Luis Farías Mackey
Creo que la única obra efectiva de López, y sin duda la más peligrosa, es la perdida de la sensibilidad y conciencia de la realidad. Lo que él llama gobierno y 4T es sólo un esfuerzo permanente de distracción a través de escándalos, pleitos, rencores, ocurrencias, gracejadas y abiertas locuras.
Todo se vale, excepto ver la realidad.
Y mientras el mago hace sus malabares ante nuestros ojos desaparecen País, Constitución, instituciones, cientos de miles de mexicanos, paz, salud, cultura, educación, concordia, política, dignidad y calidad de vida, y vergüenza. Súmele lo que haya omitido.
Una de esas grandes pérdidas es la cultura de la ley y la ley misma. “¡Qué importa la ley!, argumentaron muchos con enjundia, cuando él y sus corcholatas van años adelantados en su precampaña”. Lo importante en ese momento dejó de ser la ley que nos organiza, norma, protege y garantiza nuestra convivencia civilizada, para ser la prisa por alcanzar e igualar a su impune violador.
Si el ladrón ya había violado la cerradura de nuestra casa, en lugar de someterlo a la ley, había que, como él, violar todas las de los demás antes que él nos las ganara.
Y así, urgidos, frenéticos y encandilados, caímos en su trampa.
Sí, porque su juego no es ganar las elecciones, sino romper toda ley e institución que las haga posibles. Creemos que nos encaminamos a una elección donde vamos a competir contra él y su locura, cuando la competencia es hoy y aquí por ver quién termina primero con la ley. ¡Ah! y ¡cómo nos hemos esforzado!
La democracia es un proceso normado para tomar decisiones y construir y legitimar “autoridad”. ¿Qué queda cuando a la democracia se le deja sin norma, sin decoro, sin procedimientos, sin árbitros, sin jueces, sin recursos? El poder descarnado, sin límites, sin equilibrios, sin ley.
¿Y qué hicieron las autoridades electorales administrativas y jurisdiccionales ante la violación y perversión de las leyes, procedimientos y tiempos electorales? Dictar lineamientos para regular, sin sustento de ley ni atribuciones, lo prohibido y lo inexistente: unas elecciones sin elección de unas figuras que no existen en las estructuras partidarias, ni en los tiempos electorales y sin razón, función ni propósito regulado por la ley. En la locura se eligieron sin elegir unas coordinaciones de nada cargándose en el camino la legislación e institucionalidad electorales, pero ¡qué contentos estamos todos de nuestros destructivos logros!
Y lo que no vieron nuestras ínclitas autoridades fue que en los hechos se jugaba, pervertía y burlaban los derechos políticos ciudadanos de asociación y participación política. Además de convertir los de votar y ser votado, en encuestas, simulaciones y trampas, mientras a los ojos de todos los mexicanos les eran burlados bajo engaño sus datos ciudadanos y personales a cerca de tres millones de mexicanos, que hoy nadie sabe quién los tiene y qué va a hacer con ellos.
Dicen los genios expertos de este desfiguro que, a diferencia de la autoridad, la sociedad civil puede hacer lo que no le está expresamente prohibido. Lo que no vieron era que “esa sociedad civil” —porque hay muchas—, cargaban en sus alforjas a tres partidos que son entes de interés público regidos por los principios democráticos y el orden constitucional, y que pervertir, truquear, engañar y violentar derechos políticos ciudadanos sí es una prohibición expresa de la ley. Tampoco lo vieron las autoridades electorales, igualmente urgidas de no quedarse atrás en esta fuga en estampida de toda ley.
Y abro aquí un paréntesis: Siempre me ha parecido una tomada de pelo la impostura de “la sociedad civil” —como si fuese una entidad ajena y distinta a la sociedad política (Polis)— de “civilizarse” para distinguirse de lo político y de los políticos, pero para hacer ¡política!; como si ésta adquiriese en sus manos otra naturaleza y dignidad, cuando la política no es otra cosa que la acción de los ciudadanos en la pluralidad; además de asumirse como única y monolítica, siendo sólo una de tantas partes de la pluralidad que hace y explica lo político y la política, eso que tanto “asquito” les causa pero que ejercen embozados, sin ningún arte, comprensión ni efectividad; sin mandato político y sin rendir cuentas a nadie.
Pero regresemos a la muerte de la ley. Con independencia de otras consideraciones, hoy se ataca, descalifica y hasta denigra al único que ha decidido ajustarse a la ley. Hasta de traidor se le acusa cuando es el único que aún le hace caso a la ley. Reitero, con independencia de temas meramente operativos y de comunicación que son de la incumbencia de su militancia, el único partido que hoy se apega a la ley en México, es fulminado acríticamente por ello.
Y si esto no es prueba fehaciente que López ha logrado destruir todo concepto cuerdo de lo que es y para lo que sirve la ley, no sé qué lo pueda ser. Y, reitero, no lo hace para ganar elecciones, sino para hacerlas imposibles.
Desplegó su ataque con su manido juego entre la justicia y la ley, como si fueran términos antitéticos y no complementarios. “Entre la justicia y la ley de los corruptos y los conservadores, dijo, prefiero la justicia”. Como si a la ley pudiésemos adjudicarle propiedades humanas. Ya lo dijeron los clásicos: “La ley es la razón desprovista de la pasión”.
La verdadera ley, por cierto. Porque hay apariencias de leyes que gracias a la Corte no han prosperado. En su aserto, López no defendía la justicia por sobre la ley; utilizaba y pervertía una para acabar con la otra. Ha logrado convencer a México que la justicia es posible sin ley, y que ley sin justicia no es opresión. Pregúntenle al Fiscal de Morelos y a los empleados y funcionarios de su Fiscalía secuestrados el viernes por la ¡Marina!, en un acto de autoridad sin causa, fundamento ni motivación legal alguna, y por autoridad no competente para hacerlo.
Luego vino el ataque demencial, lodero y “lumpenario” contra el poder Judicial, a quien junto con el legislativo ha proscrito de los festejos patrios, monopolizados ahora por su facción, cual dictadura bananera. Y así, la división de poderes y la Constitución que la instituye y rige pasaron también a mejor vida, sin que en nuestras frentes se moviera ni el pelo de una ceja.
Luego vino el ataque demencial, lodero y “lumpenario” contra el poder Judicial, a quien junto con el legislativo ha proscrito de los festejos patrios, monopolizados ahora por su facción cual dictadura babanera. Y así, la división de poderes y la Constitución que la instituye y rige pasaron también a mejor vida, sin que se moviera en nuestras frentes ni el pelo de una ceja.
Y así, febriles y alienados en una carrera hacia la muerte de la ley que hace posible nuestra convivencia, competimos contra nosotros mismos hasta que quedemos sujetos al totalitarismo que con tanta urgencia, inconsciencia y fruición le auxiliamos puntualmente a construir.
Entretenidos en corcholatas, “manías”, plagios y necesidad de creer en lo que sea, hoy matamos entre todos a la ley. Y cualquier grupo humano sin ley es sólo manada y rebaño, en donde sólo se oye una voz, la del pastor.