homopolíticus
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Con gritos de «Dictador», «Traidor», «Mentiroso» y «Corrupto», es despedido Andrés Manuel López Obrador, de abuela mexicana y abuelo español, como presidente de México.
Enemigo de sí mismo, a ningún presidente le habían protestado tanto. Por eso mismo se bajó de los aviones comerciales en el segundo tercio de su sexenio mocho. En La Pera-Cuautla se quedaron con las ganas de gritonearle por dejar pasar seis años de saqueo al erario público que debe ser castigado.
Peor cosecha por tan mala siembra de división y odio. En Sonora pidieron «diálogo con Claudia», no con él. En Sinaloa le dieron la bienvenida con una camioneta llena de cuerpos. En redes, sus adversarios lo siguen vinculando con grupos criminales.
También provocó risas de forma involuntaria: —Hombre honesto, llamó el presidente a Lord Molécula —poco conocido como Carlos Pozos—, a quien la prestigiada y prestigiosa escuela de periodismo Carlos Septién no reconoció la tesis que le dedicó el presidente de México, cuya firma de jefe de Estado quedó estampada en un documento contrario a la regla.
Desde el primer día se dedicó a dividir a los mexicanos, con ganancia política, y a comprar conciencias con pensiones bimestrales, con ganancia electoral. Su espíritu vengativo y revanchista afloró temprano. Como temprano incumplió su tesis máxima de no robar, no mentir y no traicionar. Se robó, se mintió y se traicionó. Todo lo malo le salió bien. Fue enemigo de sí mismo, hasta el último minuto.
Fue políticamente contra Norma Piña, por no pararse a su llegada a la conmemoración de la Constitución en Querétaro, como dictaron desde Palacio Nacional, pero a la mamá de un narcotraficante él la saludó de mano y le pidió no bajarse de la camioneta, donde permaneció sentada. Dice Manuel Buendía [†] que todo está en la prensa.
Riñó con otros adversarios políticos a quienes dio el mismo trato de enemigos, atacó a periodistas, empresarios, académicos. No le importó que fueran mujeres, hombres u hombres vestidos de mujer. De epidermis sensible, no toleró la crítica, pero mediante la crítica presidencial destruyó reputaciones y puso en riesgo la integridad de quienes no pensaron como él. Regañó a sus bases, como si fueran sus empleados. Pero sus bases lo adoran. El líder y la masa.
Mandó al diablo a las instituciones, antepuso su autoridad moral a las leyes, violó la Constitución sistemáticamente. Sus amuletos de santería para alejar el mal o propiciar el bien. Un trébol de cuatro hojas, estampitas religiosas del catolicismo, oraciones evangélicas, un billete de dos dólares. «Detente enemigo», le advirtió al Covid-19, «el corazón de Jesús está conmigo», y se contagió tres veces. —Eviten saludar de mano, pónganse el cubrebocas, recomendó tras un mal manejo de la pandemia.
La divisa lopezobradorista de Revolución de las conciencias fue un plagio vulgar del programa que así llamó Cavazos Lerma cuando gobernó Tamaulipas, sacada de la doctrina Maharishi y que imitó Fox y Martita, La pareja presidencial, por sus poderes esotéricos, cósmicos y chamánicos.
Reculó de irse ya La Chingada, según él para aclimatarse. Lo cierto es que va a esperar que se termine de construir el destacamento militar que le cuidará frente a su casa de Palenque, Chiapas, donde dispuso construir un hospital con equipo de punta y un complejo comercial propio de fifís y conservadores, a quienes odia. El peor de los odios es al origen.
Al rey Felipe VI de España y jefe de Estado español, lo invitó LO a su toma de posesión y hasta se tomó la foto con él. La fotografía era sólo ellos, pero la no primera dama se arrimó. Fue mal anfitrión, pues luego peleó epistolarmente con él. Las relaciones diplomáticas están en riesgo por una terquedad —a su padre le llamaban el Terco— del jefe de Estado mexicano. En 1991 el rey Juan Carlos pidió perdón a México en Oaxaca y en 1836 la reina Isabel II y el presidente de México, José Justo Corro, firmaron el Tratado definitivo de paz y amistad entre España y México.
Superó a quienes criticó: los expresidentes Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña. Y mimetizó el estilo de gobernar —como acertó el sup Marcos— de Díaz Ordaz y López-Portillo. El hombre del pasamontaña y la pipa llenó al presidente de autoritarismo, corrupción, militarismo, ignorancia y superficialidad… y se quedó corto. Faltó Madero —el médium escribiente— que quiso comprar a Zapata con una hacienda y una gran fiesta de bodas. Faltó Calles, el jefe del Maximato. Y del dictador Porfirio Díaz que perdió las gubernamentales de Morelos en 1870, intentó copiar sus obras faraónicas por suntuosas, para la posteridad. Sólo que el Palacio de las Bellas Artes y el Ángel de la Independencia son admirados en todo el mundo.
Como expresidentes, Calderón y Peña están denunciados, el primero, en la Corte Penal Internacional, por los delitos de Crímenes de lesa humanidad y Crímenes de guerra, y el segundo en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, por Crímenes de lesa humanidad y corrupción sistematizada. Ambos, al igual que López Obrador, no garantizaron la vida de miles de mexicanos, como mandata la Constitución, desde la concepción hasta la muerte natural.