El sonido y la furia
Martín Casillas de Alba
Frances O’Connor como Fanny Price en Mansfield Park, (1999).
Ciudad de México, sábado 16 de mayo, 2020. – “Es tu capacidad para cambiar la que me asusta”, le dice Fanny Price a Henry Crawford, el galán que la pretende aprovechándose de la situación. Fanny se lo dice una vez que ha reconocido sus disimulados engaños y se da cuenta que este tipo no sabe amar y que lo único que le interesa es ser amado, por eso, entre otras cosas, lo rechaza y se salva de vivir una pesadilla.
Mansfield Park es la novela de Jane Austen escrita entre 1812 y 1814 que Patricia Rozema la adaptó como película para dirigirla en 1999 para que ahora esté disponible, con subtítulos en inglés, en YouTube. Frances O’Connor es Fanny Price y Harold Pinter, el dramaturgo y premio Nobel de Literatura 2005, hace el papel de Sir Thomas Bertram, dueño de esa mansión (Country House) construida y mantenida con los ingresos del ingenio azucarero en Antigua donde explota a sus esclavos.
Cuando veo la película, me doy cuenta que Fanny podría haber sido uno de los personajes del libro que le entregué en enero a Juan Luis Bonilla, mi editor, con este título: Antes que te cases, mira (bien) lo que haces, (BonArt, 2020) que, por el coronavirus, se quedó atorado en la imprenta, pero que un día de estos estará disponible (impreso y digital), en cuanto reinicien labores. Son catorce casos donde los enamorados no pudieron reconocer las huellas de esos engaños, propios o ajenos y, por eso, no pudieron evitar daños mayores. Las dos o tres personas que saben de la existencia de este libro me urgen que salga para salvar una que otra vida, como lo pudo haber hecho Jane Austen con ésta y otras de sus novelas.
Thomas Bertram es el primogénito que llega de Antigua “con las alas del desencanto y la cabeza llena de ideas sobre el teatro”, encrespado por haber sido testigo de la vida de los esclavos, vida que registró en unos dibujos aterradores. Enojado con su padre hasta que finalmente se reconcilian al tiempo que se abolió la esclavitud en Inglaterra en 1806.
Esta novela y la película la descubrimos después del curso al que asistimos con el maestro José Luis Ibáñez, en donde “el teatro es a la vida, como los barcos a la mar”, tal como lo aseguraba la hermana de Henry Crawford quien, por su parte, trataba de seducir a Edmund Bertram, el menor de la familia, quien desde el primer día que llegó Fanny se hizo su amigo, pero que le costó trabajo diferenciar esa amistad del amor y el deseo de manera natural, libre y espontánea.
Edmund estaba de acuerdo que en el teatro de calidad se “despliegan los más grandes poderes de la mente para expresar, con ingenio, los conocimientos de la naturaleza humana para contrastarlos con la realidad, siempre y cuando esté bien escritos”, como no era el caso de la obra que iban a poner en su casa de campo.
Jane Austen explora la diferencia de clases; la explotación de los esclavos; los matrimonios por conveniencia; el valor y el sentido de la cultura y la escritura a través de la cual Fanny (alter ego de Austen) podía examinar lo que estaba detrás de lo que se dice y se hace, así como, el amor cuando es de a deveras.
Fanny reconoce las huellas de Henry quien pretende seducirla sorprendiéndola, primero con un carrito con fuegos artificiales y un mensajero que debía declamar un poema. Fanny reconoció esos disimulados engaños gracias a su intuición: ella podía haber sido un trofeo, tal como se dio cuenta a tiempo. Cuando su hermana le pide que vaya a la segura, ella le dice que no tiene talento para eso, como algunos de nosotros.
Fanny disfrutaba la biblioteca y del campo traviesa con Mrs. Shakespeare, la yegua blanca que Edmundo le había regalado para galopar, jugar y reír a través del paisaje verde, que tanto nos gusta.