De memoria
Carlos Ferreyra
Dos clases subhumanas me parecen profundamente despreciables, y ambas por la misma razón: parásitos sociales sin iniciativas, pero listos para apropiarse del erario. Pondré un ejemplo de rémora social a la mexicana: Porfirio Muñoz Ledo, quien, contradictoriamente, dejó una cauda de seguidores muy numerosa.
Ninguno de tales adoradores puede conscientemente aportar información sobre alguna aportación positiva para el país proveniente de un burócrata que elogió la matanza del 2 de octubre y a quien seguí cuidadosamente, yo como jefe de prensa del Senado y él como senador de la oposición.
Su participación en la Cámara Alta fue un cúmulo de ridiculeces gracejadas, chistoretes dirigidos a la tribuna, sin aportar una propuesta positiva.
Puede consultarse el diario de los debates, y la gente se sorprenderá de la inutilidad de un legislador que, cuando había un tema económico fuera de su alcance, enviaba a la tribuna a esa maravillosa y noble dama, la inolvidable maestra Ifigeneia Martínez, que resultaba masacrada, pero Porfirio salvaba su pellejo.
Entre políticos te veas. Cuando había un tema en la agenda senatorial que podría prestarse para el lucimiento tribunicio de Muñoz Ledo o tocaba un tema de su posible conocimiento, el líder le proponía un viaje con algún tipo de representación a Europa, cosa que alegremente aceptaba el transa legislador, pero con la condición invariable de que le permitieran pasar “x” número de días en Francia.
Habrá quien recuerde su participación como secretario de Estado, pero la gente olvida que, al no tratarse de ministerios, los titulares únicamente siguen las instrucciones del mandatario en turno, que es quien decide si la hoja del árbol se mueve.
La vida de Porfirio fue una serie de trampas y sinvergonzadas que, debo aclarar, oportunamente publiqué y sostuve delante del multifuncionario. Pierde el control de la Facultad de Derecho cuando un hotelero de Chihuahua, José Socorro Salcido, le financia a Miguel de la Madrid su candidatura y su triunfo.
A partir de entonces, De la Madrid y Muñoz Ledo sostuvieron una antipatía mutua que manifestaban cada vez que les era posible.
De guardia en la oficina de prensa de la cancillería, recibí la información de la candidatura del colimote a la presidencia. El canciller Jorge Castañeda de la Rosa se encontraba en Nueva York, donde la dupla Porfirio-Ifigeneia atendía los asuntos consulares.
Me comuniqué a la urbe de acero, pero ni Porfirio ni el canciller estaban disponibles, así que le pasé la información a la maestra, que solo exclamó: “¡Qué barbaridad, esta es una tragedia para Porfirio!”
De hecho, esa fue la razón que dio nacimiento a la corriente democrática que, entre demócrata y demócrata, ha arrastrado al país hasta la triste situación actual.
No le doy poderes omnímodos al legislador ya fallecido, sino que solo me sirve para demostrar la triste calidad de nuestra clase política, que no le ha importado llevar al país al caos con tal de mantenerse enchufada en el poder.
Una clase sin moral, sin el menor respeto por sus conciudadanos y sin amor por México. Esos son los “gobiernicolas” que nos están arrastrando, pero a los que, como a Porfirio, les mostramos admiración aunque nunca respeto.
Durante su senaduría con don Emilio M. González Parra, se apareció en cada actividad internacional de los ocupantes del Senado y siempre, curiosamente, intentó sumarse a las posiciones no del grupo mexicano, sino de la contraparte.
En Colorado, todavía fresca en la memoria, la muerte del policía gringo nacido en México, Kike Camarena, de la que se sindicaba al presidente mexicano Miguel de la Madrid y al secretario de Gobernación Manuel Bartlett, solo fue impedida su participación por la actitud burlesca de algunos periodistas que lo tomaron a broma.
Muchas fueron las trampas y las suciedades a cargo del que, con un inexistente derecho de sangre, pretendía que le entregaran el gobierno de Guanajuato.
En un poblado, creo que Apaseo el Alto, cubil donde rumia sus despropósitos ese querido genio Gerardo Galarza, hay una calle que lleva el nombre completo de Porfirio Muñoz Ledo. Nunca nadie me supo decir qué perfidio fue ese.
Perdió, destruyó una camioneta nueva que le habían financiado y luego se negó a reconocer el adeudo. Exigió los fondos de campaña que le corresponderían al PRD y, como suelen decir los guanajuatenses, se levantó el santo y la limosna.
Inolvidable el día que el canciller Bernardo Sepúlveda se presentó a rendir un informe ante la Cámara Alta. Vivales como siempre, Muñoz Ledo reservó el turno final para interrogar al canciller.
Con actitud burlesca, de pie, mirando la tribuna, la mano derecha en la cintura y la izquierda como describiendo el panorama, comenzó su alocución dirigiéndose al príncipe Bernardo.
Sepúlveda lo escuchó y, al final, le dijo que cuando hablaba, el canciller tenía una profunda desconfianza porque investigó si había un título a nombre de Porfirio Alejandro Muñoz Ledo y Lazo de la Vega, así como sus derivaciones, y no encontró título profesional expedido a tal sujeto. Y en la Sorbona, de la que él era tan presumido, ni siquiera lo conocían. La sesión terminó con una serie de gritos de mujer histérica por parte del legislador que le gritaba al líder: “¡Me está atacando! ¡Me está atacando!”
Al terminar la sesión, como había sido costumbre durante el ejercicio burocrático, invité al señor secretario a bajar simplemente para agradecerle a los periodistas el “chorro” de horas que se mantuvieron escuchando preguntas y respuestas.
Cuando expliqué a Porfirio que era inconveniente su entrada a la sala de prensa donde estaba Sepúlveda, en un gesto casi desesperado, tomó de la muñeca a una jovencita que estaba aterrorizada, le tomó su grabadora, la echó a andar y dijo: “Pues hay que recomendarle al señor canciller que, ahora que termine este gobierno, consiga chamba como inspector de escuelas.” Pero nunca aclaró la teórica falsedad de las afirmaciones del secretario de Estado.