La temprana convivencia con los pueblos quiché de su natal Guatemala y su gran interés por las culturas precolombinas de México definieron parte del quehacer artístico de Rina Lazo Wasem, muralista, pintora y grabadora, quien se definió a sí misma como una “artista mesoamericana” y cuyos últimos trazos son un homenaje a la cultura maya con el mural Xibalbá: el inframundo de los mayas (2019).
La Secretaría de Cultura del Gobierno de México y el Instituto Nacional de Bellas Arte y Literatura (Inbal), el marco del centenario de su natalicio y a cuatro años de su deceso, recuerdan a Rina Lazo (1923 – 2019) a la artista que formó parte del Movimiento Muralista Mexicano y que fue considerada por Diego Rivera como: “Mi mano derecha, la mejor de mis estudiantes”, que con su última obra firmada dos días antes de su deceso se convirtió en la primera mujer muralista en entrar al Palacio de Bellas Artes.
“Ese amor por las culturas prehispánicas lo cultivó toda su vida, y lo compartió con mi papá (el también grabador Arturo García Bustos y discípulo de Frida Kahlo). Como saben, nació en la ciudad de Guatemala, pero desde muy pequeña la familia se mudó a Cobán, una ciudad al norte del país, donde convivió con el pueblo quiché, recordó en breve entrevista Rina García Lazo, hija de los artistas.
“Ella recordaba sus mejores épocas ahí, cerca de la selva. Desde entonces, inicio ese amor por las culturas prehispánicas allá en Guatemala y se profundizó en México. Ella afirmaba con mucho orgullo que era “mesoamericana”, pues decía que México y Guatemala eran lo mismo”.
Rina Lazo llegó a México en 1947 con una beca para estudiar en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, donde por invitación del técnico de Diego Rivera, Andrés Sánchez Flores, conoció a la muralista y colaboró en el fresco Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947), que hoy resguarda el Museo Mural Diego Rivera, pero que originalmente se proyectó para el desaparecido Hotel del Prado, “época en que, además, conoció a mi papá y con quien se casó en 1949”, recordó García Lazo.
“Con mi papá recorrió, además, varias zonas arqueológicas y tenían miles de libros sobre las culturas prehispánicas, que aún conservamos. Si bien, del lado materno fue de ascendencia alemana, ella asumió las raíces de nuestra cultura y dedicó mucho tiempo a estudiarlas. Pero creo que un momento decisivo fue el de 1965”, explicó.
En aquella época, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez trabajaba en la construcción y diseño del Museo Nacional de Antropología, proyecto para el cual la artista pintó las réplicas de los murales de Bonampak: “Para ella fue una enseñanza maravillosa, porque no solo emprendió una investigación profunda, sino que vivió varios meses en la selva, estudiando y haciendo calcas en el sitio. Incluso, quería hacer un libro para explicar cómo fueron pintados esos murales, pero tristemente no lo hizo. Sin embargo, fue un conocimiento que quedó plasmado en su última obra”.
De esa época es su primer mural Los cuatro elementos (1949), para la Logia Masónica del Valle de México, así como otra serie de proyectos junto a Diego Rivera, de quien aprendió la técnica al fresco, como el mural El agua, origen de la vida (1951) en el Cárcamo del río Lerma en el Bosque de Chapultepec; en los relieves del Estadio Olímpico Universitario, en 1952; y en la obra El pueblo en demanda de salud. Historia de la medicina en México (1953) para el Centro Médico Nacional La Raza.
Más que muralista
“Tanto ella como mi papá vivieron una época en la que no pudieron hacer tanta obra mural como la que hubieran querido hacer, pues inició el Movimiento de Ruptura y eso hizo que fueran un poco relegados”, detalló la arquitecta y también artista.
“Sin embargo, mi mamá realizó muchísimos cuadros de caballete”, obra que falta por conocer y estudiarse, resaltó. “Actualmente, en Guatemala están haciendo un inventario de su obra que hay en colecciones privadas, algunas de la familia, porque llevaba obras para regalar o allá hacía algunas pinturas, dibujos o apuntes y los obsequiaba.
“Se tiene una contabilidad de cerca de 40 piezas, identificadas, fotografiadas y catalogadas, además del mural Tierra fértil (1954), que perteneció al Club Italiano y, posteriormente, se rescató y donó al Museo de la Universidad de San Carlos de Guatemala, donde actualmente se encuentra”.
Sobre sus piezas en México, explicó que ya se está haciendo un inventario: “Hizo mucha más obra aquí, la cual vendía a compradores y coleccionistas particulares, casi siempre a fin de año. Todavía no se tiene el registro completo de esas piezas, pero estamos colaborando con el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) para ubicarlas y hacer un inventario de la obra, tanto de mi papá como de mi mamá.
“Son bastantes, entre ellos están óleos, temples, en formatos de 40×60 cm., grabado, así como acuarelas y libretas de dibujos y apuntes, porque cada vez que ellos salían a algún estado, Puebla, Veracruz, Sinaloa, Sonora, Oaxaca, o fuera de país, iban con libretas y acuarelas para trabajar”.
De acuerdo con García Lazo, la obra en pequeño formato de la artista transita el paisaje, las naturalezas muertas, la figura humana, retratos, “pero le gustaban más los paisajes. También el dibujo fue una práctica cotidiana, con carboncillo o a lápiz.
“Hemos descubierto una gran cantidad de libretas con dibujos, porque siempre lo estaba practicando, sobre todo cuando tenía un proyecto en mente, como lo fue para su último mural. Incluso, cuando salía, iba algún lado o estaba en el museo, lo hacía, porque observaba su entorno y tomaba cosas de la realidad para sus proyectos.
“La única época en que dejó de pintar fue tras la muerte de mi papá en 2017. Ella no volvió a sostener el pincel por año y medio, pero en su último año de vida, desde noviembre de 2018, tomó la decisión de terminar ese último mural”.
Detalló que, para la artista y su padre, el muralismo expresó una permanente lucha social: “Ambos fueron luchadores sociales. La obra mural de mi mamá es una expresión de su interés por la sociedad, así como por la historia, como lo es Venceremos (1959), un cuadro mural que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Toluca”, y que habla sobre la intervención en Guatemala en la década de los cincuenta.
Pero, recordó que su preocupación política la vertió más en sus grabados: “No tiene tanta obra gráfica como mi papá, pero a lo largo de su carrera hizo algunas piezas, como las que produjo en 1968, junto a unos dibujos, mientras estuvo encarcelada por firmar un comunicado a favor del Movimiento Estudiantil de ese año, porque siempre fueron activistas y quisieron algo mejor para la sociedad”.
Fue luchona
“Mi mamá fue una persona agradecida, amable, optimista, también fue luchona, porque tenía su carácter; sin embargo, hacía que la gente sonriera. Yo hubiera querido tener ese carácter. Mi papá, por su lado, fue una persona muy amable y gentil con toda la gente, a todos trataba por igual. Y ambos siempre buscaron el bien común.
Sobre el último mural de su mamá, comentó que fue importante que se mostrara en el Palacio de Bellas Artes: “Se logró. El hecho de que esté en el Palacio de Bellas Artes es darle la relevancia que tuvo. Como mujer, merecía estar ahí y es un orgullo, porque fue un lugar destinado para artistas masculinos y esto demuestra que las mujeres podemos ser buenas artistas. Creo, sin duda, que es su obra cumbre, a la cual entregó cuerpo y alma hasta la última pincelada, porque lo hizo con un gran cariño y amor al pueblo de México y al pueblo maya”.
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