Javier Peñalosa Castro
Cada vez más lastimosas y preocupantes son las apariciones en público y, especialmente, las entrevistas a Enrique Peña Nieto, quien ha hecho trizas lo poco que habían dejado de la llamada “institución presidencial” sus antecesores, desde Calderón hasta Miguel de la Madrid, pasando por Fox, Zedillo y Salinas.
Peña nunca ha sido un gran orador. Sin embargo, antes ponía más empeño en la repetición de sus “mensajes clave”, recibía periódicamente entrenamiento para aparecer en medios electrónicos y había llegado a tener cierta destreza con el manejo del lector electrónico (teleprompter) para aparenrtar seguridad y sapiencia ante las cámaras.
La imagen que hoy proyecta es simplemente patética. Más allá de la pésima sintaxis que caracteriza fu forma de exprearse, es cada v ez más confuso lo que dice, especialmente cuando se trtata de “echar la pelota” a alguien más cuando se le cuestiona sobre los graves problemas nacionales. Tan eevidentes son sus dislates, que no sabe uno si achacar el problema al simple retiro del apoyo incondicional que otrora le brindara Televisa o si, de plano, por enfermedad o simple incapacidad, no está en aptitud de encabezar el gobierno de una nación tan compleja como la nuestra.
El titular del Poder Ejecutivo llora amargamente por lo que no ha sabido defender (ni como hombre, ni ciomo mujer): el desgaste de las instituciones. Per en lugar de asumir su parte de culpa, señala en todas direcciones (el viejo PRI, López Obrador, la mala suerte y un interminable etcétara).
Entrevistado por Ciro Gómez Leyva, soltó este infame cantinfleo pero, a diferencia del genial cómico, sin una gota de humorismo (ni siquiera del involuntario, que frecuentemente practica, y con el que da pie a innumerables “memes” en redes sociales), sino en su papel de fallido estadista.
Por ejemplo, durante la entrevista, soltó este infumable galimatías. “Yo mi preocupación es al advertir el gran desgaste de las instituciones; y me refiero a los gobiernos, a los partidos políticos; este desgaste siempre ha dado lugar –ya ha ocurrido en el pasado– para que haya un terreno fértil para recoger y aceptar posiciones que francamente suelen ser muy simplistas, que suelen plantear soluciones muy fáciles, que pueden estar impidiendo que México siga en una ruta de crecimiento sostenido de manera responsable”. ¿Alguien entendió qué quiso decir exactamente en su media lengua?
A riesgo de reeditar la figura bufonesca que encarnara Rubén Aguilar, a la sazón vocero (y traductor) del (ese sí, campeón del humorismo involuntario) Vicente Fox, lo que quiso decir Peña en su menos que media lengua fue que otros (no él y su camarilla) han desgastado las instituciones y que las únicas soluciones que sacarán adelante al País y a su economía son las que propone la caterva de ineptos que encabeza.
Y luego le echa la culpa de las crisis económicas –y del sobreendeudamiento– ni más ni menos que al llamado viejo PRI, sin admitir el enrome quebranto provocado por sus genios y cómplices el el saqueo de la hacienda pública. Peor aún. Sin haber aprendido del episodio en que Obama definió a su gobierno como popuista, volvió a satanizar a los populistas, con la evocación calculada a que han ligado este Epíteto con la figura de López Obrador.
“Cuando hemos tenido en México escenarios de haberse adoptado políticas de corte populista, con el PRI, con el crecimiento del aparato burocrático, con programas sociales que se fue mucho dinero y que no funcionaron, el saldo de todo eso fue el sobreendeudamiento del País, las crisis económicas. Por eso mi preocupación y mi advertencia”.
En otro pasaje de la entrevista, Peña apunta que “el desgaste de Videgaray por la visita de Trump, me llevó a aceptar su renuncia como secretario de Hacienda”. ¡Vaya desfachatez! ¡Como si él hubiera sido mera víctima de la torpeza de Videgaray y hubiese sido forzado, sin opción alguna, a recibir a Trump!
Sobre otro de los temas más candentes, el de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, de la cual se están cumpliendo dos años sin que se haya aclarado, dijo, dirigiéndose a los padres: “Entiendo la pena, entiendo su dolor, entiendo su gran angustia por no saber del paradero de sus hijos”. Y espetó que el desgobierno a su indigno cargo ha hecho una investigación sobre Ayotzinapa “como ninguna otra; ha dedicado tantos esfuerzos, tantos recursos humanos y recursos materiales”.
Como puede verse, además de la incoherencia para expresarse, la nula destreza para atribuir a otros la culpa de sus errores y la facilidad con que culpa a los miembros de su equipo de los errores cometidos, Peña es totalmente insensible a los graves problemas que enfrentan el país y sus ciudadanos y, definitivaente, no tiene idea de cuál debe ser el rumbo y, mucho menos, la capacidad de fijarlo y ver que se avance en la dirección correcta.
Es indudable que la figura presidencial se ha ido desgastando durante las últims tres décadas. Sin embargo, parece indispensable contar con un líder que fije el rumbo. Esto, definitivamente no está ocurriendo, y dos años parecen demasiado tiempo para que el gobierno acumule desatinos sin límite. Ni el País ni sus ciudadanos estamos para soportarlo.