Luis Farías Mackey
Para Huxley, “el instinto de adquirir lleva consigo más perversiones que el instinto sexual”. Y saco al buen Aldous a colación, por los pleitos legislativos nacionales que no se dan entre fracciones parlamentarias, de suyo inexistentes, sino entre corchocaltas de consolación.
De los en el ring ya han dado cuanta las redes en su melosidad en tratándose del sexo opuesto. Grabaciones, fotografías, aviones y hasta jirafas hablan por sí solas.
Pero cuando la perra es brava hasta a los de casa muerde y tal es el caso del pleito arrabalero de Monreal y Adán Augusto. Al calce diría Huxley: “¡Qué pasmosa tacañería descubre uno a cada paso, sobre todo entre los ricos! ¡Y qué asombrosas prodigalidades también!”, cuando de fotografiarse regañados con Rasa Icela se trata.
Porque, sostiene Huxley, entre “los atesoradores, los afanados, los que se encuentran enteramente y casi incesantemente preocupados por el dinero (…) nadie se encuentra de igual modo incesantemente preocupados por el sexo; supongo porque en las cuestiones sexuales es factible la satisfacción fisiológica, que no existe en lo referente al dinero. Cuando el cuerpo se siente saciado, el espíritu deja de pensar en el alimento o en la mujer. Más el hambre del dinero y de posesión es casi simplemente una cosa mental. No cabe una satisfacción física posible”.
Si bien el cuerpo puede conminar al cuerpo a conducirse normalmente en cuanto al sexo, en “lo que se refiere al instinto de adquirir no existe cuerpo regulador, no hay masa de carne bien sólida que pueda sacar de los rieles del hábito fisiológico. La más leve tendencia hacia la perversión se pone inmediatamente de manifiesto”.
Pero adelanta Aldous, “la palabra perversión tal vez no tenga sentido en este contexto. Porque la perversión supone la existencia de una norma, de la cual se aparta”. Y “¡cuál es la norma del instinto de adquisición? Podemos vislumbrar vagamente un áureo término medio; pero ¿es, en realidad, la verdadera norma estadística?” Depende, alegaría yo, si comparamos a los corcholatos desvencijados con Andy y Almilcar.
En fin, que no estamos ante cosa de amores, sino de una pasión aún más fuerte en ellos: la riqueza y el poder.
Y frente a eso, ni la casona de Bucareli, ni los llamados a la unidad destemplados de Palacio y de Morena habrán de tener buen puerto. Porque el instinto de riqueza en estos frankesteines del amor y del poder, es mayor, posiblemente, al de su propio creador y dueño.