Entonces en los setentas unos agentes del poder mundial como Luis Echeverría de México, Julius Nyrere de Tanzania y Carlos Andrés Pérez de Venezuela; se montaron en un esquema de aparente liderazgo denominado “Tercer Mundo”; que quería organizar a los países dominados por Estados Unidos, pero que en relidad resultaba muy difícil, porque no tenían desarrollo industrial y por eso les llamaban también subdesarrollados o periféricos, por que eran de economías cerradas dependientes de centros de poder. Wallerstein les llama sistema imperio-mundo, es decir países o regiones con nacionalismo cerrado.
Muchos discursos, la misma pobreza.
Eso es el legado actual de Obrador, con la misma gente de Echeverría, Porfirio Muñoz Ledo el filósofo del tercermundismo; Manuel Bartlet el ideólogo del nacionalismo de tipo centroaméricano; empresarios incompetentes, sobreprotegidos como Romo y Tatiana; sindicalistas cetemistas como Gómez Urrutia; guerrilleros como los Sandoval y Nestora Salgado; folclóricos de la Open Society como el apátrida Ackermán. Rescatando los métodos de terror del general Arturo Durazo, en la persona de su sobrino Alfonso Durazo y todos los demás, que son por el estilo y que fueron educados en la “revolución permanente”.
Digamos que el tercermundismo es no salir de perico perro: reducirse. No competir, hablar sin hacer, reproducir los mitos falsos pero que enorgullecen los brindis; expropiar, -aunque lo duden los que ya tuvieron la oportunidad de sentarse con el dictador- y aceptar que las leyes e instituciones valen menos o no valen, ante la voluntad del líder tercermundista.