Magno Garcimarrero
Seguro que no es solo una sensación personal, a todos los viejos nos pasa que, el ánima se reblandece, se vuelve frágil y quebradiza con el pasar del tiempo sobre nuestros huesos; lo que ayer se topaba secamente con la fortaleza jovial del corazón, ahora se humedece con lágrimas que traspasan la piel del alma.
Yo que no lloré, ni cuando los cazadores mataron al papá de Bambi, ni cuando los cirqueros encerraron y encadenaron a la mamá de Dumbo, yo que podía resistir las antiguas curaciones dentales sin anestesia y con aquellos chirriantes taladros de pedal; ahora me enternezco y lloro a lágrima viva oyendo el tango “Volver” en la voz de Carlos Gardel, o el bolero “Algo contigo” de Chico Novarro, o el poema “Despedida” del cubano José Ángel Buesa.
Siento que los años me han dejado el alma desollada, expuesta a la sal de los recuerdos, estremecida por el limón de los fracasos para los que ya no hay otra oportunidad de enmienda.
No sé si a todos nos pase esto, pero en la vejez, no solo duelen los añejos golpes recibidos en la juventud, también duelen y más, aquellos golpes que con ánimo de corrección dimos a nuestros hijos de manera abusiva… siento yo que, no me alcanzará la vida, por larga que sea, para arrepentirme de haber maltratado a quienes, a los pocos minutos de haber recibido el maltrato, me expresaron de muchas maneras su perdón y su amor sin rencor.
Me parece que, a los jóvenes, las lágrimas de los viejos las sienten ridículas, inconsecuentes, en razón de que, la fuente de ellas yace en la intimidad más profunda de cada uno, inasible para quienes nos ven desde fuera. He comprobado así, que la mejor compañera para llorar nuestros recuerdos, es la soledad.