Las guerras civiles, suelen ser las más cruentas, pues el orgullo nacional que empuja a los hombres al campo de batalla en una conflagración convencional es substituido por la lucha fratricida, y por ende la reconciliación al llegar la paz suele ser más complicada. Hay diversos ejemplos de ello, España aún se debate, sobre todo en el campo de la política de las controversias entre simpatizantes de nacionales y republicanos en su sangrienta guerra civil de 1936 a 1939. En cambio, México, que no estuvo exento de una larga y violenta revolución, logró en buena parte gracias a Cárdenas, una genuina unificación revolucionaria que simplemente convirtió a todos los contendientes en veteranos.
Estados Unidos, es un pueblo combatiente, su vocación bélica lo ha consolidado como la primera potencia militar y sus fuerzas han peleado en todos los rincones del planeta. Su pericia en el arte de la guerra se reforzó con la firme creencia en el Destino Manifiesto, que decretó que los norteamericanos son una nación elegida para expandirse del Atlántico al Pacifico, doctrina que hizo de México la principal nación agraviada ante tales embates expansionistas.
Sin embargo, a pesar de sus triunfos militares en cinco continentes, los norteamericanos también han pagado el alto costo de la lucha entre hermanos. Su encarnizada guerra civil de 1861 a 1865, no solo ha sido la más costosa en su historia, sino a su vez la que más vidas ha reclamado con más de 600,000 caídos en los cuatro años de lucha que culminaron con la rendición del Ejército Confederado del Norte de Virginia el 9 de abril de 1865 en Appomattox. Con la victoria del norte, se afianzo el sistema republicano norteamericano y se liberaron a más de cuatro millones de esclavos, aunque ello, como es de dominio público, no necesariamente desterró la segregación racial en el vecino país del norte.
La guerra civil o de Secesión americana, si bien tuvo sus orígenes por causas libertarias como lo fue la abolición de la esclavitud y políticas, al buscar los estados sureños separarse de la Unión, en el fondo se ciñó a motivos de riqueza que enfrentaron a dos modelos económicos, el sur agrícola, apostando por el prospero cultivo del algodón de ahí la necesidad de la mano de obra esclava y el norte industrializado, con una buena red ferroviaria y no exento de un sistema de granjas para alimentar a su fuerza de trabajo y soldados. Al final como es de suponer, las fabricas se impusieron a las plantaciones, no en vano el poderío bélico estadounidense a partir de entonces se ha fundado en su inagotable capacidad industrial.
Las batallas de la Guerra de Secesión fueron sangrientas, no solo como ya se mencionó por la pericia para las armas de los norteamericanos o el encono propio de una guerra civil, sino también por la experiencia y fogueo de los comandantes de ambos bandos, la enorme mayoría de ellos pelearon casi tres lustros antes como jóvenes oficiales en los combates en el valle de México en la guerra entre México y Estados Unidos, incluso Robert E. Lee comandante del ejército confederado o sureño fue herido en la gloriosa acción de Chapultepec el 13 de septiembre de 1847.
Al firmarse la paz en Appomattox, el comportamiento del comandante vencedor Ulysses S. Grant y el vencido Robert E. Lee, ambos graduados de West Point, fue de caballeros, Lee acudió impecablemente uniformado acompañado tan solo de su secretario, el coronel Marshall, y Grant fue magnánimo, proveyó de raciones para los vencidos, les permitió conservar sus caballos y a los oficiales sus armas individuales.
De cualquier modo, la reconciliación no fue sencilla, en los vencedores surgieron grupos radicales que crisparon la relaciones con los antiguos confederados y el asesinato del presidente Lincoln a manos de John Wilkes Booth un fanático sureño, enrareció el ambiente.
Robert E. Lee entonces supo con aplomo dar la vuelta a la página y consagrar el resto de su vida a la reconciliación entre norteños y sureños. A diferencia del presidente confederado Jefferson Davis que estuvo preso por dos años al terminar la guerra, Lee fue expresamente amnistiado, pero esto no significó que la situación le fuera sencilla, se le retiró el Derecho al voto y su propiedad familiar fue requisada para ser convertida en el afamado cementerio nacional de Arlington.
De cualquier modo, Lee se impuso a los tiempos y acepto ser presidente del Washington College, una universidad en Lexington, Virginia. Desde allí bregó porque los estudiantes a la manera de los cadetes fueran caballeros y al tomar posesión en agosto de 1865 manifestó a la junta de benefactores:” Consideró el deber de cada ciudadano, en las actuales condiciones del país, hacer todo lo posible a su alcance para abonar a la restauración de la paz y la armonía” Incluso promovió la incorporación de alumnos norteños para robustecer lo anterior.
Otro gesto de concordia fue la muy comentada visita de Lee a Grant a la Casa Blanca en mayo de 1869 cuando el segundo era presidente. Un año después el 12 de octubre de 1870, Lee murió en el Washington College y fue sepultado en la capilla, al día de hoy a su figura de caballero sureño se añade la polémica de haber comandado el ejército esclavista, sin embargo, propios y extraños no pueden dejar de reconocer su talante conciliador durante el periodo posterior a la Guerra de Secesión norteamericana.