Por Aurelio Contreras Moreno
La confrontación política que priva en el estado de Veracruz en la agonía del sexenio es tan grave como la precaria situación financiera provocada por el atraco al erario perpetrado por el prófugo de la justicia Javier Duarte de Ochoa y sus secuaces.
La “toma” del palacio de gobierno y ahora de la Casa Veracruz por parte de los presidentes municipales de extracción panista y perredista sólo demuestra la incapacidad de los actores políticos, de uno u otro bando, para hacer lo que se supone saben hacer mejor: política.
El reclamo de los alcaldes es justo, eso no está a discusión. Los recursos de las participaciones federales que el Gobierno Federal envió a Veracruz desde hace meses se les debió entregar en tiempo y forma, y los pretextos de los funcionarios responsables para intentar justificar lo que en los hechos constituye un desvío de recursos son inaceptables. Hasta ahí no hay duda.
Pero la estrategia adoptada por los ediles comandados por el alcalde de Boca del Río Miguel Ángel Yunes Márquez -quien desde ahora aprovecha la coyuntura para promover su imagen con miras a la sucesión de 2018-, es sumamente peligrosa. Insultar y sobajar a un gobernador –porque legalmente, Flavino Ríos es el representante y depositario constitucional del Poder Ejecutivo de Veracruz en este momento- en una reunión de trabajo en la que se supone se iba a dialogar, y además exhibirlo en redes sociales, sienta un precedente cuyas consecuencias pueden ser insospechadas. E irreversibles.
Aunque es un hecho que el gobierno estatal actuó fuera de la ley al disponer de las participaciones de los ayuntamientos para cualquier otra cosa que las haya usado, el caso es que ese dinero ya no existe, ya se gastó. Y los alcaldes saben que Flavino Ríos no puede aparecer ese recurso de la nada, que tiene que gestionarlo en alguna parte, como ya lo estaba haciendo ante la Secretaría de Hacienda, que ante el conflicto político que estalló en Veracruz desde hace más de diez días, simplemente reculó y decidió dejar al estado a su suerte. La respuesta a la intransigencia fue, pues, la indolencia.
Por su parte, la actuación de Flavino Ríos Alvarado como gobernador interino ha sido penosa. Extremadamente debilitado en lo político y ya no se diga en lo financiero, sin el apoyo de su partido, sumido en el fango del desprestigio duartista y en una de ésas arrastrado al abismo con ellos, ha sido incapaz de mantener la estabilidad política, de alcanzar consensos mínimos y de ofrecer soluciones al menos temporales.
Ni siquiera les pudo cumplir a los alcaldes priistas la promesa de transferirles recursos a inicios de mes.
Su nivel de desesperación es palpable, al grado de que declaró ante los medios que de haber sabido la gravedad de la situación -¿de verdad no la conocía, si era el secretario de Gobierno, el segundo a bordo?-, no hubiera aceptado ser nombrado gobernador interino, frase que enmarcará el epitafio de su carrera política.
El resultado es que Veracruz vive momentos de grave vacío de autoridad y de polarización que no han traído ningún resultado positivo, ninguna solución, pero que sirven como escenario para sacar raja política, pingüe ganancia contra el daño institucional que se le está causando a la entidad.
Porque lo que se está afrentando es la investidura de gobernador de Veracruz, no a la persona que en este momento la representa. Y es imposible no percibir el tufo golpista que de ahí emana.
Lo que los veracruzanos demandan es que esos que se dicen “políticos profesionales” hagan su trabajo, lleguen a acuerdos y encuentren soluciones a los problemas que ellos mismos, todos, crearon. Nada más, nada menos. Para eso les pagamos los ciudadanos.
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