Por Aurelio Contreras Moreno
La simulación es una práctica íntimamente ligada a la política en cualquier parte del mundo, aunque en México ha adquirido niveles de “maestría”, aderezados con un colosal cinismo.
En el “ejercicio” del “arte” de la simulación, los políticos juegan a ser “justicieros”, “defensores del pueblo” y prototipos de la virtud de la “honestidad” y de la defensa de la “democracia”, tomándole el pelo a los ciudadanos que, en medio de su difícil realidad, buscan algo y alguien en qué creer y, al encontrar una figura que los envuelva en su retórica redentora, se vuelcan en su defensa hasta la ignominia.
Veracruz es un estado lastimado, golpeado por la rapacidad de quienes han ocupado cargos de responsabilidad pública y se han servido de los mismos. La necesidad de creer en “salvadores” mesiánicos que le dicen a sus seguidores lo que ellos quieren escuchar, que ofrecen fórmulas mágicas para la solución de los problemas es pues, bastante alta. De la misma proporción que suelen ser también las decepciones cuando, tarde que temprano, esos “justicieros” –ahora que tan de moda está el término- se muestran como en realidad son: miembros de una misma clase, con las mismas prácticas y los mismos objetivos.
Los últimos días han sido de gran agitación política en la entidad veracruzana. La crisis financiera alcanzó su cenit, el gobierno interino ha sido desbordado por la magnitud del problema del desfalco y el desvío de recursos y, por ende, su debilidad es la de un enfermo terminal y su autoridad moral, la de un ladronzuelo de quinta.
En ese escenario, los vacíos de poder son cubiertos por quienes, embozados con la máscara de la “rectitud”, esconden sus propios vicios con actitudes contestatarias, como la de los alcaldes que reclaman hasta ahora lo que en su momento no supieron, no se atrevieron o a propósito no quisieron defender. Como el adversario ya está en la lona, noqueado, entonces sí exigen, retan, demandan, a sabiendas, además, de que a pesar de que la razón les asiste en parte, no hay capacidad para darles respuesta y resarcir el daño en su totalidad. Es la simulación que apuesta al olvido.
El Congreso de Veracruz es otro espacio donde se repite el mismo patrón de doblez. Luego de una Legislatura francamente vergonzante y servil, los nuevos diputados locales que tomaron posesión el pasado sábado llegaron izando la bandera del “cambio”. Pero bien pronto desnudaron su verdadero yo.
Al más puro y rancio estilo del viejo régimen, las fracciones legislativas del PAN y el PRD negociaron repartirse entre ellas la mesa directiva del Congreso local y, para lograrlo, pactaron ¡con el PRI!, el “enemigo” al que esos dos partidos “echaron” del poder en Veracruz, haciendo a un lado a Morena, que es la segunda fuerza política en la LXIV Legislatura, aplicándole el “mayoriteo” del que siempre acusó la oposición a los gobiernos priistas, y dándoles a los lopezobradoristas un excelente pretexto, a su vez, para recurrir a la victimización que tan buenos dividendos les deja. La simulación que transa para obtener ganancias.
Y ya que hablamos de Andrés Manuel López Obrador, el dueño de Morena dio una “clase magistral” de cómo ser un farsante y que el “respetable” siga aplaudiendo, al reunirse y tomarse la foto, “casualmente”, con el empresario José Abella García, hostigador de periodistas, difamador profesional, defensor y alfil del gobierno duartista mientras le convino, y quien días antes de ese encuentro estuvo presumiendo en sus redes sociales sus acercamientos con ese partido para ser su candidato a la alcaldía de Córdoba.
La cumbre de la simulación lopezobradorista vino en forma de respuesta por parte de la diputada de Morena Rocío Nahle -también presente en la foto y en la reunión de su jefe con Abella-, quien aseguró que el empresario, que acostumbra ir custodiado por escoltas pagados por el gobierno de Veracruz, fue una más de “varias personas que se acercaron a pedir una fotografía”, como si la ingenuidad fuera la divisa que distinguiera la práctica de la política, como si las injurias de Abella contra los críticos de Javier Duarte no se hubieran sabido en ningún lado, y como si los ciudadanos fuéramos una partida de pendejos. La simulación que se da baños de pureza en pozos de suciedad.
Así, mientras la clase política hace pantomimas democráticas para mantener sus privilegios, los ciudadanos seguimos creyendo que alguno de sus integrantes nos va a venir a “salvar”, como si no fueran, todos y cada uno, de la misma calaña.
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