Magno Garcimarrero
Por educación paternal, aprendí desde muy niño a reclamar respeto al sueño y a respetar el sueño de los demás. Desde siempre odio el reloj despertador y a Levi Hutchins su inventor, que desde 1787 interrumpe el sueño de la humanidad y, dentro de ella a mí y a toda mi familia, con excepción hecha de mi querido hijo a quien recuerdo que, actuando con congruencia, cuando sonaba el despertador lo arrojaba por la ventana y seguía durmiendo plácidamente.
Pero en la absurda vida que hemos fabricado los humanos, para justificar la estúpida idea de que venimos a sufrir a este valle de lágrimas, y darle la razón a Levi Hutchins que afirmaba que “al que madruga dios lo ayuda”, hemos aceptado resignadamente la interrupción de nuestro plácido dormir, tanto en horas matutinas como en la reparadora siesta vespertina.
Por estas ideas, desde que me jubilé y mi familia me festejó el cumpleaños número 80, cuando me preguntaron que ¿qué regalo quería? Les pedí solo uno: “¡que nadie me despierte cuando esté dormido, ni de mañana ni de siesta”! Y hasta ahora me parece que lo han cumplido, aunque, claro, con algunas ocasiones excepcionales.
Pero… pero… pero… Ahora con 85 años y midiendo un futuro de no más de cinco o seis años, si bien me va; cuando estoy de plácemes creyendo que dormiré “el sueño de los justos” por una eternidad, me encuentro en las sagradas escrituras (Corintios 15-52) la amenaza de que pronto “El Señor mismo nos resucitará con sonidos de trompeta”.
¿De veras será Dios tan impertinente?
M.G.