Luis Alberto García / Moscú
*Uso político del torneo, como en Italia, Brasil, Argentina y Alemania.
*La ola de nacionalismo inundó totalmente a la antigua Unión Soviética.
*Triunfo (4-3) frente a España, como la victoria sobre el nazismo en 1945.
*Vladimir Putin no salió en televisión junto al rey Felipe VI.
Como los italianos en 1938, los brasileños en 1970, los argentinos en 1978 y los alemanes en 1990, los rusos han dado rienda suelta a sus emociones patrióticas y a su nacionalismo, tras la victoria de la Sbornaya, la selección nacional, sobre la de España, el domingo 1 de julio de 2018 en el estadio Luzhnikí.
Eso quedó evidenciado en el siglo pasado, cuando Benito Mussolini exaltó las glorias de la Italia fascista; en el momento en que el general Emilio Garrastazú Médici recibió a la selección nacional de Brasil como tricampeona del mundo; el día en que Jorge Rafael Videla, cabeza visible del régimen militar necrofílico de Argentina alzó la Copa FIFA, creyéndose soberano de clase mundial, como los futbolistas.
Así se sintió Helmut Kohl cuando Alemania –con un solitario cobro penal anotado por Andreas Brehme- obtuvo el trofeo en 1990 y, ahora, en Rusia, la euforia de una victoria, la primera en su género en la historia, ahogó las voces mesuradas sobre las fallas y el nivel de ese partido, porque esa no era la hora de la crítica, sino de la alegría y la recuperación de la autoestima nacional.
El honor de la patria rusa estuvo en los pies de Igor Akinfeev, Mario Fernándes, Ilya Kutepov, Sergei Ignashievich, Fedor Koudryashov, Yuri Zhirkov, Alexander Samedov, Roman Zobnin, Alexander Golovin, Fedor Smolov, Artem Dzuba, Daler Kusyaev y Denis Cheryshev, a las órdenes del entrenador nacional, Stanislav Cherchesov, quien quiso afirmar la capacidad de sus futbolistas de imponerse, vencer, asombrar y ser admirados, reverenciados y exaltados hasta el paroxismo.
Es cuando, por supuesto, llega el momento en que, para gobiernos y acólitos que le queman incienso el deporte se transfigura en instrumento de la política, como ha ocurrido en México y en muchos otros países, que incluyen a El Salvador y Honduras, que fueron hasta la guerra en 1969 por una eliminatoria mundialista, episodio consignado magistralmente el periodista polaco Riszard Kapuscinski.
A la hora de las exageraciones patrioteras, destacaron en Rusia las que comparaban el evento con la victoria soviética de mayo de 1945 en la Segunda Guerra Mundial, o con la “reunificación” con Crimea, aunque es la palabra “anexión” la utilizada en el resto del mundo.
Al referirse a un comentario de un periódico británico que calificó el triunfo sobre España como “seguramente el más significativo triunfo de Rusia desde 1945”, Dimitri Peskov, el jefe de prensa del presidente Vladímir Putin, mostró comprensión por estas “entusiastas valoraciones épicas” desde “el punto de vista emocional”.
Y añadió: “Seguramente si miramos cómo estaban muchas ciudades rusas, y eso es comparable con la jornada del 9 de mayo de 1945”: en esa fecha, la Unión Soviética celebró la victoria sobre la Alemania nazi, a la hora en que un soldado del Ejército Rojo colocaba la bandera de la hoz y el martillo en la fachada del Reichstag berlinés..
En resumen, el Kremlin ha aprovechado el patriotismo desatado por la Copa FIFA -el XXI Campeonato Mundial de Futbol de Rusia- para ponerla, de inmediato, en la cabeza de quien las mayorías ciudadanas consideran un nuevo monarca, como si fuese la más valiosa joya de la corona zarista.
En ese juego se trató del orgullo ruso y de la vergüenza española, sin que el presidente Vladímir Putin, con cuyo nombre está asociada la justa de Rusia –junto con el del empresario Roman Abramovich y otros más-, asistiera al partido el domingo 1 de julio, aunque durante un cierto tiempo las informaciones facilitadas en público indicaban dudas sobre ello.
En lugar de Putin, en el palco de honor estaba el primer ministro Dimitri Medvédev y su esposa Svetlana, acompañados de Felipe VI, rey de España, y el presidente de la FIFA, el suizo Gianni Infantino, quien ocupó el lugar que debía corresponder a su compatriota Joseph Blatter, destituido por los delictivos manejos financieros en el organismo, revelados con la ayuda del gobierno de Estados Unidos en mayo de 2015.
Medvédev se dedicó a grabar los grandes momentos del encuentro con su teléfono celular, mientras su cónyuge saltaba de gusto, emocionada, en su asiento a cada rato, lo que pudo ver el mundo durante la transmisión televisiva oficial.
El periódico “Eco de Moscú” afirmó que Putin –más aficionado al hockey sobre hielo que al futbol- no creía en la victoria de Rusia, y que por eso envió en su lugar al abogado Medvédev al estadio, de la misma forma que hace recaer en su primer ministro las responsabilidades por las reformas que ha venido instrumentando desde el gobierno.
“Putin, hay que creer siempre en tu equipo. Siempre. Ir al estadio y apoyar, ya que nos trajiste el Mundial. Y no esconderse”, afirmaba el diario moscovita, que establecía la puntuación: “Medvédev 1- Putin 0”; pero hay que decir que el marcador justo, fue de 4-3 a favor de los locales.
Y aunque Putin se perdió el triunfo en directo, Dimitri Peskov aseguró que el presidente había apoyado con toda el alma al equipo y, al acabar el encuentro, felicitó a Cherchesov y a todo el equipo, y deseándoles éxito en el próximo partido, nada menos que la Croacia de Luka Modric.
Como si Rusia hubiese ganado la Copa del Mundo, los seguidores de la selección de futbol –tal como pasó en Panamá, cuando Felipe Baloy consiguió el primer gol mundislista de su historia- celebraron en Moscú y otras ciudades la victoria contra España, con banderas del país en alto, y mostrando retratos retocados de Stanislav Cherchesov, el héroe del día en las exageraciones emotivas de los rusos.
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