Por Aurelio Contreras Moreno
Este miércoles 30 de noviembre se cierra la que casi sin temor a equivocarnos puede calificarse como la etapa más negra de la historia moderna del estado de Veracruz.
El final de la administración de Javier Duarte de Ochoa llega en medio de una descomunal crisis económica, un estado sumido en la violencia en gran parte de su territorio y una profunda herida en lo social.
Veracruz quedó hipotecado por lo menos para el transcurso de los próximos 25 años, en los que el pago de los compromisos crediticios adquiridos sin ton ni son y sin que representaran beneficio alguno para la población, significará un freno para la salud, la educación y en general, para el desarrollo de las próximas generaciones.
Miles de familias mutiladas por un número similar de desaparecidos y otro tanto de asesinados marcarán el punto más doloroso de un periodo atroz, donde la seguridad de los veracruzanos fue sólo un eslogan, una burla y muestra de la más grande condición de miseria humana concentrada en pseudo servidores públicos.
A ello habrá que sumar el total descrédito en el que se hundió a Veracruz como entidad, como marca, convirtiéndola en sinónimo de la más absurda y disparatada corrupción por culpa de políticos que perdieron la cabeza y se creyeron intocables e impunes para siempre. Y que hasta la fecha, lo siguen siendo y actúan en consecuencia, burlándose de todos los veracruzanos.
No hay sector, no hay región, no hay nivel socioeconómico y cultural en donde el halo negro del fide-duartismo no haya arrasado, que no haya sido depauperado por la clase política más rapaz que se haya conocido en estas tierras. De norte a sur, Veracruz vivió una noche que duró doce años. Un infierno que al principio nadie quiso ver ni aceptar, y que cuando fue inevitable reconocerlo, ya era tarde para revertirlo.
Porque el desastre, del que ahora todo México se asombra, estaba a la vista desde hace años. Los culpables, también. Sólo que nadie quiso abrir los ojos, hasta que la barbarie, la sinrazón, la estafa, lo alcanzó. Hasta que se convirtió en un luto propio, una alacena vacía, una quincena sin pago, la borrachera se convirtió en una feroz cruda.
El periodismo también sufrió la más horrenda de sus eras, con unos medios que primero fueron acallados con fajos de billetes en la boca, y luego la voz de sus reporteros sofocada a punta de pistola, de amenazas y de muerte. Gran responsabilidad del quiebre de Veracruz lo llevarán sobre sus espaldas esos periódicos, esos columnistas, esos locutores que se dejaron llevar hasta la peor de las ignominias y escondieron la realidad de la entidad por un puñado monedas.
Fidel Herrera Beltrán, Javier Duarte de Ochoa y todos los que fueron sus cómplices en el saqueo, en el desvío de recursos, en el lavado de dinero, los que le abrieron la puerta al crimen organizado y permitieron que corrieran ríos de sangre en el estado, deberían ser juzgados por los tribunales y castigados con todo el rigor de la ley. Aunque el daño que causaron no se paga con nada, ni volviendo a nacer.
Eso difícilmente sucederá, pues el sistema político en México subsiste gracias a la impunidad. Sin embargo, del juicio de la historia no podrán librarse. El de los veracruzanos fue expresado desde el 5 de junio pasado.
El saldo del sexenio queda sintetizado en la decisión de otorgar la Medalla “Adolfo Ruiz Cortines”, el máximo reconocimiento que otorga el estado a un veracruzano, a las madres que desde hace años buscan por su cuenta a sus hijos desaparecidos en Veracruz. El simbolismo del dolor es inconmensurable.
Tal es la herencia del peor gobierno de la historia.
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