Por Aurelio Contreras Moreno
Tarde y a la de a “huevo”, las “fuerzas vivas” del PRI en Veracruz se alinearon en torno del diputado federal Alberto Silva Ramos, a quien de la noche a la mañana, como si de una revelación divina se tratase, le descubrieron sus “grandes dotes” y “merecimientos” para convertirse en el próximo dirigente estatal de esta fuerza política en la entidad.
Y fue tarde, porque los dirigentes de los sectores dejaron varios días para pronunciarse en favor del tuxpeño, a quien desde Casa Veracruz “destaparon” hace exactamente una semana para tomar por asalto la presidencia del Comité Directivo Estatal tricolor.
O desde un principio no entendieron si era en serio la maniobra para entronizar al “Cisne” luego de su fracaso en San Lázaro para encabezar una comisión de mínima relevancia, o los líderes de los llamados “sectores” del PRI no estaban muy convencidos de apoyar el albazo maquinado desde el gobierno estatal, que no ha escatimado ni esfuerzos ni recursos para “convencer” a los priistas y a los columnistas “aliados” de que Silva Ramos es el hombre “idóneo” para dirigir al Revolucionario Institucional.
Es tan burda y grosera la manera como Javier Duarte pretende “inflar” a su “delfín” que, al menos en un principio, varios ex presidentes estatales del PRI se negaron a unirse a la “cargada”, una de las más arraigadas costumbres de la cultura priista. Tardaron casi una semana en “planchar” a uno de ellos, Carlos Brito, y eso, ante la certeza de la inevitable imposición.
Otro, Ranulfo Márquez, prefirió renunciar a su cargo como secretario de Desarrollo Social estatal que avalar la farsa de la “unidad” con el advenedizo. En su lugar, y como una muestra de gigantesco cinismo, fue colocado Alfredo Ferrari Saavedra, el ahora ex dirigente del PRI. Es más que claro el mensaje de lo que buscarán hacer con los programas sociales el año entrante.
Este sábado, Alberto Silva Ramos, sin más mérito político que ser el “favorito” de Javier Duarte, será ungido por “aclamación” –democracia, ¿para qué?– como nuevo presidente estatal del PRI, donde con todo y la “cargada” ordenada desde Casa Veracruz, priva el malestar por la imposición de un mero representante de la misma camarilla que ha saqueado a Veracruz y que busca permanecer en el poder a costa de lo que sea.
Al igual que Javier Duarte hace seis años, Alberto Silva, por sí mismo, no representa nada. No tiene fuerza ni valor político propios. Es un invento del macabro fidelismo que con toda suerte de jugarretas, mañas y traiciones se aferra al poder y le quiere cerrar las puertas a todas las demás corrientes que aún coexisten dentro de ese entramado de intereses llamado Partido Revolucionario Institucional.
Precisamente por esa característica, el “reinado” de Silva en el PRI no será tan terso como lo quieren hacer ver, aunque este sábado le acarreen 20 mil personas a su toma de protesta.
Si llega al PRI para construir su propia candidatura a la gubernatura, como es seguro que hará, incurrirá en una descomunal inequidad que fracturaría por completo al priismo veracruzano. Silva Ramos sería juez y parte en la contienda interna que le tocará organizar, y eso ya ni en el tricolor lo toleran. Si no lo cree, hay que recordar el caso de Roberto Madrazo en las elecciones de 2006, a donde se fue al tercer lugar, saboteado por sus propios correligionarios.
Porque una cosa es la “cargada” de dientes para afuera. Otra, muy diferente, que exista apoyo real a la hora de las campañas y las votaciones.
Y ahí les pueden cobrar todas las que deben.
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