La sanguinaria violencia que se extiende por todo el territorio veracruzano sólo tiene una explicación: al gobierno de Javier Duarte de Ochoa el estado se le ha ido de las manos.
La ejecución de cinco presuntos integrantes del crimen organizado y un reportero la madrugada de este jueves en un bar de la ciudad de Orizaba es apenas uno más de los hechos de brutal violencia que todos los días ocupan un lugar, minimizado por cierto, en los medios de comunicación.
Lo de Orizaba llamó la atención por encontrarse entre las víctimas un ex corresponsal de Televisa Veracruz, Juan Santos, a quien de inmediato las versiones oficiales vincularon con otra de las víctimas del ataque, un supuesto jefe de plaza de una banda de delincuentes, el cual, curiosamente, habría salido a beber a un bar sin un aparato de seguridad como los que suelen llevar los “capos” de ese nivel.
Pero Veracruz se desangra por todos lados. El martes, se daba cuenta de la noticia de la aparición del cuerpo muerto de un menor de edad secuestrado hace más de un mes en el municipio de Castillo de Teayo, al norte del estado.
Un día después, en Acayucan, al sur de la entidad, fue ejecutado a balazos Arturo Vázquez García, quien a últimas fechas encabezó varias protestas y tomas de casetas de peaje en aquella zona.
Este jueves, en los límites entre Veracruz y Puebla, en la región de Tlapacoyan y Martínez de la Torre, fueron descubiertos siete cuerpos de personas asesinadas envueltos en cobijas y con mensajes amenazantes.
Todo lo anterior refleja una realidad inocultable: Veracruz, cada vez más, se hunde en una descomposición en la que el gobierno estatal ha sido, por lo menos, absolutamente incapaz, omiso. Y de la que, aunque así lo pretenda, aunque sus bots en las redes sociales lo intenten encubrir, no puede evadirse de ninguna manera.
La región de Córdoba, Orizaba y Zongolica lleva varios meses de ser un polvorín. En el sur de Veracruz las ejecuciones están a la orden del día. En el norte ya de plano ni se habla de ello por el terror a las represalias de los delincuentes que han impuesto su ley por encima de los poderes establecidos formalmente.
Veracruz se está convirtiendo en un estado fallido, mientras a sus autoridades lo único que les interesa es aferrarse al poder, no obstante su gigantesca incapacidad para gobernar al estado. Les quedó demasiado grande la responsabilidad.
Y lo peor es que es tal la soberbia, que ellos mismos siguen abonando al ambiente de crispación con la prensa, con toda la sociedad veracruzana.
Luego de la irresponsable arenga de la noche del miércoles del dirigente estatal del PRI, Alfredo Ferrari, en la que “culpó” al ejercicio de la libertad de expresión de “debilitar” a las instituciones del estado, dieron el siguiente paso: un escolta del gobernador Javier Duarte, ante la mirada complaciente de éste, agredió a un fotógrafo de la agencia AVC Noticias por intentar tomar una gráfica del mandatario. Por hacer, sin más, su trabajo. Y luego se llenan la boca diciendo que “respetan” la libertad de prensa y a los periodistas.
Javier Duarte le ha hecho un daño irreversible al estado. Y por ello, debería pedir licencia al cargo. Veracruz ya no aguanta más.
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