Por María Manuela de la Rosa Aguilar.
Uno de los títulos de poder por excelencia es el de rey, hombre de mayor poder en un Estado, el que lo gobierna, dirige o representa, el líder que vela por sus súbditos.
La monarquía es uno de los sistemas de gobierno más antiguos del mundo, donde el que encabeza el gobierno es el rey, a quien se le atribuyen no sólo poderes superiores sobre los demás, sino cualidades paradigmáticas que le dan un halo que lo hace sobresalir de todos los demás, de lo que surge la idea de que su posición es de origen divino, lo que le da legitimidad.
Y qué más grande divinidad que Dios, por ello al Hijo del Hombre se le da el título de Rey de reyes, a quien fueron a adorar los reyes magos que llegaron de Oriente. Poco o nada se sabe de ellos, pero sí se ha logrado establecer la aparición de la Estrella de Belén en el siglo I, así como muchas circunstancias asentadas en la Biblia, que dan fe del gran acontecimiento de la adoración del Niño Dios.
De acuerdo a la tradición cristiana, los magos eran sacerdotes eruditos llegados de Oriente. ¿Dónde exactamente?, es un misterio, pero fueron a llevarle al recién nacido regalos de un gran simbolismo: incienso, oro y mirra.
Incienso por su carácter divino, pues es el Dios encarnado; ya desde las tradiciones paganas se utilizaba el incienso para los rituales sagrados y todo tipo de ceremonias religiosas para adorar a los dioses.
Oro, que es para la realeza, para el Rey de reyes, el regalo más precioso para él; el oro como tributo a la dignidad real.
Y la mirra, utilizada en el antiguo Egipto para embalsamar, lo que muestra la humanidad de Jesús, la sustancia idónea para el fin de su martirio, para la victoria de la vida sobre la muerte con su resurrección.
Los reyes magos eran eruditos que estudiaban los libros sagrados y conocían perfectamente las profecías. Magos por su gran conocimiento y por su capacidad para conocer del devenir histórico. Reyes por su poder, por su riqueza, su liderazgo y posiblemente por gobernar sobre lejanos reinos de Oriente. Su figura sigue siendo un misterio.
Hoy, después de dos mil años celebramos este acontecimiento que marcó la historia de la humanidad emulando a esos reyes generosos, que van con los niños a entregarles regalos.
Los reyes de hoy, los gobernantes, no entregan regalos, sino que piden impuestos y no pocos se apropian de la soberanía del pueblo para disponer a su favor, para destruir las instituciones, para burlar al sistema democrático, se han apropiado de la representatividad de la soberanía para invadir, para hacer a guerra en pos de una gloria sin sentido, creyéndose todopoderosos, porque el poder tergiversa las mentes débiles, que creen ilusamente que son eternos, impunes, audaces e ingeniosos. No hace mucho que el mundo padeció dos infames guerras y se transformó, cayeron reinos e imperios y hoy casi no hay reyes, al menos con ese título, ya no nacen ni permanecen, surgen incluso de la nada y en poco tiempo se van para disfrutar de por vida los tributos del antiguo reino.
Los reyes nacen, los dictadores se hacen, pero su humanidad es una y la fuerza del espíritu no se adquiere, se forja. Por eso los que nacen predestinados a reinar están obligados a cultivarse, a forjar las virtudes que todo ser humano debería. Lo mismo sucede con los integrantes de las fuerzas armadas, del país que sea, pues están destinados a las misiones más altas en defensa de su patria, a dar la vida si fuera necesario. Las virtudes y los valores son condiciones vitales para todo soldado, porque de lo contrario se convertirán en tropas mercenarias, perdiendo toda legitimidad.
Hoy los regalos son para los reyes, pero humanos y también para los pueblos, indefensos y expuestos. La cabeza de Osama bin Laden para el rey, lo mismo que las detenciones de terroristas y criminales. La aprehensión de Ovidio Guzmán en Sinaloa ¿Será un regalo para el rey? Por lo pronto la mirra es para los pueblos, con sus muertos y heridos, los robos e incendios de vehículos. El oro para el rey y la mirra para el pueblo. Los misiles Patriot para Zelensky, los muertos para el pueblo. El oro para China, la mirra para África, con los miles de millones para que esa región pueda desarrollarse, a cambio de una deuda tal vez impagable que someterá a muchos países africanos, una nueva esclavitud para morir lentamente.